ALEXANDRA
Llegamos a la tienda de Maya y me senté pesadamente en su oficina. Me sentía cada vez peor, confundida y desesperada. Tan solo ayer había ido a clases, Bill y yo habíamos compartido un lindo momento; pero, luego, fui atacada por una criatura horrible y, cuando recuperé el sentido, me encuentro con que el chico que conocí en Suecia no es lo que parece ser… Había dicho que soy su pareja, ¿Qué significa eso? Y, ¿Por qué eso causaba un aleteo de alegría en lo más profundo de mi ser? Debo de estar loca.
–Ten, bebe esto –dijo Maya entrando y ofreciéndome una taza.
Era un té de un color rojo, me quedé observándolo aun sin decir palabra y sintiendo como calentaba mis manos. El resto de mí se sentía helado, podía detectar el olor del té con sorprendente claridad y fuerza, pero mi mente estaba en blanco.
Bebí por el simple hecho de hacer algo sin saborear lo que bebía. Noté en mi mano izquierda una marca. Detallé bien que era y casi lanzo la taza al piso por la sorpresa, derramé un poco del líquido sobre mi pierna. Tenía un tatuaje de una media luna en el dorso de la mano izquierda cercano al pulgar, parecía hecho de diamante y, para ser un tatuaje, era muy realista. Creo que si hubiera pasado mi pulgar por él, habría sentido la dureza del diamante.
–Ay, no –susurró Maya. Levanté la vista hacia ella y vi que me observaba fijamente, específicamente a mi mano donde estaba el tatuaje–. Esto no es posible –parecía murmurar para sí misma, cayó sentada en una silla frente a mí.
–¿Qué no es posible? –grazné alterada–, ¿Que mágicamente haya aparecido un tatuaje en mi piel? ¡Porque estoy muy segura que no hice eso! –mi voz iba en creciente con cada palabra, los ojos de Maya abriéndose cada vez más con mi arrebato.
–Ok, tranquila –dijo, pero no se veía para nada tranquila ella misma al decirme eso–. No es algo malo, ¿sí? –me ofreció un intento sonrisa que me hizo fruncir el ceño–. Bueno… No para ti al menos –murmuró entre dientes.
–¡Nada de esto es bueno, Maya! –continué alterada, ella parecía no saber cómo lidiar conmigo–. No sé ni cómo sentirme, no sé qué pasa conmigo. Todo se pone de cabeza y todo empezó ayer con ese cadáver horrible.
–¿Cadáver? ¿¡Qué cadáver!? –preguntó alarmada. Oh, genial.
Volteé mis ojos con exasperación y me negué a responder. Me puse en pie dejando la taza a un lado, no había tomado mucho de su contenido realmente. Fui a agarrar mis cosas cuando me di cuenta que todo se había quedado en casa de Bill, gruñí.
Me llevé la mano a la frente pensando, ¿Cómo fui tan tonta para olvidar todas mis cosas? Aunque, en realidad fui arrastrada afuera. Miré a Maya y está ahora se veía triste, pero mis ánimos se habían ido al demonio así que extendí bruscamente una mano hacia ella.
–Préstame tú teléfono, olvidé todo en casa de Bill y necesito llamarlo. –dije, soltó un respingo y buscó entre sus cosas hasta extenderme su teléfono.
Marqué rápidamente y, no habían pasado ni cinco segundos, cuando escuché su voz al otro lado de la línea. El simple sonido causó un aleteo en mi pecho, no entendía para nada hacia donde se querían dirigir mis sensaciones en estas últimas horas.
<< ¿Ja?>>
–Bill, soy yo.
<<¿Alex? por todos los santos, ¿dónde estás? No logro detectarte>> Se escuchaba alarmado y aliviado a la vez, fruncí el ceño con sus palabras.
–Estoy bien, tranquilo –me apresuré a calmarlo–. Olvidé mis cosas en tu departamento. Estoy en la tienda de Maya, pero voy de salida. Quiero ir a casa –dije, mi cuñada me dio una mirada alarmada sin hacer comentario, pero la ignoré.
<<Ok. Mándame la dirección y espérame allí, voy en camino>>
–Vale –colgué y le envié la dirección por mensaje de texto, le devolví el teléfono a Maya y me acerqué a la salida de la tienda.
–Alexandra, espera –dijo agarrando mi brazo para detenerme.
– ¿Qué? –dije cansadamente–. No te entiendo, Maya. Dices protegerme y todas esas cosas, pero solamente pones cara de pocos amigos cada vez que Bill anda cerca –levanté la mano deteniendo lo que ella estaba a punto de decir, estaba cansada de sus excusas sin sentido y comenzaba a molestarme–. Sé que no confías en él, aunque sigo sin entender el porqué; sin embargo, yo sí confío en él, yo… –me corté abruptamente al haber estado a punto de decir que lo quería, no necesitaba echarle más leña al fuego.
Escuchamos como se abría la puerta de tienda, me solté de su agarre y salimos de la oficina. Bill entró bastante molesto y alterado. No eres el único, pastelito. Se acercó a mí ignorando a mi cuñada y no lo pensé dos veces, me lancé a sus brazos y le rodeé el cuello con los míos. Su altura no ayudaba en nada, pero me sentía como si finalmente estuviera en casa. Era extraño, todo en mí se calmó y la molestia de hace unos minutos ya no estaba. Cada centímetro de mi piel clamaba por él y se relajaba al tenerlo cerca.
–Entiendo cómo te debes de sentir con esta situación, pero debes entender que también son cosas que no controlo –dijo Bill sobre mi cabeza. Levanté la mirada observando que se dirigía a Maya, ¿De qué hablaban? Ella tenía una mirada de derrota y, aun así, allí estaba el desagrado por Bill.