Ella aún no había terminado.
La última vez que se había reunido con Gabriel, el hombre se había rehusado a sus perversas peticiones. Y, a decir verdad, estaba asombrada de que un sanguinario mercenario como él se negara rotundamente a lo que ella le había pedido, incluso un poco alterado por la idea.
Pero ahora que Gabriel estaba muerto, nada le impedía a la hermosa mujer llegar hasta aquello que él trató de esconder de su mirada, aquello que Gabriel intentó proteger sin éxito. Ya no había barreras entre ella y lo más preciado en este mundo para el hombre de Inteligencia más astuto y poderoso que había conocido.
Si era realista, estaba sorprendida del hecho de que Gabriel había sido asesinado por una pequeña máquina homicida que él mismo había creado, y había cuidado con mucho amor e interés por tantos años. Y, si no fuera porque en el lugar del que ella venía las noticias del inframundo de criminales eran tan sensacionalistas, no lo hubiera creído del todo; pero ahí estaba: frente a la fría lápida de Gabriel Samaras.
⸺Querido mío[1], nunca fuiste bueno para hacer y mantener a los buenos amigos, ¿verdad? ⸺le dijo en un tosco acento eslavo a la piedra de granito blanco, pulcra y perfecta, sin ninguna fotografía, sin leyenda, donde solo yacía un puñado flores secas.
Una pequeña mueca de respeto y anhelo se deslizó en sus perfectos labios cobrizos. Su refinado sombrero ocultando la mitad de su rostro afilado.
Pensó que, si Gabriel ahora estaba muerto, nada le impedía llegar hasta su único, especial, y amado sobrino. Y, si no se hubiera esforzado en llegar hasta la frígida ciudad de Wintercold y en invertir tiempo y costosos recursos en obtener la información que necesitaba, nunca habría llegado a dar con «Aion Samaras».
Aquel nombre le parecía entrañablemente encantador. Idea de Gabriel, sin duda. Le atraía la exclusividad y la excentricidad que le provocaba. Ella y Gabriel eran iguales en tales aspectos.
No cabía duda de que Aion Samaras era muy valioso, la pertenencia más preciada de Gabriel hasta que perdió el control sobre él.
La señorita Ego le pidió a su joven asistente que le acercara el ramo de numerosas rosas azules y rojas que, en el lugar del que ella provenía, representaban nobleza y sangre, y la depositó en la tumba de su amigo y ex amante. Luego sacó un pañuelo de seda blanco teñido con labial cobrizo, recuerdo de un pasado que habían compartido, y se dio la vuelta para irse, dispuesta encontrar al siguiente Samaras en la lista que la iba a ayudar a cumplir su objetivo.
[1] Dragi moj: lo pronuncia en serbio y significa “querido mío”. En español se pronuncia como “draguimoy”.
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Editado: 10.12.2024