Los ojos de la verdad

Capítulo 4

El resto de horas de trabajo pasaron rápido mientras trataba de escaparme de Mel, quien estaba segura de que esa noche me convencería para salir con sus amigos. ¡Qué equivocada estaba! Me sentía mal por ella, por ponerle siempre excusas o darle largas, pero es que no soportaba a sus amigos. Era demasiado básicos. Tenían veintipico años y, sin embargo, los niños que jugaban con el balón frente a mi casa eran más maduros que ellos.

Los clientes se fueron yendo y llegó la hora de salir. Un último intento de Mel y sería completamente libre para irme a mi casa y estar tranquila.

—¡Venga ya, Len! Hoy tienes que venir sí o sí.

Comencé a toser.

—Creo que estoy incubando algo...

—¡Por eso! Así si te pasa algo estás acompañada. Además, así hidratas tu garganta, que esa tos tiene mala pinta.

Le dediqué una sonrisa burlona. Sabía que mi excusa no había quedado creíble, pero aún así. No quería ir. No quería perder mi noche con esos tipos. No entendía por qué Mel se juntaba con esa clase de gente, pero en cierto modo ella no discriminaba. Se juntaba con todo el mundo. Se apuntaba a todos los planes. Y eso me enloquecía. ¿Por qué no podía darse cuenta de los peligros?

—En verdad, tengo plan...

—¿Tú?

Su pregunta me ofendió. Vale que no fuese la persona más sociable del mundo, pero de ahí a sorprenderse de que tuviese planes... No es como si yo nunca hiciese nada o no tuviese con quién juntarme...

—Sí, yo.

—¿Y con quién? —preguntó ignorando el hecho de que mi cara demostraba lo mal que me había sentado su comentario.

—Conmigo.

Esa voz me sobresaltó.

Pensaba que todos habían abandonado ya el bar. Pero ahí estaba él con su deslumbrante sonrisa, tras de mí entregándome la cuenta con, como de costumbre, una propina descomunal. Seguramente ese había sido el motivo por el que este juego entre nosotros había comenzado. Necesitaba dinero, sus propinas siempre eran muy generosas y nunca se extralimitaba.

Después, simplemente me había gustado el juego y, aunque hubiese dejado de darme propinas, seguiría jugando con él.

Mel nos miró atónita a los dos. Pude imaginarme las ganas que tenía de chillarme por no habérselo contado y lo mucho que se estaba conteniendo para no hacer comentarios que seguramente me avergonzarían.

—Está bien, pasarlo bien, yo cierro —dijo con el tono más serio y educado que le había escuchado en la vida.

Tuve que esforzarme para no soltar una carcajada.

Le di dos besos y salí del bar junto a mi cliente vip.

—Muchas gracias por salvarme.

Él se limitó a sonreír y a caminar junto a mí.

—Bueno, yo ya me voy a casa. Nos vemos la semana que viene.

Levanté la mano a modo de despedida y comencé a andar rápido antes de que me dijese nada.

El chico era encantador y me había salvado, pero no lo conocía en absoluto. No creía que fuese una buena idea caminar por esas oscuras y solitarias calles con un desconocido. ¿Y si era un psicópata? Mejor tenerlo en el bar en un entorno controlado.

Caminé a toda prisa deseando llegar cuanto antes a casa, cuando noté que alguien me seguía. Me llevé las manos al bolso, saqué las llaves y las apreté en mis manos con todas mis fuerzas como si ellas pudiesen salvarme de cualquier cosa.

Quería girar la cabeza y cerciorarme de que eran imaginaciones mías, pero me aterraba la idea de que al voltearme ahí estuviese él acechándome. Así que tan solo aceleré más y más el paso.

—¿Una mala noche?

Como acto instintivo, alcé las llaves y le amenacé con ellas hasta que vi la sonrisa divertida del chico con el que me había cruzado antes. El demonio. 

—Ay, ¡joder! ¡Me has asustado! Pensaba que eras...

No terminé la frase. ¿Qué le iba a decir?, ¿un cliente encantador del que no se nada y que he imaginado que podría ser un psicópata acosador? No, no parecía la mejor explicación. Pensaría que estaba loca de remate.

—No era mi intención, pero te avisé de que volveríamos a vernos.

Le miré confusa. ¿Debía sentirme asustada? ¿Sí, no? Eso era lo lógico. Y, sin embargo, no me sentía así en absoluto.

—No puedes acechar a las chicas en medio de la noche. ¡Podrías haberme infartado!

Él volvió a reírse. ¿Pero qué le hacía tanta gracia?

—¿Te vas a casa ya?

Afirmé con la cabeza y comencé a caminar de camino a casa. Él decidió acompañarme.

—Es viernes.

—Sí y mañana sábado. Me sé los días de la semana —respondí algo seca.

Sinceramente no sabía cómo se lo tomaría. Su compañero casi me había ahogado, por lo que estaba claro que no eran personas con quienes jugar, pero me salía natural.




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