El día del funeral, sólo estuvo presente Gregory, Anastasia, Julieta, Elvira, Lady Johanne, Alex, y el Padre que llevaba a cabo la ceremonia, no asistió nadie más, ni sus socios o sus supuestos amigos pertenecientes a la nobleza, aquellos se limitaron a enviar cartas de condolencias.
¿Por qué?, nadie lo sabía, sólo Elvira se atrevió a pensar que el Conde era aún más malo de lo que creían, pero indagar en aquellas verdades ocultas, era lanzarse a un mar tempestuoso, lo mejor sería dejar las aguas calmas y en paz.
Los días pasaron... Lady Christine se había recuperado rápidamente luego del funeral de su esposo. Cuando se enteró de que Anastasia se encontraba en la residencia, se prometió a sí misma contarle toda su verdad, reconocer sus errores, y esforzarse para ganar el cariño y confianza de su hija, sabía que no iba a ser fácil, entendió que el daño era grande, pero no irremediable.
Durante las primeras semanas, Lady Christine y Anastasia conversaban durante horas en el jardín, casi siempre acompañadas de té con galletas, en aquellas pláticas la joven pudo comprender el actuar de su madre, empatizo con su sufrimiento, y aunque deseaba que las cosas hubiesen sido diferentes, pudo vislumbrar que cada acción y decisión la habían llevado a ese punto del camino, y realmente no cambiaría absolutamente nada, estaba rodeada de personas que amaba y eso, es algo que no se compra, ni con todo el dinero del mundo.
Lamentablemente no todos piensan igual, y en su corazón solo crecía más y mas odio, evitaba salir de su habitación, ocasionalmente se acercaba a su ventana, a observar el cielo nublado, así es como se sentía, de un momento a otro su vida se volvió vacía y gris, fue así, como pudo ver a su madre junto a Anastasia, sentadas bebiendo té, y comiendo galletas, gozosas como si el luto hubiera pasado, como si la muerte de su padre hubiera sido un alivio.
Apretó sus puños con fuerza, enterrando las uñas en su delicada piel, ¿Por qué? ¿Por qué su madre se comportaba así con Anastasia?, ¿Qué había cambiado?, aquellas preguntas la atormentaban en sus sueños.
Su resentimiento crecía como la mala hierba, su ser ya no lo podía aguantar mas, una mañana en la que el desayuno le fue llevado por Elvira, ya no lo soporto.
¡Maldita, lo tiene todo... la belleza, el cariño de Elvira, al duque de Lancaster, ahora a mi madre! —pensó con lágrimas en sus ojos.
Gritó enfadada —¡Yo no tengo nada!, ¡Lo perdi todo!.
Tomó la taza de té entre sus manos y la lanzo con furia a la pared, arrasó con toda la bandeja de comida, se tiró el pelo, arrancando mechones sin piedad, no sentía dolor físico, sólo dolor en su alma, nunca deseó que su padre cumpliera con todos sus caprichos, ni que su madre siempre la adulara con lo hermosa que era, ni amigas que sólo estaban con ella por conveniencia, ella solo quería lo que Anastasia tenía, quería ser como ella, tan llena de luz, no importaba cuanto la molestara, no importaba cuanto la golpeara, siempre la veía levantarse con el mismo brillo en sus ojos, con la misma sonrisa sincera en su rostro, ¿cómo podía ser fuerte?, ¿como podía ser feliz a pesar de que se empeñaba en hacerla miserable?
Fue una testigo oculta del amor que Elvira entregaba a Anastasia, una simple criada adoptando a la bastarda como hija, era la gota que rebalsó el vaso.
Con los ojos enrojecidos e inchados, se dirigió hasta su armario, comenzó a sacar todos sus vestidos, y sus zapatos.
Se arrodilló y buscó con sus manos una maleta debajo de su cama, estaba decidido, se marcharía, sin su padre, ya nada tenía sentido, amaba a su madre, pero no soportaba verla tan feliz cuando debía estar devastada, no solo eso, estar bajo el mismo techo con Anastasia, con la que a su parecer era la culpable de todo, terminarían por volverla loca.
Acomodó todo lo que alcanzó dentro de la maleta, se sentó al borde de la cama y suspiró, ¿Dónde iría?, aún no lo sabía con certeza, pero lo cierto es que debía irse.
Suspiró y cerró sus ojos.
~{Debo hacerlo}~ pensó.
Se levantó y caminó hasta su tocador, en la superficie se encontraba una delicada caja de terciopelo en tono carmesí, la abrió dejando a la vista sus hermosas y pudientes joyas, las tomó y las metió dentro de una pequeña bolsa dorada, la cual escondió dentro de la maleta, solo dejó en sus manos un collar con el que compraría su pasaje en barco. Estaba dispuesta a tomar el primer barco del puerto, no importando el destino.
Sonrió satisfecha, estaba todo listo, excepto un detalle... su madre.
Busco en su cajonera un papel y lápiz, su corazón se estremeció con la sola idea de alejarse de ella, decir adiós siempre es motivo de tristeza.
Al terminar de escribir la carta, la dobló y guardó, salió de su habitación... fue hasta Elvira, no le agradaba para nada, pero era la única persona que podía cumplir con su deseo.
—Elvira — carraspeó nerviosa, aún no podía olvidar sus palabras, aquellas que tanto la avergonzaron, esas que guardaban la verdad entre líneas —. Necesito que me hagas un favor —susurró.
Elvira estaba de espalda buscando un condimento en la despensa cuando escuchó la voz de Julieta, abrió la boca sorprendida, ¿la damita pidiendo un favor?, ¿acaso era una broma?, se giró y la miró atónita.
—Si, señorita... ¿Que necesita?.
—Necesito que le des este sobre a mi madre, mañana por la mañana, por favor.
—Si claro —asintió con extrañeza.
—Gracias.
Elvira sólo sonrió con la boca cerrada, y se limitó a hacer preguntas, aunque en su mente la imaginación comenzó a fluir.
Julieta caminó hacia su habitación, ordenó que prepararán la bañera con esencias de lavanda, sería su último baño en esa mansión, y lo disfrutaría.
Al terminar ya había caído el atardecer, se atavió con el vestido más sencillo que tenía, sin blondas, ni encajes, ni perlas, nada que llamara la atención, de lo contrario sería el foco de los bandidos y ladrones, recogió su rubio cabello con un lazo dorado, se puso su capucha oscura, y espero a que oscureciera.
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Editado: 21.01.2023