Los pecados de nuestra sangre

Capítulo 1 Ep. 1

 

La prisión no era tan mala.

Ciento cuarenta años. Le habían dado ciento cuarenta años de condena.

«Pudo ser peor», intentaba convencerse. «Pudo haber sido mucho peor», pero ahí estaba, apenas llevaba un par de meses. Unos cuantos miserables meses. 

Sabían por qué estaba allí, pero eso no intimidó ni les inspiró el mínimo respeto a los demás convictos. Así que tuvo que defenderse, cuidarse la espalda día y noche. Golpear, sangrar, amenazar. Estaba bien con eso. Podía soportarlo. A estas alturas ya estaba acostumbrado. Sabía cómo eran los prisioneros, cómo se comportaban y lo despiadados que podían ser unos con otros. Aion había estado en varias peleas durante estos meses. Había luchado contra ellos uno a uno, por cigarrillos o por seguir con vida, nunca por diversión. Había luchado contra ellos unos pocos contra él solo, cuando no se dejaba dominar por los grupos... se había enfrentado a otros asesinos. Era capaz de manejarse a sí mismo, era el que dominaba en las peleas la mayor parte del tiempo.

Perro Rabioso, lo habían apodado. Un nombre digno, para un auténtico asesino.

Aion ni siquiera sintió que lo estaban halagando. No lo hacía sentir mejor, solo lo irritaba más. Odiaba esos estúpidos apodos, pero en el fondo no le importaba, ya no sentía nada.

No había nada para él allí, nada que pudiera hacerlo sentir vivo. Él solo estaba haciendo las cosas por inercia, tratando de sobrevivir en ese lugar. No había nada más para él, ahora vivía en un puro instinto de conservación, ahora vivía como una bestia. No era una persona normal, no era como los demás.

La prisión era un infierno, uno que tenía bien merecido. Dios nunca había estado con él. Él no era ningún redentor... Era un asesino enfermo, pagando una condena. Ciento cuarenta malditos años. Y apenas había empezado.

Pero no estaba tan mal.

Gabriel había muerto, Dante había desaparecido. Sebastian podría estar muerto también y Gris…

Ella.

No tenía idea de dónde estaba ella. En Europa, tal vez. Escondida de él. Tenía pensamientos sobre ella que lo estaban perturbando... Le había arruinado la vida. Pensaba que la había enfermado y que podría estar internada en algún centro psiquiátrico; o que podría estar muerta y él nunca se habría enterado.

Escupió a un lado.

Él podría haber estado en un centro psiquiátrico para criminales. Y reventó de ira cuando se dio cuenta de que no podría sobornar a ningún juez, ningún abogado.

Al menos le quedaba ese consuelo. Era asquerosamente rico. Pero ¿de qué le servía el dinero si aún estaba en la cárcel?

Aion se había armado de coraje. Perro Rabioso se había hecho de algunos aliados.

Tenía a Wally, un chico escuálido, de veintipocos años, acusado de matar a su padrastro abusivo. No es que Wally fuera de gran ayuda..., más bien, Aion en un impulso casi paternal, algo completamente opuesto a su natural apatía, lo había hecho su protegido, lo defendía de los más abusivos. Le había agarrado apego al chico, aunque sin saber por qué.

También estaba Nabil. En realidad odiaba a Nabil, porque el hombre le recordaba a Eric Ross. Era grande, y de movimientos toscos, fornido. Un tatuaje de una serpiente se enroscaba en su calva cabeza. Le había pagado con cigarrillos y la mitad de su vianda diaria de comida a cambio de mantenerlo alejado de problemas, pero hacía un buen tiempo que Nabil había dejado de cobrarle y había decidido permanecer cerca de él.

Por último tenía a Esteban. Un muchacho homosexual que vendía drogas a sus clientes en un club nocturno. Esteban era muy feo, con un rostro desgraciado. Sus profundas ojeras negras y marcas en sus brazos, la córnea de sus ojos siempre amarilla y sus dientes manchados le hizo darse cuenta de que consumía de las pesadas: heroína..., meta, y todas esas porquerías.

Aion los miró a todos y a cada uno de sus nuevos "compañeros". Luego apartó la mirada de ellos, enfocándose en su comida una vez más. No confiaba en esa gente. Por la forma en que lo miraban, por la forma en que le hablaban, por la forma en que se comportaban, no podía confiar en ellos. Todos allí eran criminales, ladrones, terroristas y asesinos que mataban por diferentes motivos.

Si Aion siguiera siendo ese Aion, ya los habría matado.

Qué mierda… los habría matado a todos cuando llegó a ese lugar. Pero tenía que comportarse si tenía la posibilidad de salir antes, aunque no era seguro. Probablemente se pudriría en ese sitio.

Ya no había paciencia. Tan sólo un par de meses de la misma miseria, la misma comida, los mismos pensamientos, y ya empezaba a ser demasiado. Los días comenzaron a sentirse más largos, las noches más vacías y solitarias. Aion estaba allí, rodeado por los gruesos muros de la prisión. No podía soportarlo más, ni mucho menos pensar que su condena apenas había empezado... Comenzó a idear un plan.

⸺Oye, Rabioso, ¿cómo estás? ⸺preguntó Esteban.

Aion alzó las cejas.

⸺Estoy bien ⸺murmuró sin quitar la mirada de su plato. No quería hablar con él, ni con ninguno de los otros "amigos" que había hecho en la cárcel. Pero debía hacerlo. Aion continuó⸺: No me llames «Rabioso».




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