Los Ojos de los Árboles

Capítulo 3: Corre

Fui la única tonta, junto con el idiota cuyo nombre no conocía quienes nos quedamos como venados aterrados en medio de la carretera, viendo la maldita carnicería sobre el encino blanco. Quise correr, pero algo me lo impedía. El chico se quitó de encima la porquería con las manos, soportando las arcadas. Me miró con el rostro bañado en podredumbre, horrendo y vomitó. Al volverme, reafirmé la sensación de soledad que dejó el equipo al regresar sobre sus pasos, estábamos indefensos, nosotros dos con solo el arco y las pocas flechas que colgaban de la mochila del muchacho. Habrían sido otros dos arcos y muchas más flechas de no ser porque desaparecieron con sus portadores. La neblina se había cerrado a nuestro alrededor. No supe cuánto tiempo había pasado, algo en mí se había roto al mirar las cuencas vacías de Lucía. Caí de rodillas y me eché a llorar. El chico frente a mí me pegó una cachetada tan fuerte que me dolió el cuello. 

—Si vas a comportarte como una niña más vale que regreses al campamento, desde el principio has sido patética con tu especialidad. Apenas puedo creer que te hayan dado esa insignia. —manchó con el dedo bañado en porquería la insignia cuadrada de una pata de lobo que yacía cosida en la banda café que me atravesaba el pecho. 

Me sorbí los mocos. Tenía razón. Cavilé la primera vez, pero habíamos encontrado sin querer parte del cuerpo de nuestra compañera. Me puse de pie, temblando de nerviosismo. 

—Regresemos al campamento —dije con lo poco que me quedaba de dignidad. 

—Nada de regresar, apenas salimos. Bajemos el cuerpo y busquemos la otra parte. No debe estar lejos —dijo el muchacho extrayendo una cuerda que colgaba de su hombro. Con algunas vueltas certeras le vi enganchar el arillo en el brazo amoratado de la Líder para jalarlo. El cuerpo cayó pesadamente repartiendo gotas de podredumbre alrededor. El muchacho lo verificó de cerca a pesar de la peste que emanaba del mismo y el enjambre de moscas que se alimentaba, ávido, de la carne podrida. 

—No sé qué pasó aquí pero aún conserva su ropa intacta, como si le hubieran partido por la mitad aún con vida —dijo para luego echarse a andar, rebuscando entre los matorrales. 

Guardé un bochornoso silencio y me dediqué a seguirlo 

—Mira, niña, soy mejor rastreador que tú. Encontré un celular —alzó el aparato cubierto de sangre seca. Me acerqué, inclinada por el malestar que me ocasionaba el olor a carne podrida. 

Afortunadamente tenía batería pero era imposible desbloquearlo de momento. La pantalla de inicio tenía el fondo con la flor de lis, símbolo de la hermandad Scout. No pude saber a ciencia cierta de quién sería el aparato. 

—En serio deberíamos volver… eh… ¿cómo te llamas? —pregunté tontamente, aquello hizo que me sonrojara de pena. 

—Elías, niña, ¿tú cómo te llamas? 

—Marcela. 

—Bien, no te llamaré por tu nombre porque hasta tu nombre me parece tonto. Ahora sigue las pistas para dar con la última parte de este feo rompecabezas. 

Me incliné para ver el suelo, buscando alguna pista. El reguero de sangre pintaba parte del tronco por la parte posterior, como si algún felino de gran tamaño hubiera subido con su presa a alguna de las altas ramas. No obstante, no había ese tipo de animales en aquel bosque. Tal vez osos, tal vez uno que otro lince pero no se hubiera acercado escuchando el barullo del campamento de cincuenta personas. El tronco no tenía marca alguna de garras, sólo una larga y espesa mancha oscura. Al alzar la vista nuevamente, encontré al bosque más aterrador que de costumbre: un mar de huesos blancos bien clavados en la tierra y el cielo, hechos árboles, tan blancos y cubiertos de ojos que me pareció una cruel jugarreta de la naturaleza aquel diseño. Tragué saliva. Continué buscando pistas. No muy lejos un minúsculo riachuelo escurría entre la hojarasca, dejando un surco con sus limpias aguas. Al pisar, mi pie hizo crujir una caja de plástico pequeña. Se trataba del walkie-talkie de los guardabosques. Lo tomé y traté de hacer contacto con la caseta a unos cuantos kilómetros de distancia, pero sólo escuchamos ese sonido blanco que me causaba una desesperación indomable. 

—Sin respuesta —adivinó Elías quitándolo de mis manos—, eso es más raro de lo normal. Pudo haber pasado que la sintonía se perdiera por el movimiento o que una niña tonta lo haya perdido por equivocación, pero este debió estar en la sintonía correcta, en el canal adecuado, pero no lo está. 

El idiota de Elías tenía la razón, por muy insolente que fuera tenía siempre la maldita razón. Aquello me enfurecía. No sé por qué acababa atendiendo a lo que él ordenaba. 

—En serio, Elías, volvamos. No tiene caso ir más allá, la niebla se está empezando a hacer más densa, pronto no veremos nada y sólo tenemos una hora para regresar. 

—Si quieres devuélvete, te lo he dicho ya varias veces, niña —farfulló inclinando sus pobladas cejas. Su rostro era más grotesco que cuando empezamos la búsqueda. 

—No puedo volver y dejarte aquí, Graciela me dijo que… 

—Graciela es una idiota igual que tú, Marcela Basura —contestó acercándose al riachuelo para lavarse. 

Estaba tan enojada por no poder contra este grandísimo asno que justo en el momento en que había encontrado las palabras para responder su simple y fea ofensa, el chico sacó del agua un zapato de senderismo, aún con un pie cercenado dentro. 

—Empiezo a pensar que un animal no hizo esto —dijo mostrándomelo. 

El corte era fino, sin desgarros ni tendones volando como las otras partes que encontramos. 

—No vamos a terminar de encontrar todas las partes, te digo que debemos volver al campamento, Lucía ya está muerta, no haremos nada si nos ponemos a buscar las partes en este momento. Es terrible y debemos avisar al campamento. 

Por primera vez el muchacho pareció escucharme. Se puso de pie. 

—Está bien, Marcela, volvamos. 



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En el texto hay: muerte, muerte asesinato, entes paranormales

Editado: 14.07.2020

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