—Ven, sentémonos al lado de la ventana, tiene una mejor vista —dijo Andrés mientras buscaba con la mirada a Elise.
Gregory levantó una ceja, y sonrió - Sí claro, no será que quieres mirar a la chica de las Rosas.
—No, ¿qué crees que soy? — se sonrojó y refunfuño —. ¡Ya!, no puedo mentirte, la verdad es que me cautivó, es tremendamente hermosa, y tiene algo, más allá de su mirada, no me preguntes que, por qué no sabría decirte, quizás su sonrisa. Por ella renuncio a mi soltería.
— Oh, ¿Andrés, eres tú?, ¿Estás bien o estás delirando? — preguntó tocando su frente — No tienes fiebre, así que definitivamente estás loco, tu sabes que tus padres jamás te dejarán casarte con una dama que no pertenezca a la nobleza.
Ambos jóvenes se sentaron en una mesa que daba a la ventana, frente al puesto de Elise.
— Lo sé, pero no me importa, de todas las doncellas que he conocido, ninguna me ha llamado la atención, aun sin siquiera hablarme, provocó en mi estómago un cosquilleo, si eso no es amor, no se lo que es.
— Atracción, quizás fue solo atracción - declaró encogiéndose de hombros y levantando la mano para solicitar la atención de un camarero, el cual se aproximó al instante.
—Buenas tardes señores, ¿Qué les sirvo? —Dijo el camarero con una libreta y un lapicero en mano.
—Yo deseo un café ristretto, y un pudin de nata por favor — La imágen de su madre se vino a su mente.
—¿Andrés, tú que vas a servirte?... Observó a su amigo que se había levantado levemente de su asiento, y no dejaba de mirar hacia afuera.
—Andrés ¿Qué estás mirando?
— Elise, la chica no está, cómo va a dejar sus rosas ahí, y ¿si le sucedió algo?
—Andrés, calmate, no hagas un papelón, tal vez está por ahí, comprando —Gregory también comenzó a mirar hacia fuera.
—Mira ahí está, viene con un muchacho y una señora...ves, tranquilizate, ahora por favor pide un café, o algo.
— Si está bien — miró al camarero, y se dio cuenta que llevaba todo ese tiempo de pie esperando su pedido, por lo que Andrés sólo pudo disculparse y pedir un café con leche.
Una vez tuvieron sus pedidos en la mesa comenzaron una agradable conversación acerca de política, negocios, viajes, y anécdotas de cuando eran unos chiquillos traviesos.
Anastasia, Elise y Elvira, se encaminaron al puesto de las rosas, la felicidad iluminaba sus rostros, habían pasado 6 meses sin verse, y realmente se extrañaban demasiado.
Anastasia se había puesto su capucha, por lo que parecía un muchachito delgado, pasaba totalmente desapercibida.
—Elise, ¡Que hermosas rosas!, ¿hace cuanto que vendes blancas y azules? — preguntó Elvira tomando una y analizandola detalladamente.
—Hace unos meses, Charles me enseño a teñirlas con una técnica más fácil de lo que imaginé. Es increíble la cantidad de rosas que tiene tu tío Anastasia, el vivero ya cuenta con más de 3000 rosas.
—¡Que maravilloso Elise! — dijeron Elvira y Anastasia al unísono —. Me alegro que el negocio esté siendo próspero, te mereces esto y más, nunca lo olvides.
De pronto el rostro de Elise se transformó en horror, comenzó a sobarse el lóbulo de la oreja izquierda, de su frente gotas de sudor caían, y sus ojos miraban asustados hacia el frente.
Anastasia notó su cambio de actitud, frunció el ceño, y preocupada se acercó a ella cuando de pronto un empujón la desestabilizó, Elvira alcanzó a tomar su brazo evitando que cayera al suelo.
Al levantar su rostro pudo ver a un hombre alto, y fornido que se acercaba a Elise, esta agarró el canasto de rosas apretandolo muy fuerte.
La joven se percató que su amiga estaba atemorizada, más bien, aterrorizada, por lo que más que rápido se abalanzó sobre el hombre, sin importar la diferencia de tamaño, lo tomó del hombro y con todas sus fuerzas lo giró hacia ella.
Se sacó la capucha del rostro, clavó sus ojos en él, como si lanzase dagas mortales — ¿Quién te cree que eres? — tenía el ceño fruncido, los labios apretados, y su respiración nasal se había vuelto lenta e intensa, aquello desconcertó al hombre que inconscientemente retrocedió un paso, jamás ninguna mujer había osado a mirarlo de esa manera, menos aún hablarle con tanta osadía. El mafioso miró a Anastasia de arriba hacia abajo, no podía creerlo, si no estuviera tan encaprichado con Elise, probablemente la actitud de la jovencita le hubiera parecido atrayente, sin embargo se encontraba empecinado en poseer a la pelirroja.
Elise y Elvira se acercaron apresuradamente a ella en un intento de
detenerla y apaciguarla, su amiga sabia muy bien la clase de hombre era este, y el motivo por el cual le guardaba mucho miedo.
Lo que ninguna anticipó fué el inesperado y rápido movimiento que hizo este para arrastrar a Elise a su lado, la allegó a el, y con descaro susurró algo en su oído, palabras que provocaron que la joven se pusiera rígida y rogara con la mirada que la soltara.
Anastasia estaba totalmente enfurecida, armándose de valentía, se acercó a el y le propinó una fuerte patada en los genitales, el hombre cayó al suelo estremeciéndose de dolor. De inmediato Elise se soltó de su agarre.
Nadie le haría daño a su mejor amiga, menos aún en su presencia. Elvira miraba horrorizada la escena, y sólo puedo mirar al cielo, y suplicar que alguien las ayudara.
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—¡Que exquisitez de pudin!, mi madre tenía toda la razón —dijo Gregory llevándose la última rebanada del postre a la boca.
— Si, con hambre todo es sabroso, pareciera que te hubieran amarrado sin comer por una semana — Andrés se rio a carcajadas.
— Ja... Ja... mira como me río — rodó sus ojos, y miró hacia al lado ignorándolo, cuando una escena lo dejó boca abierta, antes sus ojos una pequeña joven le daba una patada a un hombre que tenía sujeta del brazo a una Elise muy asustada.
— Andrés, mira, Elise, mira a ese hombre en el suelo, algo pasa, vamos rápido — sacó de su bolsillo dinero y lo puso encima de la mesa, se levantaron y salieron velozmente del café.
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Editado: 21.01.2023