—Así que… ¿Te fuiste a divertir y no me invitaste? —preguntó Sebastián a la mañana siguiente, sentado desde su cama—. Eso fue muy cruel y bajo.
—Ya te dije que nosotros dos tenemos un concepto distinto de diversión —gruñó Aion con la voz de lija sofocada y un dolor de cabeza insoportable.
El resplandor del sol le quemaba en toda la cara, y al abrir los ojos quedó tan ofuscado que se cubrió el rostro con la almohada, negándose a enfrentar ese día a nada ni a nadie.
—No me dijiste a dónde ibas… —oyó a Sebastián aburrido.
—Como si te importara.
—Sabes, a diferencia de ti, la mayoría de las personas sienten algo que se llama «empatía» —empezó Sebastián—. Pero tal vez no sepas cómo funciona, así que deja que te lo explique.
—No necesitas explicar nada, Sebastián, sé lo que significa.
—La empatía es ponerse en el lugar del otro, pensar en cómo te sentirías en los zapatos de alguien más para poder demostrar apoyo o brindar ayuda —dijo de todos modos, haciéndole entornar los ojos—. ¿Te suena? ¿Preocuparte por alguien más?
—No fastidies, Seb. —Aion lo espió por la rendija que se formaba entre las almohadas que cubrían su cabeza. Sebastián se puso de pie y luego se acomodó en la silla junto a su escritorio, un poco más cerca. Parecía preocupado. Aion se enderezó de inmediato, cosa que le hizo arrepentirse debido al mareo y el dolor palpitante en sus sienes—. ¿Por qué deberías preocuparte por mí? —preguntó.
—Porque eres mi amigo —murmuró Sebastián cabizbajo, tragando saliva repetidas veces antes de mirarlo con una patética sonrisa—. No importa. Ya me tengo que ir.
—Gracias a Dios. Son buenas noticias. —Aion intentó bromear para esfumar la tensión, pero esta vez Sebastián no sonrió—. Hum… Escucha, si vas al supermercado, ¿puedes…?
—No, Aion. —Sebastián lo interrumpió con severidad—. Me voy.
No le gustó para nada cómo Sebastián dijo aquellas palabras. El cosquilleo en su espalda y las manos rodeando su cuello comenzaban a sofocarlo como cuando entraba en pánico.
—¿A qué te refieres con «me voy»? —inquirió Aion alarmado. Sebastián exhaló, sus hombros siguiendo la moción de su suspiro mientras dirigía su mirada hacia la puerta. Aion siguió la línea de su visión, y notó las numerosas valijas acomodadas a la orilla del pasillo—. Sebastián… —Se apresuró a levantarse de la cama para enfrentar los ojos culpables de su amigo—. ¿A dónde vas? ¿Por qué te vas? ¡Aún no ha terminado el año!
Sebastián parpadeó perplejo.
—Amigo, en serio no puedo dejar ir esta oportunidad. Voy a terminar mi carrera en Bennington para estar con mi hermano.
«Tu hermano —pensó Aion mientras lo miraba con una seriedad funesta—. ¿Te quedarías aquí si me deshago de tu pequeño hermanito enfermo?». Tembló ante aquel pensamiento, no por la naturaleza del mismo, sino por la posibilidad de ejecutarlo. ¿Podría él hacer eso? ¿Era rentable costearse un viaje a Bennington y mantener a Sebastián por seis meses más? Al menos eso le daría tiempo para conseguir a un reemplazo…
—Pero no puedes irte —comentó mientras analizaba concienzudamente ese riesgo.
¿Qué contras tendría?: tener que contener a un Sebastián devastado por la muerte de su hermano, una posible depresión postraumática, quizá querría irse a lo de sus padres para estar cerca de su familia…, sería un fracaso. Pero era muy injusto. El dinero se había acabado y ahora, cuando lo necesitaba más que nunca, Sebastián le decía que se marchaba.
—Perdóname, Aion, pero es una decisión que sobrepasa mi voluntad —dijo Seb, afirmando sus manos sobre los hombros de Aion.
—Todavía no puedes irte —replicó en un tono casi amenazante que hizo que Sebastián frunciera el ceño, y Aion añadió—: ¡Tenemos un contrato!
—¿Eso es lo único que te preocupa? Te digo que me voy, que tal vez no vuelva por un buen tiempo, ¿y a ti solo te importa el contrato de la renta?
—¡Es que no entiendes!
—No, ya veo que no. —Sebastián se hizo a un costado, ofendido—. Y no te preocupes por el contrato, ya le pagué mi mitad del mes al contador —continuó, alzando sus cosas con prisa mientras él lo seguía hasta la salida.
—¿De esto es lo que querías hablar? ¿Esta era tu sorpresa? ¡¿Dejarme solo?!
—¡Es lo que querías! —Sebastián volteó en la acera y le gritó con cólera. Aion cerró la boca, perplejo por su actitud. Por la calle se aproximaba un taxi que se detuvo justo frente a ellos. Aion vio al taxista sonreírle, ingenuo de la situación que se desplegaba entre ellos y Aion volvió sus ojos a Seb. Su voz tembló:
—Tú de mí no sabes nada —sentenció y cerró de un portazo.
El estrépito sirvió para intensificar la migraña en su coronilla y el mareo que sentía. Aion corrió descompuesto al baño sin llegar a tiempo y terminó vomitando en medio del pasillo, maldiciendo.
«Es por eso que no bebes», le habría dicho Sebastián, si no acabara de largarse, cosa que le hizo renegar con fastidio. ¿Cómo diablos pensaba que él podía pagar ese miserable lugar y las expensas solo? Su vida se estaba yendo al mismísimo demonio.
»Idiota, siempre fuiste un idiota y morirás siendo un imbécil, idiota —murmuró, limpiándose con el dorso de la mano y se echó a andar mareado hasta el dormitorio.
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Editado: 06.09.2024