“Querida Amelia:
Llevo tan solo unas horas en Vigo pero me parece que ha pasado un siglo. Desde el momento en que me separé de ti en aquel paseo del jardín mi vida ha cambiado. Te has apoderado de mi corazón y de mi mente y es ahora cuando empiezo a darme cuenta que ya no puedo vivir sin ti. He pasado en tu ciudad los mejores meses de mi vida. Nunca pensé que se pudiera ser tan feliz simplemente paseando, o mirando el mar y los barcos. A tu lado todo adquiría un color diferente, más intenso. El azul del cielo y el mar, los verdes de ese precioso jardín coruñés, y hasta el aburrido y gris Casino resplandecía cuando tú entrabas. Cerca de ti todo cobra vida y alegría. Amelia, eres la mujer más extraordinaria que he conocido en mi vida. Tu belleza y tu simpatía me desbordan como las olas gigantes que rompen en tu playa. Me ahogo de tal manera en tu recuerdo que no puedo salir a flote ni un solo minuto del día. Hasta consigues que utilice un lenguaje poético, yo, un castellano tan árido… Haré todo lo posible por escaparme a verte en cuanto me sea posible. Saluda a todos los conocidos de mi parte, y a ti te envío mi corazón. José Aparicio”.
Lita se encontró esta carta en su habitación al llegar a casa. Se instaló en la pequeña mesa de la galería donde había aprendido a leer y abrió el sobre con mucho cuidado. Cuando comenzó a leer, su corazón ya se había desbocado. Cuando terminó, abrió una ventana para que el aire del mar le acercara los aromas del sur de Galicia. Estuvo así largo rato dejándose llevar por las palabras y los recuerdos de aquel hombre.
Al día siguiente, al terminar su jornada de clases prácticas, Lita dirigió sus apresurados pasos hacia la Normal, llamó a la puerta del despacho de Sofía y entró sin esperar respuesta.
—Hola, tía, ¿tienes un minuto libre?
—Pasa, hija, por supuesto que tengo un minuto para ti. ¡Dios mío, qué ojos! Presiento que han llegado noticias...
—No se te escapa una; sí, ayer me llegó una carta. ¡Cómo escribe y qué cosas me dice...!
—Yo diría que esta vez te estás enamorando de verdad...
—¿En serio lo crees?
—Escucha tu corazón a ver qué oyes.
—¿Y qué hago?
—Pues no creo que tengas mucho que hacer y menos conociéndote. Además, si es como me lo has descrito no creo que puedas hacer gran cosa. Si eres feliz con él, adelante.
—Ya, pero ese color que tiene...
—Lita, querida —le contestó su tía entre risas—, por mucho que crezcas no creo que cambies nunca. Yo diría que ese enorme problema podría tener arreglo con unas buenas dosis de aire libre y de sol, aunque podría asegurar que simplemente con estar a tu lado le desaparecería de inmediato esa palidez. ¿Tanto te importa su color?
—No, qué va, solo lo encuentro un poco raro, como desteñido.
—¿Te parece interesante? —siguió indagando su tía.
—Bueno, no lo sé, me atrae mucho y me gusta su mirada tan negra y profunda. Y su risa y su pelo negro tan limpio y brillante…
—Estás enamorada.
—Me da un poco de susto, casi no le conozco.
—Imposible que tú te asustes —afirmó su tía.
—Esta vez es verdad —murmuró Lita con sonrisa ausente.
Estos últimos meses había mucho movimiento en la Normal. Los profesores se reunían más a menudo, se formaban frecuentes corrillos por los pasillos, y se palpaba una cierta inquietud en el ambiente. Lita no tardó en enterarse de los motivos. Al parecer, el ambiente político empezaba a alterarse especialmente fuera de su tierra. Había revueltas y grandes tensiones, decían que por Madrid, Barcelona y Andalucía, y se temía que la situación fuera a peor. Ella no le dio mayor importancia, pues por aquel entonces todavía creía que las cosas de lejos no le podían afectar. Por otro lado, fuera de la Normal no era un tema que pareciese preocupar demasiado, aunque esta aparente tranquilidad empeoraba día a día. Su vida, de momento, seguía siendo tranquila y estaba entregada por completo a sus clases prácticas en la escuela. En su primer año de enseñanza tenía un grupo de niñas de diez y once años que no tardó en controlar debido a su dedicación y entusiasmo contagioso. Consiguió con ello resultados notorios en los exámenes que sus alumnas iban haciendo a lo largo del curso hasta ser felicitada por la Inspección al final de aquel año por su esfuerzo y bien hacer. Solamente una niña, Juani, destacaba por su indiferencia y lejanía. Por mucho que Lita intentaba acercarse a aquella niña de mirada azul, no lo conseguía. Día tras día le decía que se quedase unos minutos al terminar la clase e intentaba que la niña le contase algo de lo que pasaba por su cabeza, pero Juani la miraba con aquel color vacío y de su boca solo salían monosílabos indiferentes. Llamaron varias veces a su madre, pero esta nunca apareció por la escuela. Le mandaron mensajes por su hija que tampoco dieron resultado. ¿Por qué no viene tu madre? Me gustaría conocerla y hablar un rato con ella. Sería bueno para las tres. O tu padre. Juani abrió los ojos y la miró fijamente sin decir nada. Terminó el curso y Lita no había logrado saber cuál era el problema que aislaba a aquella niña. El primer sábado de vacaciones después de un viernes de fuerte temporal, encontraron el cuerpo de Juani entre las rocas del Orzán. Al entierro fueron su madre y Lita. Cuando Lita se acercó a besarla para dar el pésame a aquella mujer andrajosa y consumida, percibió un olor tremendo, como el que tenía su hija pero más intenso, el olor de los que carecen de todo, hasta de agua para lavarse. Aquella mujer no fue capaz de mirarla a los ojos y Lita nunca pudo descubrir si, además del desamparo que provoca la miseria, aquella niña había enterrado algún otro secreto en el mar. Aquel episodio, que la enfrentó por primera vez en su vida con la cruel dureza del mundo y que tardó largos meses en digerir, la convencieron aún más de su vocación por la enseñanza. Colaborar en la formación de las personas era una manera eficaz de paliar la pobreza.