El sol está en lo alto, imperante y despiadado, quemando cada centímetro de su piel descubierta.
Aion se alza poco a poco del tocón sobre el que está tirado, descalzo. Sus pies y piernas arden. Diminutas gotas de sangre salpicadas en su piel se deslizan hacia arriba desafiando la gravedad, y se convierten en pequeñas bolitas de dolor agudo. Su vista se aclara y ve cómo las gotas se transforman en pequeñas hormigas rojas que lo devoran. Aion se sacude del tocón asustado, enterrando los pies profundamente en la arena caliente para calmar el dolor de las picaduras. Luego mira por encima de su hombro y frunce el ceño cuando ve cuánto se ha alejado de la residencia donde el señor Amos lo había refugiado. Gris estaba ahí también.
Su estómago arde y las náuseas vienen como una avalancha. Intenta jadear, pero la picazón en la garganta lo obliga a toser. Al principio es apenas un barullo, pero la tos se va intensificando al grado de que su pecho arde también, y lo obliga a vomitar algo sólido que raspa su garganta e intenta escapar. Aion tose sin parar hasta que gotas de sangre tiñen sus manos, y observa fijamente el punto negro bañado en sangre sobre su palma; al moverlo con su dedo, nota que la «cosa» se agita erráticamente. Al prestarle más atención, distingue un insecto. Una especie de mosca del tamaño de una uña que había salido de su garganta. Las ganas de vomitar vuelven, pero no tiene nada más que sacar de su entraña.
Aion escupe el asco a un lado y pronto siente un golpeteo moribundo que proviene del cielo, y va creciendo en volumen a medida que él trata de descubrir de dónde viene.
Tac, tac, tac…
Sus oídos duelen, una voz que lo llama desde la nada.
¿Aion? ¿Estás bien?
Busca alrededor sin ver a nadie en el vasto desierto y otra vez escucha el golpeteo más urgente.
¡Tac, tac, tac, tac!… ¿Aion?
Sin norte ni sur, Aion da vueltas y vueltas. Busca por encima de él y cava un pozo cuando le parece que la voz proviene desde las profundidades de la arena, y cuando alza los ojos, la ve.
Parece una ilusión. Pero su piel, sus ojos árticos que podrían enfriar ese mismísimo desierto, su pelo negro y lacio enmarcando su rostro ovalado y lleno de pequeñas pecas rosadas, son demasiado reales. Demasiado difíciles de olvidar. La mujer que solo conoce por una fotografía vieja guardada en su billetera está frente a él.
—¿Tú eres…? —empieza, pero su voz suena como si intentara hablar debajo del agua. La mujer asiente, llorando de felicidad—. ¿Qué está pasando? —pregunta con el corazón martilleando en su pecho.
—No confíes en él. No confíes en nadie —dice su madre.
Está tan, tan aturdido y mareado.
—Estoy muy cansado —jadea Aion y cae al piso hiperventilando—. Ya no sé qué hago aquí. ¡Quiero estar bien!, ¡quiero…! —le suplica al fantasma—. Quiero desaparecer…
Su respiración se torna trémula y el aire que entra, no quiere volver a salir. Ella acorta la distancia cuando él parpadea. Lilith acaricia su cabello y enjuaga sus lágrimas con el dorso de sus huesudas, pero cuidadosas manos.
Aion apenas puede mirarla a la cara. Un rostro que siempre es ligeramente distinto a la última vez que lo ve. Ella curva sus labios hacia arriba, y toma su rostro entre sus manos. Su contacto es tan real, que Aion no puede evitar pensar que todo va a mejorar, que ella lo ha encontrado, Lilith ha vuelto por él.
—Eres fuerte, Aion. —Ella se pone de pie y lo abandona allí, todavía de rodillas en el suelo—. Siempre has sido fuerte.
—No te vayas —le suplica él cuando Lilith se aleja y una nube de arena la cubre. Aion corre detrás de ella, pero no logra alcanzarla—. ¿Por qué te vas? ¡No te vayas!
Más allá el piso de arena comienza a convertirse en cemento y luego baldosas blancas lo cubren. Aion ve a su madre acercarse a una pared blanca frente a ella y se llena de horror cuando la ve abrir una ventana y sentarse en el alféizar.
—Tranquilo, está bien —dice el espectro, su voz sale distorsionada, sus lágrimas se tornan de un color rojo brillante. Sangre empieza a brotar de su boca—. Estarás bien.
Ella se va de espaldas por la ventana, pero él no la alcanza, nunca logra alcanzarla. El desierto detrás de él desaparece y se ve atrapado en una sala de hospital que se hace cada vez más pequeña mientras oye a una mujer gritar horrorizada a sus espaldas; el sonido le pone los pelos de punta.
Aion traga saliva con fuerza. Sabe lo que pasará. Ahora tiene que voltear, y enfrentar a Helena, la enfermera. Tía Helena grita y solloza mientras sostiene un bebé en sus brazos. Lo sostiene a él.
El espectro se acerca más y más a medida que las paredes los confinan y él aprieta los ojos con fuerza.
—¡No! ¡No! —grita también, cubriendo sus oídos con ambas manos. Los golpes provenientes del cielo son más ávidos ahora, retumbando en su cabeza.
¡Tac, tac, tac, tac, tac!
—¡¿Aion?! —llama Gris desde la puerta, y él despierta angustiado, secándose una lágrima que se había escapado mientras dormía.
—Pasa, Gris, por Dios —jadea sudoroso. Su piel erizada por culpa de esa pesadilla que termina igual cada vez.
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Editado: 06.09.2024