Lady Christine iba con el corazón en la mano, a cada segundo que pasaba la tensión aumentaba. Gregory era el único que podía salvar a su hija, lo sabía, él la amaba, y de eso estaba segura.
Los caballos relincharon y se detuvieron había llegado, tragó saliva con dificultad, cabía la posibilidad de que no quisieran recibirla, no era para menos, se comportó como una miserable, pero no se marcharía hasta que pudiera hablar con ellos, aún si eso significaba quedarse de pie en la entrada esperando, aún si eso significaba arrodillarse y suplicar que la escucharan —suspiró— bajó del carruaje y camino a la residencia.
De inmediato fue recibida por un hombre vestido elegantemente.
—Buenos días, ¿qué es lo que se le ofrece?
—Necesito hablar con Gregory Lancaster, es urgente por favor, dígale que soy la Condesa de Pembroke.
El guardia asintió con la cabeza —. Vuelvo enseguida -contestó, se retiró y se dirigió al salón donde se encontraba el joven hecho un auténtico manojo de nervios.
—Su excelencia, la Condesa de Pembroke requiere su presencia.
Gregory estaba completamente absorto en sus pensamientos, tanto así, que cuando el mayordomo le habló se sobresaltó asustado.
—¿Qué?, disculpe, no lo escuche.
—Lo busca la Condesa de Pembroke, dice que es urgente, está afuera, ¿la dejo entrar?
—No, por ningún motivo, yo iré a ver qué es lo que quiere.
Se acomodo su camisa, se pasó una mano por su cabello, y resopló ofuscado —. Vamos a ver qué está tramando — murmuró.
Cruzó el salón, caminó hacia la entrada, y la vió, frunció el ceño extrañado, le parecía rara la actitud de la mujer; caminaba de un lado a otro, se pasaba la mano por la frente y hablaba mirando al cielo. ~{¿Que le pasara?}~ se preguntó.
Lady Christine al verlo con cara de extrañeza, comprendió que estaba actuando como una loca, pero es que en momentos así, cuando la vida de tu hija está en riesgo, nadie actuaría bajo sus cinco sentidos... Con rapidez se acercó a él y hablo:
—Buenos días, sé que soy la última persona que quiere ver en estos momentos, y lo entiendo, pero necesito que me escuche, debo decirle algo muy importante.
Gregory la interrumpió enojado —¿Qué la escuche? -se sobó el puente de la nariz —. ¿Es enserio?, ¿Después de todo lo que le hizo a Anastasia?, definitivamente usted está loca, váyase a su casa -se dio la vuelta y comenzó a caminar de regreso a la mansión.
—Nooooo por favor, se lo ruego — Gritó desesperada aferrándose a los barrotes de la gran reja —. La van a matar, el maldito de mi esposo contrató a dos hombres, la irán a buscar en menos de una hora, se la llevarán, y...y no... no puedo decir en voz alta lo que tienen planeado hacerle, por favor, usted debe salvarla... sé que he sido la peor madre, una verdadera escoria, pero estoy arrepentida, muy arrepentida del daño que le he causado, es una culpa con la que deberé cargar el resto de mi vida.
—¿Queeee?... lo mato, ahora si que lo mato —empuño sus manos con enojo —. Gracias por alertarme, pero no crea que con este acto se ganará mi confianza.
—Lo sé, y no espero nada, por qué no lo merezco, pero por favor apresúrese — Miró al suelo avergonzada, se soltó de los barrotes, y caminó de vuelta a su carruaje. Durante todo el trayecto de vuelta, rogó a Dios que el joven llegará antes que los hermanos McQuaid, de lo contrario el destino de Anastasia quedaría sellado para siempre.
Gregory corrió como loco hacia su despacho, tomó una llave que estaba dentro de un pequeño cofre rojo carmesí, con ella abrió el primer cajón de su escritorio, y sacó un revólver, verificó que estuviera cargada, puso en su bolsillo municiones extra, y salió rápidamente hacia su carruaje.
Leopold lo observo correr hacia la entrada, Lady Johanne le pidió que lo vigilara y que no lo dejara salir de la mansión, ¿por qué? , no tenía idea, él solo tenía que cumplir con esa orden.
—Su excelencia —gritó—. No debe salir, su madre lo prohibió.
—Leopold... te estimo y te respeto, pero si me prohibes salir, deberé despedirte...la vida de mi futura esposa está en peligro, y nadie me detendrá, por favor entiéndeme -lo vio con rostro suplicante.
—Está bien señor, disculpeme... si es por esa razón, no soy quien para detenerlo, pero por favor tenga cuidado.
—Lo tendré, cuando llegue mi madre, dile que fui a la policía para rescatar a Anastasia.
—Sí señor —contestó, ~{Dios, protégelo, es un buen muchacho}~ suplicó mientras lo veía correr.
Gregory se dirigió a la policía, relató los hechos leídos en la carta, y la advertencia de la Condesa, aquello bastó para que un grupo de diez hombres junto a él fueran al rescate de Anastasia... ¿Llegarán a tiempo?
~•~•~•~•~
Los hermanos McQuaid salieron de la mansión en dirección a una reconocida pastelería, necesitaban un carruaje para transportar a la joven.
La espera fue más corta de lo que creyeron ya que su contacto se encontraba sin clientes.
A través del gran ventanal del local el hermano mayor hizo una seña con su mano, el dueño, al verlos, supo lo que querían, siempre era lo mismo, y él, debía acceder sin preguntar o cuestionar absolutamente nada.
Abrió la puerta dejándolos entrar, echó un vistazo a la calle, ningún par de ojos que pudieran observar, cerró las cortinas, cambió el letrero de "Abierto" a "Cerrado", y puso el pestillo de la puerta.
—Siganme —los guió hasta una puerta trasera que llegaba a un gran patio lleno de carruajes, el hombre se acercó a uno, y quitó con una navaja el escudo de la puerta.
—Este, llévenselo.
—Gracias viejo amigo, ya sabes que no te lo traeremos de vuelta.
—Ya sé, ya sé, no quiero saber nada, no me involucren en sus asuntos.
El hermano menor lanzó una estruendosa carcajada y lo palmeó en la espalda —. Lamento decirte que tu solito te metiste en nuestros asuntos, no olvides el gran favor que te hicimos.
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Editado: 21.01.2023