La clase de la profesora Cecil se siguió sin ningún contratiempo, para dar paso a la aburrida clase de química con el aburrido profesor Benet, y culminar con un receso para comer, mismo en el que Francis miró con desconcierto la corbata de Julius en su cabeza, pero estuvo orgulloso de saber que el chico había sostenido una plática madura y tranquila con su profesor, dándole suficientes y razonables motivos que lo dejaron sin más remedio que permitirle usar la corbata de aquella extraña manera.
Por su parte, como no le permitían a Anetta entrar en el comedor Alfa, Pierre se vio obligado a acompañar a la chica a la casa Omega, donde ambos degustaron un plato de picadillo con arroz rojo en medio de una incómoda paz.
Gabriel también se había salido de su normalidad, gastándose casi todos sus créditos en varios platillos que después llevó a las escaleras del teatro Luna y Plata, donde su nuevo amigo dio cuenta de la deliciosa comida.
Al regresar a clases, los chicos se vieron en la segunda planta, en el salón 204. Como ya estaban acostumbrados, todos dejaron sus tarjetas en la pared y se acomodaron en orden alfabético, como era la costumbre en el salón de matemáticas.
—Buenos días —saludó la voz de la profesora, al entrar en el salón.
Todos se pusieron de pie para responder.
—¡Buenos días, profesora, Eligia! —dijeron los alumnos al unísono.
—Tomen asiento y saquen la tarea que dejé el viernes, pasen su cuaderno al compañero que está delante de ustedes, los de la primera fila, pónganse de pie y lleven su cuaderno a su compañero de hasta atrás. —Mientras hablaba, la profesora caminaba entre los alumnos, verificando que obedecieran—. Vamos a realizar las operaciones una por una y las iremos calificando… —La mujer detuvo su andar frente a Julius.
—El profesor Vogel me advirtió de su chistecito de la corbata, pero no creí que se atrevería a entrar a mi clase así.
El joven dio un suspiro con fastidio.
—¿Quiere que me salga del salón?
—No, con que se ponga el uniforme como es debido me daré por bien servida.
—No lo haré —respondió Julius—. Todos usan el uniforme como se les dé la gana y no voy a dejar que me quiten ese derecho nada más porque les caigo mal.
La profesora sonrió con burla, pronunciando las arrugas de su cara.
—Según usted, joven Leblanc, ¿quien usa el uniforme “como se le dé la gana”?
—Jaru, es un enano de…
—¡En mi clase señor Leblanc!, ¿quién porta mal el uniforme en mi clase, además de usted?
Julius paseó la vista por el salón, molesto.
—Esa gorda de ahí trae más plumas que una gallina —dijo, señalando a Anetta—, y ese joto trae un arete —continuó, señalando esta vez a Pierre—, y esa ñoña de lentes trae broches en la falda —dijo señalando a una alumna que tenía su falda de Omega llena de prendedores.
—Todo lo que usted acaba de señalar son accesorios y aunque no estoy muy de acuerdo con algunos —dijo la maestra, dedicándole una sonrisa a Pierre que para nada se veía amistosa—, no puedo meterme con eso, en cambio con usted…
—¡Conmigo tampoco lo va a hacer, porque no estoy haciendo nada malo! —exclamó el joven, levantando la voz.
—¡A mí no me va a gritar, joven Leblanc! —le gritó la profesora en tono terminante—. ¡No se va a retirar de mi salón, porque eso sería un premio para un vago como usted, pero si le daré un reporte y además le descontaré cincuenta créditos en lugar de otorgarle alguno!
—¡Como quiera! —rezongó el chico, dejándose caer en la silla
—¡Y eso será cada vez que entre en mi clase con el uniforme en donde no debe llevarse!
—Maldita vieja —murmuró para sí el chico.
—¿Dijo algo, joven Leblanc?
—¡Maldita vieja! —le gritó Julius poniéndose de pie de nuevo.
—¡Es suficiente, salga de mi salón de clases ahora mismo y no regrese hasta que se sepa comportar como un alumno civilizado y porte el uniforme como Dios manda!
Julius tomó sus cosas y con paso tranquilo, se dirigió a la pared, para tomar su monedero electrónico.
—Deje ahí su tarjeta, yo se la entregaré con el reporte a su profesora asesora.
«A ver cómo te libras de esta, neandertal», pensó Pierre con diversión, recordando como se había visto en esa misma situación el primer día de clases.
Haciendo caso omiso, el chico tomó su tarjeta y la guardo en su bolsillo.
—¿No me oyó, joven Leblanc?
—Sí, pero la tiré a loca, esta tarjeta es la que me da de comer y esta orate si piensa que voy a entrar a mis otras clases sin ella.
La cara de la profesora Eligia se puso roja de ira, mientras que el chico salía alegremente del salón.
—¡Un malcriado, eso es lo es ese chico! —gritó la mujer.
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Editado: 09.01.2021