Los misteriosos cuentos de mi abuelo

4.El abuelo Marcos, su esposa y su diario - primera parte.

-Marcos ¿Crees que de verdad funcionará?

-No tengo otra alternativa Sara, no puedo continuar soportando estas injusticias de la vida,.. tal vez algo nos suceda a nosotros, pero si podemos acabar por fin con esto, habrá valido la pena, tanto para nuestra familia como para sus hijos y los hijos de sus hijos.

-Confiemos en que Dios nos protegerá de todo mal, que bendecirá nuestras manos, nuestros planes y que todo saldrá de acorde a sus intenciones de librar este mundo de toda maldad, recemos, Marcos.

 

 

¿Qué harían ustedes por librar a su familia de un mal que os ha perseguido durante decenas y decenas de años? ¿Serían capaces de dar la vida por ellos?- Estas preguntas se hacía el anciano Marcos, patriarca de la familia Seerteller cada vez que se sentaba en su silla mecedora al lado de su casa. Marcos se veía las manos y las arrugas le traían recuerdos de sus inicios como el narrador de los cuentos, cada mancha en su mano, le hace imaginar que es la sangre de aquellos niños que condenó sin que ellos fuesen culpables de ningún crimen más que el de haber nacido con sangre Seerteller.

Marcos fue juez durante mucho tiempo, condenando a inocentes, convenciendose a sí mismo que hacía lo necesario para vivir, pues era dueño de una terrible cobardía que cada año le sumaba un día menos de sueño a su ya reducido ciclo de descanso. En los últimos años estuvo pensando seriamente en algo para detener aquello que le estaba carcomiendo el alma y que no podía resistir más, luego de pensar muchos planes durante meses, creyó hallar la decisión correcta, así que luego de comentarlo con su mujer, ambos se convencieron de que sería su sacrificio a cambio de que todos los demás pudiesen ser felices y disfrutar de su familia sin que estos vieran el pasar de los días en el calendario con terrible pavor de que llegara el día de la reuniñon "11/11".

Dos meses y siete días antes de la reunión anual.

La casa en el día luce bastante iluminada, pacífica, y normal para una familia de ancianos que habita en el campo, Marcos no tenía la necesidad de trabajar, ya que vendió todo lo que tenía para mudarse a esa pequeña casa en medio de la nada, y el dinero que le sobrava era suficiente para que pudiese vivir comodamente el resto de su vida, pero esto no era lo que Marcos y Sara planearon al llegar ahí, así que cada mañana se levantaban a las seis en punto de la mañana y comenzaban su rutina con Marcos en camino al río que se encontraba al lado de su granero que estaba a media hora de distancia, el río cruzaba todo el centro del pequeño bosque que estaba cerca de la misma, al llegar ahí, se desvestía y se metía sin importarle la estación del año en que se encontrara. luego de bañarse con aquel manantial habitualmente fría, tomaba unas cubetas que solía dajar al borde cada día antes de dirigirse a su casa por el anochecer, para en la mañana siguiente trasladar el agua hacia los corrales de cerdos y cabras que criaban, pero que no se animaban a matar o vender.

Sara por su parte se levantaba poco después de Marcos, ella se dirigía a la cocina, a hacer unas deliciosas comidas que al estar listas, se envolverían con una tela e irían de camino hacia el granero, lugar en el que Marcos se encontraba; desayunaban juntos y al acabar, Sara se iba al río también y tomaba un baño rápido ya que no soportaba igual de bien el frío que Marcos, después de volver a vestirse regresaba a casa para preparar el almuerzo, leer la biblia sin omoción de un solo día, todo esto espeerando a que Marcos volviera de sus labores.

Los días pasaban así, con relativa normalidad, casi no iban al pueblo ya que habían tenido una mala experiencia con algunos vecinos, quienes estaban muy interesados en su terreno tan extenso como para amenazarlos de que su muerte llegaría muy pronto si no les vendían el 50% del terreno, comentarios que a Marcos y Sara no le importaban en lo más mínimo.

Como dije previamente, eran los días que pasaban con normalidad,.. mas la noche era la anormal. Al caer las ocho de la noche ya Marcos estaba en su habitación junto a Sara, antes de dormir se colocaban unos aparatos en los oídos, para que nadie pueda interrumpirlos y así rezaban durante horas hasta quedarse dormidos, esto en los últimos años.

La primera noche que Marcos pasó en esa casa, la oscuridad y silencio total le agobiaron demasiado, pero no duraría mucho, a los pocos minutos de cumplirse las nueve de la noche, se vio interrumpido por los pasos de niños que corrian por toda la casa, algunas veces tocaban la puerta y llamaban "¡Abuelito sal a jugar con nosotros!", Otras veces se escuchaban saltos, gritos, llantos, lamentos. todo esto llevó a que Marcos un día no soportara más y saliera de su habitación llegados las once de la noche, cuando una voz chillona gritó por ayuda, la voz se encontraba en la parte de abajo, espefíciamente en la cocina y al bajar las escaleras y dirigirse hacia ella, Marcos se encontró con decenas de fetos arrastrandose, fetos ensangrentados que clamaban por ayuda de su abuelo, a algunos nisiquiera se les había desarrollado las piernas, pero se arrastraban hacia él, rogandole que les ayude, Marcos al ver esto derramó unas lágrimas de cobardía e impotencia antes de tomar aire para rápidamente correr de vuelta a su habitación para dormirse abrazando a Sara, quien no podía escuchar nada, quien no veía nada, quien dormía profundamente.

Cada octubre a las ocho de la noche, unas pezuñas se paseaban por el rechinante suelo de madera que cubría toda la casa de Marcos y Sara, hasta posarse en la puerta que da a su habitación, tocaba tres veces y se iba. era la indicación para Marcos, la indicación para que cruzara el portal de su dormitorio dirigiendose al cuarto continuo, donde 13 pequeñas cabras esperaban sentadas sobre sus piernas traseras, las cabras hacían un circulo abierto, velas negras delante de ellos daban apenas luz para dirigir al narrador hacia el centro, en el que se encontraba un pentagrama. Marcos entraba con su diario en mano, caminaba mirando al suelo (a veces solía cerrar los ojos, evitando a toda costa ver a lo que él se imaginaba como niños demoniacos) mientras se dirigía la centro del pentagrama, las cabras tenían la voz muy aguda como bebés, pero susurraban, en un idioma desconocido para los humanos, eran sonidos similares a los canticos mongolés pero susurrados muy rápidamente.




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