La primera sensación que lo agobia apenas despierta, es un hartazgo producto de la forma en que todo su cuerpo duele. Luego lo acompaña una sensación de vértigo indescriptible, seguida por una alucinación de su cabeza desconectada de su cuello, cayendo infinitas veces al suelo a pesar de que no puede moverse. Oye un lánguido murmullo, semejante a una cascada de agua muy lejana. No sabe bien si proviene de su izquierda, o su derecha. El sonido del agua fluye turbulentamente para perderse en la nada. Aion gira apenas su cabeza hacia la izquierda. ¿Viene de ahí? Luego hacia la derecha… No hay nada. Vuelve a girar a la izquierda. El zumbido duele agudamente, y se da cuenta de lo que amortigua el sonido.
Está sordo del oído izquierdo.
El pensamiento lo abruma con una profunda angustia. El murmullo no es más que el flujo de su sangre, bombeando hacia el problema en su oído interno. Líquido pegajoso y caliente secándose en su cuello. Su cabello suficientemente largo ya casi esconde la mitad de su rostro, y está sucio y húmedo, molestando sus ojos. Se lame los labios, pero su boca está seca. Lo único que puede saborear es la sangre en su interior. Gabriel debe de haberle aflojado unos cuantos dientes. Tiene los ojos abiertos, pero lo nota únicamente cuando minutos más tarde, tal vez horas, Gabriel aparece.
El leve resplandor detrás de él forma figuras extrañas en los objetos de la habitación: el gimnasio. Él está esposado a una máquina, abandonado en el duro suelo. Gabriel da unos pasos en silencio, sin apuro, pero Aion ya quiere empezar a reclamarle que lo mate de una vez. Alcanza a percibir humo en el aire cuando el hombre se pone de cuclillas frente a él, dando una larga calada a su habano y luego escupe el humo asquerosamente denso en su rostro.
Aion tose para dejar el aire fresco entrar. Sus pulmones arden implorando más aire, pero empieza a ahogarse y tose hasta que no hay más aire que exhalar, entonces empieza a toser sangre. Pretende alzar su cabeza, pero es inútil. Su mente gira como si mirara a través de un caleidoscopio y duele enfermizamente.
Gabriel lo toma por el cabello que cae sobre su rostro y tira de él para que pueda verlo bien. Aion no sabe si estar agradecido porque ahora puede respirar bien, o maldecirlo por el tirón que mueve todo dentro de su cabeza.
Una lastimadura torcida y unida con puntos atraviesa la mejilla de Gabriel, y otra cruza su nariz. Eso va a dejar una marca. Una venda envuelve su cabeza, manchada con sangre desde el lado en el que impactó su taza de café. Aion se pregunta por qué sigue con vida después de haberle hecho eso.
—Vaya, Sam, te ves terrible —dice Gabriel, casual como en cualquier conversación mañanera.
—Jódete, infeliz —escupe Aion con la poca fuerza que reúne.
—Ajá, bien. —Gabriel asiente y lo suelta, haciendo que Aion deje salir un gemido de dolor mientras Gabriel se va dejándolo de nuevo en completa oscuridad.
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No está seguro de cuánto tiempo pasa hasta que vuelve a despertar mareado y vomitando bilis. Su abdomen se resiente por los espasmos involuntarios, y su garganta quema como el infierno. Vislumbra el piso de madera bajo él, preguntándose de dónde es que proviene la luz. Luego alza la vista todo lo que le permite su fuerza, y reconoce un par de borcegos tácticos y pantalones de gabardina oscuros. Gabriel está parado frente a él.
El hombre se acerca con una botella de agua envasada y le da de beber. Aion traga con torpeza todo lo que puede mientras el agua fría escurre por su mentón y su garganta hasta su pecho. Bebe desesperadamente, ahogándose un momento, pero no deja de tragar, hasta que Gabriel aparta la botella y le echa el resto del agua en su cara para lavarla.
No tiene fuerzas para sostener su cabeza, así que se limita a escuchar el ruido de una bolsita de celofán siendo manipulada. Gabriel le extiende una barra de arroz blanda y el dulce aroma del caramelo inunda sus sentidos. Con gusto abre la boca para sostenerla con sus labios y así poder comerla, pero está tan débil que la barra cae al suelo.
Gabriel se mantiene quieto y en silencio, igual que él, mientras observan el cereal tirado en el piso y fuera de su alcance. Entonces el hombre se cruza de brazos dirigiendo su mirada a él.
—Eres un inútil.
La oscuridad se acerca por la periferia, cerrándose alrededor de su visión, y Aion sabe de buena fe que va a desmayarse de nuevo.
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La tercera vez, el mareo se detiene considerablemente. Puede alzar mejor la cabeza y es consciente de la presión alrededor de sus muñecas.
Punzadas de dolor se arrastran desde la articulación del brazo hasta su sien cuando mueve la extremidad más expuesta, y distingue un catéter conectado a su canal sanguíneo mientras gotea un líquido transparente. Aion recorre la sonda que sale del catéter hasta la bolsa de suero fisiológico colgada en un soporte por encima él.
—Vete a la mierda, Gabriel —murmura para sí mismo.
—Qué bueno que ya te sientes mejor —dice su tío frente a él, aburrido y sentado en una silla al revés. Sus brazos afirmados en el espaldar y su cabeza apoyada en ellos.
—¿Qué quieres? —cuestiona Aion con desgano.
Gabriel gira la silla para acomodarse bien. En su diestra lleva un paquete de cigarrillos abierto que extiende hacia él.
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Editado: 06.09.2024