Los misterios del Tzolkin

VIII

Los dos chicos negaron con la cabeza. El teléfono de Silvia comenzaba a intentar buscar una ruta. Su voz tranquilizó a los chicos.

—Recalculando. Recalculando. Recalculando. Por favor espere.

Los chicos se reunieron alrededor del teléfono, observando como la pantalla de carga era lenta y como está paresia se detenía.

—Sálgase de ahí como pueda...

Las tres caras empalidecieron, la luz que iluminaba sus rostros desapareció con la energía de los teléfonos. Trataron de encenderlos, Neo logró encender tan solo unos minutos su teléfono para ver la hora, las ocho con un minuto. La batería en el caso de Erick comenzó a disminuir punto por punto, pasó de un 98 a un 50 lentamente sin poder detenerse. Sus teléfonos se apagaron unos segundos después del otro.

 —Tranquilos chicos —dijo Silvia con tranquilidad—, solo tenemos que escuchar el sonido de los autores o de algún lugar.

El silencio sepulcral después de la voz de Silvia era tan frío como el viento, las hojas de los árboles parecían un canto de agonía. Tardaron sólo dos minutos en darse cuenta que no había ningún ruido de la ciudad, ni una luz artificial de la ciudad y ninguna otra señal.

—Será mejor que vayamos de regreso —dijo Silvia.

—¿Para qué? —dijo Erick.

—Nos dijiste que podrías enchufar algunas luces a una extensión, si llegamos y podemos cargar un teléfono podemos enviar un mensaje de texto para que vengan por nosotros.

Los dos chicos asintieron con la cabeza, decidieron regresar por el camino de donde venían, los árboles parecían que se habían movido, el camino era mucho más intrincado, después de varios minutos llegaron hasta la gran pared, la pintura aún seguía debajo de la tela. Buscaron con desesperación la extensión, buscaron entre arbustos, entre ramas de árboles, entre la tierra y el pasto. Sus manos comenzaron a lastimarse hasta que poco a poco sangraron.

Al encontrar la extensión, Erick distinguió una figura oculta entre los grandes árboles, sus ojos tenían brillantes en lo alto de las copas. Pensó que era solo su imaginación, hasta que vio la mirada perdida de Neo en ese mismo punto. Silvia le arrebata el enchufe para conectar su teléfono, esté a su vez enciende levemente. Hasta que siente la mano de Erick que la toma para salir corriendo de esa zona. Pronto escucharon cómo retumbaba el piso a sus pies, como se escuchaba la exhalación de algo y a cada paso que daban, giraban su cabeza y lograban ver esos ojos.

Sus corazones retumbaban al grado de hacerles creer que la criatura podía escuchar sus latidos, pronto los pasos se detuvieron, las exhalaciones de igual modo y únicamente escuchaban las propias. Llegaron hasta donde se encontraba un gran árbol, se ocultaron entre sus ramas bajas y esperaron. Miraron en todas direcciones, cuando creyeron que estaban solos comenzaron a mover sus labios temerosos.

—¿A dónde se fue? —dijo Silvia mientras temblaba.

—Estaba detrás de nosotros —dijo Erick—, ¿logró cargar tu teléfono?

—No lo sé —dijo mientras contenía el llanto—, lo solté, lo solté. Perdón, perdón, perdón.

—Alguien debe ir, y mandar un mensaje —dijo Neo.

—No, no, no. Por favor no se vayan —dijo Silvia.

—No podemos ir los tres si esa cosa nos sigue, no lograremos nada —continuó Neo.

—¿Uno de nosotros debería ir solo ?

—Si —dijo Neo mientras observaba a los lados—. Si no regreso en diez minutos, Erick debes ir tú, y si Erick no regresa. Trata de no hacerte el héroe Silvia y huye lo más lejos que puedas.

Neo salió corriendo dejando a sus amigos atrás. Pensó en que él había sido él más rápido de los tres. Recordó las carreras en las cuales solían participar cuando eran niños, siempre era al final de la cuadra pendiente arriba, recuerda el dolor en sus piernas en los últimos metros de distancia, el corazón latiendo como si se le saliera del pecho e incluso la forma de las manos que según los expertos, podría hacer la diferencia en una carrera muy reñida donde el viento también era un obstáculo. Todos se sentían igual, pero se le agregaba un factor, un sentimiento nunca antes percibido, esa sensación de que el camino desaparece con cada paso. El brillo del teléfono se observó a la distancia y fue en ese momento cuando los pasos volvieron, cuando la respiración externa se hacía presente. Corrió aún más rápido pensando en la meta de aquellas veces que ganaba, como lo esperaban sus padres juntos con un gran listón que rompía con su velocidad. Saltó en el último tramo para recoger el teléfono brillante, abrió el teléfono y la pantalla estaba bloqueada. No lo creía, no podía acceder para llamar a nadie. Se dio cuenta de la silueta, su cuello era largo como la copa de los árboles, su cabeza similar a la de un perro, sus patas iguales a la de un elefante y su mirada era como dos luces apunto de apagarse. Quiso cerrar los ojos, pero no pudo hacerlo, la criatura no se lo permitía. Su mirada se alejó y una luz comenzó a consumirlo todo. Fue en ese momento que Neo pudo cerrar los ojos y ver con mayor claridad la sonrisa de sus padres.

 



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En el texto hay: mayas, mayas y aztecas, criaturasmagicas

Editado: 29.09.2023

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