Era irónico que a pesar de que no dormía lo suficiente, a la noche el sueño jamás se le presentase. Después de una larga jornada haciendo lo que se debía hacer, el sueño para cualquiera podía ser una recompensa, pero no para él. Aunque no estaba seguro si era mejor tener pesadillas o permanecer despierto y regresando al pasado.
Aion sostenía un revólver en sus manos. Rodaba en su cama sin poder pegar un ojo, hasta que vio a Sebastián durmiendo. Suspiró frustrado, se sentó con sus ojos fijos en su amigo, y alzó el arma, apuntándolo. Dejó que los monstruos del pasado invadieran su mente. Los gritos, lágrimas, sangre y dolor de sus víctimas se amontonaron en su consciencia, haciéndole encorvar la espalda.
Aguantó hasta que el ruido dentro de su cabeza se tornó insoportable y apretó el gatillo. Justo entre sus ojos, su lugar predilecto para una pequeña bala de plomo. Sangre y sesos escupieron la pared detrás de su cabeza, y una laguna importante comenzó a manchar las sábanas gastadas de Grey’s anatomy que Sebastián era tan reacio a abandonar.
Aion estudió con detenimiento el agujero cuasi perfecto que había dejado la bala y suspiró con un sentimiento dulce en el pecho. Entonces cerró los ojos con fuerza y los volvió a abrir lentamente. Sebastián seguía dormido, por supuesto. El arma había sido descargada hacía tiempo. Siempre la mantenía así, dentro del cajón negro escondido debajo de su cama.
Sopesó el artefacto que aun sin balas pesaba bastante, y la paseó de una mano a otra. Era un premio o un castigo, dependiendo de quién lo interpretase, pero para él era un recordatorio de lo que había hecho unos diez años atrás. La guardó en su sitio y se tumbó en la cama de nuevo, sus ojos encontrándose una vez más con Sebastián. Su respiración era lenta y regular.
Aion apretó los labios y jadeó con frustración. Era por culpa de Sebastián que se había puesto a pensar en cosas tan sombrías por enésima vez en lo que iba del año, mientras su compañero ni siquiera sabía sobre sus pensamientos negros por la noche, y sin tener idea de que él acababa de dispararle con un revólver sin balas. ¿Cómo podía seguir durmiendo? Tan vulnerable, pacífico… Aion envidió la gracia de Morfeo, dios griego de los sueños, sobre su amigo.
Sebastián transitaba su quinto sueño REM y roncaba, como era usual, y él rumiaba lo que habían hablado, como era usual también. Todavía había tres porciones de pizza en la caja sobre una silla y Sebastián sostenía media botella de cerveza caliente en su mano.
Habían «festejado» que Seb pronto iba a graduarse y se marcharía para ser el terapeuta de su pequeño hermano llamado Owen, dejando a Aion completamente solo. Se le había hundido el estómago, pero fingió que no le importaba.
Apartó los pensamientos y miró el cielo a través del tragaluz. Las imágenes pasaban frente a sus ojos, pero él no les prestaba atención. Apenas reparó en las gotas de rocío que se condensaban en el vidrio y encontraban el camino hacia adentro, goteando y salpicando su mejilla.
Se quitó la sensación fría y notó la hora, eran las cuatro de la madrugada. Frustrado y resignado a que ya no dormiría, fue a darse un baño. Cuando salió de la ducha, exhaló el vapor tibio, mordiéndose el pulgar y se sentó en su escritorio a leer un libro de ficción de una autora novel de la ciudad que empezaba a gustarle.
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Editado: 06.09.2024