⸺Dios mío.
Sam deslizó la correa de su hombro y dejó su rifle junto a la puerta. Arrastró los pies hasta la destartalada nevera: había una lata de cerveza con el gas desvanecido, y un frasco de mermelada con algo negruzco formándosele en la superficie. Arrugó la nariz y cerró la puerta de nuevo.
Miró alrededor a la nueva adquisición inmobiliaria. Por el cartel oxidado de «PROPIEDAD PRIVADA - PROHIBIDO PASAR» que estaba en el alambrado que rodeaba la entrada, supo que no había nadie viviendo ahí desde hacía un buen tiempo.
Suspiró profundo y se puso a sacudir unos cojines que estaban sobre un sillón beige. Se veía cómodo, al menos para un superviviente empapado en sudor y sangre, con pólvora metida en sus zapatos y mugre en su trasero. Había recorrido kilómetros, para llegar hasta ahí, parando sólo para recoger algunas bayas silvestres y un poco de agua de lluvia estancada.
Son etapas, pensó. Había sido enfermero, estudiante, asesino, millonario, convicto, fugitivo, padre, y ahora un salvaje.
Si Morfeo no estuviese con él, pensó, perdería por completo la habilidad del habla, comenzaría a olvidar el lenguaje, o inventaría uno nuevo. Sonrió con sorna. Se adentró en el bosque de coníferas y caminó hasta que había oscurecido, y ahora allí estaba: era un Homo sapiens hambriento, con frío y mucho sueño.
⸺Ven aquí, chico. Vamos a tomar una agradable siesta sobre este esperpento con forma de sillón ⸺invitó a Morfeo; el perro olfateaba cada esquina de la sala sin ganas, parecía tan decepcionado por la nueva vivienda como su dueño lo estaba. Él le sonrió⸺. Hoy no hay cena, compañero.
Sam se dejó caer en el sillón como si su alma hubiese abandonado su cuerpo en ese momento. No le importó el sonido que hacían las «lauchas» en la cocina abandonada a unos metros más allá de la sala. Sonrió sin razón.
⸺Mañana... ⸺murmuró con los párpados pesados mientras Morfeo se hacía un hueco en el sillón—. Mañana será mejor, lo prometo. Te conseguiré la mejor carne de conejo que hayas probado en tu vida, pero ahora déjame soñar con cosas felices, ¿eh, amigo?
A la mañana siguiente registró la casa entera. Se dirigió al baño y halló su reflejo. Su bendito pelo crecía como maleza. Su color natural había reemplazado el rubio desaliñado que había conseguido al volcarse un frasco entero de peróxido de hidrógeno, limón, manzanilla, y demás enjundias que prometían aclarar su tono.
Chasqueó la lengua y tomó una navaja para cortarse el cabello. Le dolía como el demonio mientras tiraba de su pelo y apretaba los dientes al cortar, pero al cabo de varios minutos pudo quitar ese tono anaranjado espantoso hasta que su cabello volvió a ser completamente negro.
⸺Bueno, ahí estás ⸺le dijo al Aion del otro lado del espejo, y se miró a sí mismo hasta que empezó a desconocer su propio rostro. Por suerte, había mantenido su barba afeitada hasta entonces, y al menos no tenía que intentar rasurarse con una jodida navaja.
Oyó el tenue traqueteo de las garras de Morfeo acercándose por el pasillo hasta que el can se detuvo en el medio de la puerta, Sam lo vio desde el reflejo. El animal giró su cabeza como si no lo reconociera en absoluto.
⸺Soy yo, compañero. ⸺Le sonrió⸺. Solo tú y yo.
Morfeo se lamió el hocico, indiferente con su nuevo aspecto, y regresó a la sala aburrido.
Sam salió del baño momentos después, tomando el rifle y metiéndose en la espesura del bosque con Morfeo siguiéndolo. Tuvo la sensación de que podría comerse un venado entero o luchar contra una jauría de lobos hambrientos por carne de jabalí. No le temía a nada ni a nadie desde que Gabriel había muerto.
Su amigo canino exploraba los alrededores mientras él se mantenía alerta, con el rifle listo para dispararle a lo que sea que se moviera. Verificó la posición de Morfeo por la mira telescópica y avanzó en la dirección contraria sin hacer ni un sonido.
De pronto avistó a un enorme mamífero. Apuntó con su rifle y vio que el animal era completamente negro. Estrechó los ojos y comenzó a caminar lentamente hacia él. Oyó quebrarse una rama debajo de su pie y se detuvo de inmediato. El animal no parecía advertir su presencia. Siguió avanzando. Su estómago rugía y empezaba a salivar. Tragó con fuerza.
«No es carne de conejo, amigo, pero esto...»
Sus pensamientos se detuvieron cuando oyó pasos detrás de él. Apretó un poco más el agarre de su rifle sin querer apartar la vista de su almuerzo con patas, pero tuvo que hacerlo. Volteó rápidamente y vio un lobo parado justo frente a sus ojos. Sam frunció el ceño hacia la bestia y tragó saliva nuevamente, los dos inmóviles.
«Gato por liebre... no me parece justo», pensó. Seguramente su almuerzo se estaba marchando en ese mismo instante.
De pronto su visión se tornó confusa. El lobo empezó a mostrar sus dientes afilados y él se preparó para disparar, hasta que se percató de algo: no podía haber tal cosa como venados y lobos en ese pequeño bosque encantado. Entonces parpadeó y abrió bien los ojos, encontrando a Morfeo, expectante.
Exhaló el aire lentamente mientras bajaba el rifle.
⸺Tampoco tuviste suerte, ¿verdad? ⸺le preguntó al can. Morfeo sollozó y Sam frunció el ceño cuando lo vio acostarse en el piso y cubrir su rostro entre sus grandes patas⸺. ¿Qué sucede? ⸺preguntó alarmado, y volteó a ver qué lo había angustiado tanto.
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Editado: 10.12.2024