Elise, Elise — Anastasia comenzó a correr gritando su nombre, estaba tan emocionada que se olvidó que aquel comportamiento era sumamente reprochable en la alta sociedad, sin embargo a ella no le importaba, nadie la conocía, por lo tanto, nadie sabría que era hija del Conde de Pembroke.
— Anastasia, no corras, las personas te están mirando, tu capucha… — Elvira trataba de alcanzarla, más a su edad, correr era una tarea difícil y agotadora.
— Descuida Elvira, lo que piense la gente de mi, me tiene sin cuidado — Corría tan velozmente que la capucha ya no cubría su rostro, y dejaba al descubierto su impactante belleza que no pasaba desapercibida para nadie, y eso era exactamente lo que Elvira quería evitar a toda costa, no quería que nadie preguntara de su procedencia, menos aún que sus padres se enteraran que ella salía a escondidas de la casa.
— Apresúrate, ya la veo. Eliseee — Levantó sus manos y comenzó a agitarlas desesperadamente.
(Rosa, lleve una hermosa Rosa, para.. ) Elise, Elise, se escuchaba un grito a lo lejos, la pelirroja se dio vuelta, y la vio, vio a su mejor amiga, venía corriendo, y atrás de ella, Elvira, quien estaba con su rostro completamente rojo, y se detenía a tomar aliento.
Anastasia estaba agitando sus manos en el aire, se veía muy feliz, con una sonrisa de oreja a oreja, Elise también echó a correr, tan rápido como pudo... ambas se encontraron, y se fundieron en un abrazo.
— Amiga mía, te he extrañado muchisimo, ha pasado tanto tiempo, dime que estas bien por favor, dime que la monstruosa de tu hermana te ha dejado tranquila, que tus padres te tratan mejor — Elise tomo su rostro entre sus manos, vio sus ojos llenarse de lágrimas, y su mirada se fue al suelo, supo en ese momento que su martirio estaba lejos de terminar.
— Todo sigue igual querida Elise, de hecho diría que peor, no puedo ni siquiera salir a tomar aire al patio — cerró los ojos y suspiró profundamente —. Julieta sigue siendo la misma niñita mimada y arrogante de siempre, y madre siempre la consciente en todo, pero fuera de eso, esta todo bien, tengo el cariño de mi pequeño hermano Alex, y Elvira que es como una verdadera madre para mi, sin ella, nose que haría — sonrió — Además te tengo a ti, mi mejor amiga.
Elise ladeo su rostro, y sonrió tiernamente — me contenta saber que aún en la oscuridad tu luz sigue brillando — puso su dedo índice en el pecho indicando su corazón y dijo; — nunca permitas que la maldad de los demás definan quién eres, menos aún tu futuro.
La abrazó y la apretó contra ella, la amaba como a una hermana, era consciente de todo lo que la joven había vivido desde pequeña, del rechazo de su propia madre, de la altivez y envidia de su hermana, y el desprecio de su padre. Se compadecia de ella, pero más que eso, la admiraba, a pesar de su tormento, podía ver en ella una fuerza y una valentía sorprendente, si hubiera sido ella, hace mucho se habría marchado de ese lugar, pero Anastasia era diferente, ella amaba a su familia a pesar del daño, no se marcharía, no por voluntad propia, no aun.
Ambas se conocieron cuando Elise tenía once años.
Lady Christine junto a Julieta y Alex, viajaron a Sheffield, para visitar a su ahora difunta tia, aquel viaje duró 3 semanas. Su padre como siempre se encontraba en reuniones y viajes de negocio, por lo que no prestó atención a la presencia de la pequeña que quedó al cuidado de Elvira.
En esas 3 semanas, Anastasia hizo compañía a todos los sirvientes de la casa, ayudó en los quehaceres, y se sintió completamente libre.
Dia por medio, acompañaba a Elvira al mercado a comprar frutas y hortalizas, fue así como conoció a Elise, una pequeña niña, que se encontraba sentada en la vereda, debajo del techo de una abarroteria, llevaba un vestido sucio, roto, y pies descalzos. Pese a que su apariencia distaba de una buena imagen, su rostro se veía correctamente aseado, embellecido con una fina y bonita trenza.
Aquella pequeña niña pedía limosna, Anastasia se estremeció al ver su condición, sin embargo le regaló una sonrisa y se sentó a su lado. Platicaron por un buen rato, junto a Elvira, quien observaba en silencio.
Cuando ya era hora de marchar, Anastasia, con permiso de Elvira, le entregó un saco rebosante de frutas y verduras, y junto a ello la promesa de que volvería al día siguiente, y así sucedió, volvió junto a Elvira quien a pedido de ambas pequeñas las llevó de paseo y a disfrutar de una merienda.
Fue así como descubrieron la razón por la cual Elise se encontraba pidiendo limosna en la calle; su padre había muerto de tuberculosis, su madre estaba embarazada y además tenía dos hermanos pequeños, siendo ella la mayor se vio en el deber de trabajar para llevar sustento a su hogar, pero nadie le contrataba, ni siquiera para barrer o acarrear bolsas, en su desesperación, terminó pidiendo limosnas y migajas.
Anastasia aquel día volvió a su hogar con una extraña sensación en el pecho, le costaba respirar y sus ojos estaban llenos de lágrimas, asustada corrió a Elvira, ya que creyó que quizás se había enfermado, más no fue así, lo que sentía era dolor, y angustia por Elise, tanto así que se comprometió a ayudarla, pensó durante días una estrategia para que no tuviera que seguir mendigando, sabía que por parte de su padre, tenía un tío muy próspero, al otro lado del país, dueño de una gran florería, sin embargo no tenía relación con él, su padre era un hombre muy solitario y gruñón. Rara vez visitaba a su familia, y si lo hacía, siempre se quejaba y maldecía.
Por lo tanto su única opción fue enviarle una carta, con ayuda de Elvira y de un sirviente le hicieron llegar un mensaje, en el cual contaba con detalles la historia de Elise, y lo que necesitaba que su tío hiciera por ella.
Tardó una semana en llegar la respuesta, Anastasia fue la niña más feliz del mundo cuando leyó que su tío vendría la semana próxima con un paquete de 50 rosas para que la joven las vendiera en la calle.
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Editado: 21.01.2023