Nicolás esperó paciente, a que Julius saliera de la habitación de Audrina, y, aunque su hijo se veía mentalmente agotado, también se le podía adivinar una paz profunda en su mirada.
—¿Y bien, mi muchachón?, ¿qué pasó ahí dentro? —preguntó el hombre, quería saber si Julius se había dado cuenta de la cercanía de Francis, antes de mencionarle la presencia del moderador.
—La besé —respondió Julius, mirando a su padre a los ojos—. Creo que… creo que ella me gusta.
—¿Y Francis? —preguntó su padre.
—Si lo que me dijiste de lo de que soy un pan es verdad, entonces no importa si hablamos de hombres o mujeres ¿no?
—Así es.
—Entonces, creo que ambos me gustan, pero, supongo que Audrina me gusta un poco más.
—¿Estás seguro de eso?
—No, pero cuando vea a Francis le besaré también y así sabré.
—Bueno, ya deberás arreglarlo con ese chico en su momento, por ahora, volvamos con tu madre y tus hermanos.
Mientras tanto, en la fuente del jardín, Minerva protagonizaba una de las escenas más bizarras de su existencia, mientras que Márcial la miraba divertido, terminando la manzana que su hermano le comprara momentos antes, y Pierre se encontraba con los brazos cruzados y cara de pocos amigos, ella estaba sentada en medio de dos chicas que se decían sus nueras y que peleaban por su atención.
«¡Y pensar que hay madres a las que sus hijos les regalan manualidades!», pensó con frustración.
—… Y, además de mi turno en la lavandería y ayudar en el comedor, también soy directora del comité de actuación —decía Anetta, cuando Minerva se giró hacia ella.
—Vaya, ¿y tienes tiempo para todo eso? No cabe duda de que eres una chica muy talentosa.
—Mi papá es abogado —interrumpió Diáspora, tomando la cara de Minerva con su pequeña mano y girándola hacia ella, en un gesto infantil y poco sutil—, y uno muy bueno, seguido sale del país por contrataciones de políticos extranjeros, y mi mami…
—Tu mami es una chef reconocida —interrumpió Anetta—, que viaja por el mundo y tiene un programa de cocina, ya lo dijiste, niña, ¿por qué solo presumes a tu familia? ¿No tienes meritos propios?
Diáspora hizo un puchero ante este argumento, y cuando creía que su paciencia se había acabado, Minerva pudo ver a su esposo y a su hijo acercándose. Pero antes de que ella pudiera hablar con Nicolás, Diáspora y Anetta se adelantaron.
—Hola, soy su nuera —dijo la castaña del moño.
—¡Yo también!
—Pues es un gran gusto conocerlas a ambas —sonrió Nicolás—, ¿quién es novia de Pierre y quien es novia de Gabriel? —preguntó el hombre.
—¿Quién es Gabriel?
—Ambas son novias de Pierre —le explicó Minerva, lo que provocó una mirada asesina de parte de Nicolás hacia su hijo.
—¿Es mi turno de hablar contigo? —fue la única contestación que el chico pudo dar a la silenciosa interrogante de su padre.
—Vamos —concedió Nicolás—. Ya regreso —le dijo a su familia.
—Bueno chicas, ahora que Pierre ya no está aquí, ¿qué les parecería ir con sus familias y dejarme a mi convivir con la mía? —les dijo en tono conciliador Minerva, por lo que a las adolecentes no les quedó más remedio que aceptar.
—¿Cómo te fue con tu padre, mi amor? —le preguntó la mujer a Julius, una vez a solas con él y Gabriel.
—Cansado, pero bien, ¿sabías que me excitan las mentes?
—Algo había oído de eso —dijo con una sonrisa la mujer—. ¿A dónde quieren ir ahora?
—A mi me da igual —respondió Julius, encogiéndose de hombros.
—¿Y tú, Gaby? —preguntó con nerviosismo la mujer, estirando la mano hacia su hijo.
El joven se abrazó a su madre de forma cariñosa y casi infantil.
—Madre, yo quisiera… —comenzó el chico sin saber cómo terminar.
—Oh, mi vida, ¿por qué te quistaste tu fleco?, se te miraba bien —preguntó la mujer en una esperanza de comprobar si realmente trataba con Márcial y no con Gabriel.
—Es que… se pegaba a la manzana de caramelo —explicó el chico nervioso, dejando caer su cabello de nuevo.
—Pues de ambas formas te ves hermoso —Minerva volvió a pasar el cabello del chico detrás de sus orejas, para sorpresa de este.
—Gracias, madre… ¿sabes? yo quisiera… quiero comprarte un corsage por el día de la madre.
—Cariño, yo ya tengo uno.
—Sí, pero ese te lo escogió Pierre. Quisiera escogerte uno yo… uno que represente todos los regalos del día de la madre que no te he dado hasta ahora.
Sintiendo un nudo en la garganta, Minerva asintió, abrazando a su hijo.
—Vamos pues —dijo la mujer, comenzando a caminar—, ¿vienes Julius?
—Si —respondió el chico, caminando al lado de su madre.
Mientras que Julius miraba los puestos vecinos, curioseando entre las cosas que se vendían, y Márcial escogía un corsage para su madre, porque ya no había duda de con quien estaba tratando, Minerva se perdía en un lejano recuerdo que creía ya casi olvidado.
Un pequeño Gabriel de nueve años se encontraba en la oficina de aquel psicólogo, coloreando una pequeña casa en un libro de ilustraciones infantiles. El hombre salía cerrando la puerta tras de sí, para hablar con ella y su esposo.
—Pues, aunque no han sido muchas sesiones, es fácil adivinar el trastorno de su hijo —dijo con pesar—, Gabriel padece de trastorno de personalidad múltiple.
—¿Qué quiere decir eso, doctor? —preguntó un preocupado Nicolás—, ¿Gabriel se comporta como dos personas diferentes?
—No solo se comporta; la segunda personalidad de Gabriel ha tomado tanta fuerza, que se puede decir que son dos mentes compartiendo un cuerpo.
—Doctor, estamos hablando de un niño de nueve años.
—Lo sé, pero estamos hablando de un niño muy inteligente, y la verdad es que Márcial… —Minerva puso la mano sobre la del doctor, obligándolo a detener sus palabras, con ojos sorprendidos y trémulos de emoción, la mujer repitió:
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Editado: 09.01.2021