La escena era confusa, Elvira corría desesperada detrás de un carruaje, ¿Qué diablos estaba pasando?.
Gregory tiró las riendas de su caballo para detenerse frente a ella, Elvira con la respiración entrecortada, con la mirada llena de miedo y temor apretó la rodilla de él balbuceando; —Anas... Anastasia, está en ese carruaje, salvela — apuntó con su dedo a un carro perdiéndose a lo lejos entre la polvadera.
Más que rápido sujetó fuertemente las riendas de su caballo, y con su talón le tocó levemente a la altura del estómago, esa era la señal que debía galopar rápidamente.
—Vamos por ella — le murmuró a su fiel amigo Lucky.
Se volteó e hizo una ademan con su mano indicando a la policía que la joven se encontraba en aquella dirección.
Un par de ojos contemplaron horrorizados la situación, — ~{¿Quién fué capaz de traicionarme, dando aviso al imbécil del Lancaster y a la policía?}~ pensó atónito.
—¡Maldita sea!, ¡malditos sean todos! — gritó enfadado, se dio la vuelta y se dirigió a su despacho... estaba tan molesto que al cerrar la puerta violentamente provocó que las paredes de la habitación temblarán.
—¡Fuiste tú!, inutil, debí haberte matado a ti y a esa bastarda cuando tuve la oportunidad —vociferó enfadado—. Maldigo el día que me case contigo —para él, su vida se había arruinado desde que se unió en matrimonio con Lady Christine, sólo trajo a su vida la desdicha, a excepción de sus dos hijos, pero ahora todo se había ido por la borda, la policía se enteró de sus planes, y de seguro no tardarían en detener a los hermanos McQuaid, quienes no tendrían tapujo en delatarlo, y seguramente pronto aparecerían en la puerta de su mansión para detenerlo.
—¡Diablos, diablos, ¿Por queee? — bramaba mientras abría todas las botellas de alcohol de su minibar, y tomaba un sorbo de cada una, beber era una de sus pasiones ocultas. Se embriagaba con facilidad, y aquello era maravilloso, solo así podía olvidar la mísera vida, que a su parecer llevaba.
Bebió hasta que se terminó cada botella, luego las lanzaba con fiereza contra el suelo y las paredes, tomó todos los papeles que estaban sobre su escritorio y los lanzó al aire, tiró sus sillas, dio vuelta los muebles, rompió los vidrios de las ventanas... estaba destruyendo por completo su oficina, ya nada importaba, sentía que pronto llegaría su hora.
¿Sentía que había llegado su hora o era el efecto del alcohol haciéndose notar?
Los rayos del sol iluminaban la habitación a través de las ventanas rotas, las paredes se llenaban de manchas brillantes... el despacho del conde estaba por completo iluminado, aquello hacía que le dolieran intensamente sus ojos, su visión estaba borrosa, pestañeo seguidamente para ver si así conseguía mejorar su percepción, pero no, ya se encontraba inmerso en la embriaguez.
Al instante una rabia desmedida creció dentro de él — Te mataré, has arruinado mi vida — barrio su oficina con la mirada, buscaba algo en específico, pero al dar vuelta su escritorio, de seguro se quedó escondido en algún lugar.
—Lo encontraré, y acabaré con tu vida ¿donde estaaaa? — gritó.
Se agachó buscando cuidadosamente entre los vidrios repartidos por todo el suelo, sin embargo su equilibrio era traicionero... buscó y buscó, hasta que vio algo plateado y brillante debajo de la pata de una silla, lo encontró, era su revólver, lo tomo jubiloso entre sus manos, como quien acaba de encontrar un tesoro.
—¡Te mataré, eres la culpable de toda mi desgracia!.
Se acomodó la chaqueta, se sobo los ojos, estaba decidido a salir del despacho con rumbo al segundo piso, si la policía venía por él, les daría motivos reales para ser detenido.
Cuando dio un paso, su equilibrio lo hizo dar cuenta del estado en el que se encontraba, se sintió mareado, toda la habitación daba vueltas en su cabeza, pero eso no era impedimento para cumplir su cometido.
Al dar el segundo paso se tropezó cayendo hacia delante con todo su peso, de inmediato sintió una intensa punzada que iba acompañada de un dolor que aumentaba a cada segundo.
No podía moverse, estaba demasiado mareado para hacerlo, percibió como un líquido se esparcía dentro de su boca, tenía un sabor metálico, ¿era sangre?
Se dio vuelta quedando boca arriba, aquello fue el peor error, con sus manos pudo palpar su garganta, tenía un gigantesco trozo de vidrio incrustado, lo tomó y tiró con las pocas fuerzas que le quedaban, al segundo un chorro de sangre comienza a salir a borbotones, intentó gritar para pedir ayuda pero no podía, no era capaz de articular palabras, se estaba ahogando con su propia sangre.
Al cabo de unos minutos no podía ver con claridad, su visión ya no estaba borrosa, todo se estaba oscureciendo, sus oídos no distinguían el cantar de los pájaros, su cuerpo ya no lo sentía, estaba muriendo.
Por su mente pasaron múltiples recuerdos, entre ellos sus hijos, sólo pudo centrarse en sus hermosos hijos, no vería a su hija casarse, no podría enseñar a su hijo a cabalgar...pero en ninguno de sus pensamientos incluía el remordimiento, no sintió culpa por todo el daño que causó, no admitió que dentro suyo habitaba un ser malvado y despiadado.
Y así fue, como la luz de sus ojos se apagó, su alma dejó su cuerpo para siempre.
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Editado: 21.01.2023