Los niños que nadie quería

3

—Ya estaba muerto cuando lo lanzaron al agua —declaró el doctor Sfuttier—, una hoja muy fina le abrió la garganta. Fue un corte limpio, de alguien que sabía muy bien lo que hacía. Al quitarle las ropas he descubierto marcas de ligaduras en sus muñecas. 

—¿La hoja podría ser un abrecartas? —preguntó Scubs.  

El forense meneó la cabeza. 

—Un escalpelo tal vez, diría yo. En todo caso, algo con hoja muy afilada y delgada.  

—Y estuvo amarrado —observó el inspector, pensativo. 

—Eso parece, sí; por las heridas podría asegurar que intentó escapar con todas sus fuerzas, quién sabe, tal vez lo logró, pobrecillo. —El médico chasqueó la lengua—. También estuvo atado por los tobillos, aunque esas marcas son algo más tenues; los calcetines, seguramente, amortiguaron el contacto. 

Los impotentes puños de Flanagan dejaron a la vista sus nudillos, tan blancos que daba la impresión de que la piel se rompería en cualquier momento. 

—Tal vez tenga usted razón, inspector, y el muchacho sí tenía una familia después de todo —masculló con sequedad. 

Scubs levantó las cejas. Podía comprender, al menos en parte, el enojo de su sargento. Hasta él sabía que en los barrios bajos se enviaban a los hijos a trabajar por dos peniques, o a pedir limosna desde muy temprana edad y que solían ser severamente castigados si las ganancias no colmaban las expectativas de los padres. El sargento estaba convencido de que sucedía en las zonas pobres, pero Scubs sabía de primera mano que en las altas esferas las exigencias para con los hijos podían ser tan estrictas como aquellas; claro que allí nadie se deshacía de un niño por su desobediencia o sus travesuras. Si a algún padre se le ocurriera hacer algo semejante, el resto de la sociedad le daría la espalda y hasta correría el riesgo de terminar en la horca. Y, por supuesto, en aquellas capas sociales no se enviaba a las criaturas a trabajar. 

 —¿Ya terminó el dibujante? —preguntó al forense, quien, tras asentir con un gesto, le entregó dos hojas de papel grueso. En ellas se había dibujado el rostro del muerto con los ojos abiertos. Lo hacían de este modo para que aquellos a quienes se les enseñara el retrato no se impresionaran demasiado; la fotografía aún era demasiado costosa para el magro presupuesto policial—. Bien, gracias, doctor —añadió, metiendo las hojas en el bolsillo interno del abrigo donde se mantendrían a resguardo de la lluvia. 

Luego, acompañado del sargento, se retiró de la morgue con pasos rápidos. Afuera, el atardecer se cerraba con un cielo plomizo y una intensa llovizna helada.  

—Cenemos en el Golden Fish —propuso Scubs. Flanagan no contestó—. Insisto. 

Con un suspiro, el sargento aceptó. Caminaron en silencio hasta que el cielo se descolgó con furia. Se vieron obligados, entonces, a correr el último tramo. 

Una vez dentro del salón, se ubicaron en una de las mejores mesas, junto a la ventana. 

—¿Desea que solicite al jefe O'Neill que me asigne otro compañero? —preguntó el inspector. Su compañero lo miró como si lo hubiera insultado—. Tengo la sensación de que no está a gusto. 

—No es eso —masculló Flanagan, echándose hacia atrás para dar lugar al mesero, que apoyaba el menú del día: sopa de verduras, empanada de cerdo y pastel de manzanas. 

Aunque nunca habían hablado demasiado acerca de cada uno, Scubs intuía en su sargento un pasado de pobreza. No sabía leer ni escribir, los pocos conocimientos que había alcanzado al respecto se los había transmitido él cada vez que encontraban un tiempo libre. Supuso que era su empatía con el muchacho fallecido lo que lo había puesto de tan mal humor, pero, para hacer su trabajo, lo necesitaba concentrado y atento, no perdido entre sus malos recuerdos. 

—Es que conozco demasiado de cerca lo que sufren esos niños —dijo al fin, el sargento—. Me rebela que nadie pueda hacer algo para remediarlo. —Scubs asintió en silencio mientras degustaba su sopa. Aguardó a que continuara. Y a Flanagan le hubiera gustado contarle toda su vida, necesitaba desahogarse, pero no podía molestar a su superior con sus tristezas. Prefirió callar—. No me impedirá hacer mi trabajo, se lo prometo —añadió con firmeza, levantando los ojos hacia su jefe. 

—Me alegro —indicó este tras limpiar su boca con la servilleta—. Es cierto que no podemos hacer nada... en general. Pero podemos intentar atrapar a quien haya matado a ese chico y hacerle pagar por ello... Es algo, ¿no cree? 

Flanagan levantó los hombros y apartó su tazón vacío. 

—Dependerá de quién lo haya asesinado —contestó fríamente—. Si ha sido un lord, un conde, un parlamentario o un caballero ya me dirá usted si lo envían a la horca o encontrarán culpable al propio muchacho. 

Scubs calló.  

—¿Fue muy difícil? Su infancia —preguntó con voz suave luego de algunos minutos. 

Flanagan soltó el aire. 

—A pesar de todo tuve bastante suerte, la verdad. Mi padre murió siendo yo muy pequeño y mi madre, tal vez aterrada ante la realidad de haber quedado sola, pobre y con dos criaturas que alimentar, volvió a casarse enseguida con un albañil viudo que le llevaba casi veinte años, pero que nos trató de maravillas. De todos modos, éramos pobres; me vi obligado a trabajar con Mike —mi padrastro—, siendo un chiquillo. Al poco tiempo murió, mi madre enfermó luego y falleció también. Yo tenía diez años... pero había aprendido algo de un oficio y con él nos saqué adelante, a mi hermanita y a mí...  

—¿Tiene una hermana, sargento? 

—¿Quién cree que cose mis puños y mis cuellos? —Sonrió—. Su nombre es Amy. Se casó hace dos años con un buen muchacho.  

—Eso lo aliviará, supongo —Flanagan asintió—. ¿Con solo diez años sostuvo a su hermana? 

—Como le dije, dentro de la pobreza en que viví, tuve suerte. Una amiga de mi madre, Crystal, nos salvó de que nos metieran en un orfanato y nos llevó con ella a la habitación de la pensión donde vivía. Era modista... trabajaba muchísimo y nos cuidó... De todos modos, yo debía trabajar también porque no alcanzaba el dinero. —Los ojos del sargento se humedecieron—. Ahora Crystal es ama de llaves en una mansión de Mayfair.  




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.