Lo peor de perder a alguien, es que lo pierdes en un instante, y a la vez muy, muy lentamente.
Aion lo comprende unos días después de aquella muerte.
Te abandona toda luz, toda esperanza. Quedan nada más los recuerdos, y estos te matan también, a medida que los dejas morir dentro de ti. Algunos duelen más que otros, cada uno de ellos infligen distintos tipos de daño, todos de distintas intensidades. Angustia, ira, miedo, autodesprecio, dolor, o simple y llana nostalgia.
Aquellas sensaciones varían dentro de él, moviéndose de un lado a otro cual péndulo, y vuelven a transportarlo a sus recuerdos con Gabriel, a sus aventuras con él en la montaña, rodeados de bosques de coníferas, cuevas de osos pardos y pequeños manantiales de agua dulce.
Aion recuerda la cacería: padre e hijo en completo silencio, dando pasos con cuidado entre los árboles como los dos peligrosos depredadores que eran, mientras veían cada uno por la mira de sus rifles a lo que estaba a punto de convertirse en su próximo almuerzo.
Recuerda darle al animal en el lomo, y luego a Gabriel sonriéndole ampliamente, de modo que podía ver el vapor de su aliento en el aire frío que hacía doler sus fauces, y el brillo de sus blancos colmillos y dientes. Recuerda el cuchillo de caza de Gabriel cercenándole el cuello al animal, los ojos negros de la bestia perdiendo su brillo, la vida que los dos le arrebataron.
Aion vuelve a sentir el calor de la fogata, el olor a pinos y cipreses en su nariz, mezclado con el aroma a estofado que su padre cocinaba, impregnándose en ese pequeño lugar seguro de los dos, y haciendo salivar su boca.
Y luego el sabor de la carne de venado, tan deliciosa y blanda que se desarmaba en su boca, carne que estaba viva hacía tan solo un par de horas y que, en ese entonces, yacía en el plato sofisticado que Gabriel había preparado. Recuerda las historias y monólogos de Gabriel, mientras le hablaba con voz ronca por el frío.
Le había dicho:
—Sabes, Sam, a veces quisiera tener una vida sencilla, lejos de todo el mundo… —Aion lo miró con sorpresa, y Gabriel sonrió suavemente al notar su expresión, antes de mirar fijo a la fogata frente a él—. Sí, sé lo que piensas. Sé lo que todos piensan de mí. Pero a veces olvidan que yo también soy humano. —Lo miró a los ojos, antes de inspirar el aire helado de las montañas y volvió a enfocar la vista en el fuego, atizando las brasas.
»A veces hasta yo olvido que soy humano. Pero luego… recuerdo lo feliz que me sentí cuando Lilith te dio a luz. Aún puedo sentir escalofríos al recordar… lo vulnerable que eras y lo sensible que yo podía ser. Luego… tuve una misión en Afganistán. —Su voz se ensombreció—. Y mientras estaba allá, solía pensar: «Qué curioso, cómo funciona esto, ¿no?… Hay personas que ayudan a nacer y a preservar la vida de un niño tan enfermo e indefenso, y luego… hay personas… Bueno, ya sabes…, como yo». —Se encogió de hombros—. Y ahora me pregunto: «¿Yo elegí ser esto? ¿Soy feliz con la vida que tengo?»
Gabriel reflexionó en aquello, y a continuación, como si saliera de su pequeño trance, le sonrió a Aion con un pliegue entre sus cejas.
»¿Te estoy aburriendo?
Él negó con la cabeza antes de tragar saliva y llevar a su boca un bocado de la carne que ya empezaba a enfriarse. Gabriel sacó su cantimplora con vodka y bebió un largo trago para calentar su cuerpo.
—¿Y eres feliz, papá? —Aion se atrevió a preguntarle.
Su padre simplemente inspiró aire, y alejó su mirada hacia los valles y montañas a kilómetros de distancia, como si pudiera cruzar el cielo y volar hacia aquellos paisajes, su mirada le hizo entender a Aion lo que significaba sentirse libre.
—Si pudiera definir la felicidad, hijo… —respondió, sus ojos grises se enfocaron en él una vez más—… te diría que es lo que estoy sintiendo justo en este instante.
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Se demoran dos días en encontrar los cadáveres de Gabriel y Eric, al igual que el resto de los agentes que estuvieron allí ese día.
Aion sabe de buena fe que Sebastián está internado, aunque en grave estado, y Gris…, no consiguió saber nada de ella. Pero si acaso está viva, está condenada a huir por el resto de su vida.
Las noticias, más fatídicas que nunca, hablan de que una de las «víctimas» halladas se trata de Gabriel Franco, una terrible pérdida para el cuerpo de Inteligencia, o al menos, eso es lo que Seguridad Nacional quiere que los ciudadanos de Wintercold crean para que no pierdan la cabeza. Así que nadie sabe que aquel hombre fue familia directa de Aion Samaras, el Sniper, el que acabó con su vida y con la esperanza de hacer justicia.
Y es mejor que nunca lo sepan.
Aion despierta en casa, completamente solo ahora que le pidió a Dante que regresara a su propio hogar, y aquella madrugada lo primero que Aion hace, es dirigirse a la biblioteca. Allí enciende el viejo equipo de radio que dejó Dante antes de irse. Busca entre los casetes de uno de los cajones de las estanterías de roble, uno que Gabriel puso el día que habló con él sobre la muerte de Víktor:
«Réquiem», o en castellano: «Misa de muertos». De Mozart.
Aion sostiene el casete por largo tiempo en su mano. Es curioso que, a pesar de Pandora, y la alta tecnología que lo rodea, Gabriel haya optado por conservar un aparato tan anticuado. Se pregunta qué es lo que tiene de especial, pero ya no hay nadie que pueda contestarle eso.
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Editado: 06.09.2024