Los días pasaban rápido con Gabriel. Su presencia marcó un claro antes y después en la vida de Aion. Solo con Gabriel pudo notar la monotonía en la que se estaba hundiendo antes de que él llegase, con todo lo que eso implicó.
Hablaban del gimnasio y los vastos recursos de los que Gabriel disponía, hablaban de Wintercold y su miseria materialista; y hablaban de la vida. Sobre todo, hablaban de las pequeñas cosas ordinarias de la vida: de comidas, de su próximo cumpleaños, Navidad y Año Nuevo, nuevos deportes qué probar, los viajes que harían… Pero, además, hablaban de las reglas que debía cumplir cualquier criminal.
No importaba de qué tema se tratase, todo fluía de forma natural para Gabriel. Uno de esos días, le entregó un móvil inteligente que estaba cifrado, y que no se podía rastrear a menos que la llamada durara más de dos minutos. Tecnología que él mismo había personalizado para que Aion pudiera llamarlo en cualquier momento y sea donde sea que se encontrara, a otro celular idéntico.
Por las noches preparaban juntos la cena. Aion había quedado estupefacto la primera vez que Gabriel hizo un ademán al costado de la piedra blanca de la mesada, y luego luces led se encendieron en un semicírculo que aparentemente era la zona donde debía cocinarse la comida. Le estaba tomando tiempo familiarizarse con la alta tecnología de la casa. Gabriel asaba la proteína y él se encargaba de las ensaladas.
Por las mañanas después del gimnasio, Aion concurría seguido al jardín trasero a buscar insumos mientras miraba con sátira las filas de árboles y arbustos frutales, aromáticos, y las verduras listas en el invernadero. Pues no le había creído a Gabriel cuando le dijo que él cultivaba y cosechaba su alimento él mismo. El jardín era un maldito supermercado orgánico.
Después de que su tío respondiera a todas las preguntas que Aion tenía sobre su propia investigación, apenas pudo relajarse. Gabriel se esforzaba tanto por agradarle… que era ridículo. Nunca dejaba de hablar. Jamás dejaba de hablar. Y eso por las noches lo dejaba exhausto. Precisaba de mucho tiempo a solas para digerir toda la información que su tío le facilitaba. Cosas que iban desde lo normal: cocinar, principalmente, y hacer ejercicio; hasta lo más oscuro y bizarro: cómo cometer actos ilícitos sin dejar rastros.
Todo era más o menos una lista de pasos a seguir para Gabriel. Todo era automatizado, como su mente automatizada, que le hacía honor a su título como Ingeniero en Sistemas; entre otros oficios de rango militar.
Aion prestaba atención a su tío, que lo había llevado a dar un paseo en su imposible auto, y a la vez recordaba el resto.
«Hay cuatro pasos para que la carne quede bien cocida y sabrosa…»
—Hay cuatro simples reglas qué seguir para que todo salga de manera perfecta… —«Primero, le quitas la grasa al filete, pero no toda, para que no quede seca…»—. Primero: pelo y manos cubiertos, suelas de zapatos planas. ¿Los tomaste?
—Sí.
«Segundo, haces cortes diagonales por encima y luego en la dirección contraria del otro lado. Así penetran los sabores de las especias.»
—Segundo: mejor usar objetos que casualmente no se suelen usar en un asesinato, pero que se esperarían encontrar en la escena de un asesinato.
«Sé que te gustó la combinación de tomillo con miel y mostaza, pero ahora le vamos a agregar algunos sabores de la India.»
—Aunque sé que disfrutas usar todo tipo de armas, lo mejor que puedes usar es tu cerebro y tus propias manos. Hacer parecer que es un accidente. —Gabriel empezó a enumerar con los dedos.
«Un poco de jengibre para reemplazar la pimienta, cardamomo para un poco de dulzor y picantez, el clásico comino, cilantro para darle frescura, y sal».
—El tubo de gas pinchado, una jeringa en la sonda de un enfermo, una máscara de oxígeno que no funciona, un incendio porque alguien olvidó la comida en la estufa, monóxido de carbono inhalado… —Aion miró a su tío con extrañeza. Escucharlo hablar sobre métodos de asesinatos tan casualmente como si hablase de gastronomía, era bastante espeluznante incluso para un asesino con varias muertes encima como él—. Básicamente lo que has venido haciendo… —Gabriel le sonrió con orgullo—. Buen trabajo.
Él asintió, ajeno a la emoción que expresaba su tío, mientras este seguía hablando.
«Tercero, sellas el filete en la plancha, lo doras de ambos lados y luego lo envuelves con papel aluminio. Lo mandas al horno y te olvidas un buen rato.»
—Tercero: derramar la menor cantidad de sangre posible. La sangre deja manchas y huellas. La ropa debe ser desechada igual que el calzado y es muy difícil hacerlo de la manera correcta para que no quede evidencia.
«Y por último…».
—Y por último… —Gabriel se acercó a él de una manera tal, que le envió escalofríos—. Nunca hay testigos. No hay personas, ni cámaras, ni palabras sueltas, ni siquiera murmullos o reliquias que puedas conservar. Todo se hace en la oscuridad, en silencio, encubierto. ¿Entiendes?
«¿Entiendes…?»
—Entiendo —declaró Aion con una actitud tranquila.
—Repasando todo esto de vez en cuando, se vuelve algo natural después de un tiempo, como respirar. Una orden que se repite en el tiempo se convierte en un hábito; y un hábito que se trabaja constantemente se transforma en un instinto.
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Editado: 06.09.2024