Los Peleadores de Quetzal - El Lobo de Frizia

03. Ojos

Encadenados y cabizbajos, los tres amigos mantuvieron un profundo silencio mientras dictaban los cargos y los empujaban camino al calabozo. Se había acabado todo. Su peor pesadilla se había vuelto realidad y no tenían forma de remediarlo.

A la cabeza del escuadrón, iba ese hombre de pelo castaño, aquel que era conocido como el Capitán Blaidd Wolfrider, un valiente y tenaz soldado entrenado desde su juventud. Poseía un alto sentido de la disciplina y patriotismo y además se le apodaba el “Colmillo Salvaje”, una máquina de matar perfecta.

 Y mientras que la tropa marchaba de regreso a su cuartel, Blaidd apartó su mente del grupo, sumergiéndose en ese breve instante en que pudo ver los movimientos de Ly.

 A pesar de que sus ataques no se comparaban a los años de adiestramiento del intrépido capitán, este mismo reconoció una fuerza destacable en él; una fuerza suficiente como para acabar con una pequeña tropa. Sin embargo, consideraba que aún tenía mucho que aprender y que dejarlo en la cárcel por un robo sería un lamentable desperdicio de potencial.

 Algo tenía que hacer.

 Y así pasaron dos horas de caminata. La tropa cruzó entonces por serpenteados caminos de tierra. Y entre tanto, los tres amigos se miraron el uno al otro con ánimos que no mejoraban, mas contaban, como único consuelo, con el hecho de que seguirían unidos.

 De pronto, los muchachos pudieron escuchar el cántico de los grillos, sintiendo una mezcla de alivio y angustia, pues esa sería la última vez que los escucharían. Segundos más tarde, una luciérnaga se posó en los grilletes de Isabel y los tres quedaron maravillados con su esplendor; la miraron por un largo tiempo, recibiendo una cálida dicha que esta les otorgaba, hasta que el legionario que los escoltaba tiró de la cadena, haciendo que la luciérnaga se perdiera por el bosque.

 Ly arrojó una enfurecida mirada contra su escolta, indignado por no ser capaz de hacer algo al respecto.

 No obstante, su mente fue asaltada por la idea de huir. El único problema era cómo. Por un lado, tenía la ventaja de su fuerza; si rompía las cadenas y se echaba a correr tendría la posibilidad de perderse entre las sombras, además conocía ese camino ya que era en donde los cachorros lycan se ejercitaban, sabía que entre las quebradas yacía un estrepitoso río que incluso a él le costaba atravesar, aun así al llegar al otro lado se pondría a salvo y no podrían seguir sus huellas hasta el amanecer.  

 Por otro lado, no podía dejar a sus amigos a su suerte, y además tampoco lograrían cruzar con él, y lo peor de todo es que el Wolfrider los pescaría más rápido que a un resfriado. Él había visto sus ojos y comprendía que el tipo era peligroso, una bestia imparable.

 Finalmente, la legión avanzó hacia una colina, deteniéndose a las puertas de una inmensa fortificación. Tenía altas murallas de roca con cuatro torres en los extremos, su entrada estaba hecha de una gran reja de hierro en cuyo umbral resaltaba un lobo aullando entre laureles. El cuartel general de la Legión de Asedio.

 Cuando Wolfrider dio la orden, los guardias levantaron la pesada puerta, entraron y los hombres que estaban en el patio se cuadraron ante su capitán, casi ignorando a los prisioneros, a los que arrastraron a un pórtico de madera rumbo al despacho de Wolfrider.

 El grupo bajó de sus Lycans y llevaron a la pandilla por un corredor alumbrado por antorchas, hasta que el capitán entró a un pequeño cuarto con un ancho y reluciente escritorio y dos cómodas sillas con cubierta aterciopelada.

 La pandilla fue agrupada frente al asiento del capitán, quien con un además, ordenó la retirada de sus oficiales. Entonces apoyó sus codos en la mesa y juntando los dedos, comenzó a decir:

 -Creo que está de más decirles que están en problemas, niños. ¿Saben que estaban tratando de hacer?- Pero los muchachos permanecieron callados. -¿Nadie? ¿En verdad ninguno de ustedes? ¿Ni siquiera tú, niña? Pareces ser más lista que estos dos.- Pero el silencio seguía siendo sepulcral. -¿Es en serio? ¿Así que con esas estamos? Mocosos… ¡Les diré lo que hicieron! ¡Una estupidez! ¿De verdad creyeron que podían llegar y saquear una carreta llena de oro así nada más? ¿Ustedes? ¿Tan solo tres mocosos? Mal, mal, mal, mal, ¡mal! Ahora quiero saber quién les dio esa información y que me digan dónde viven para que sus padres vengan por ustedes en la mañana. ¡Así que vamos! ¡Suelten la lengua! ¡Ya deshonraron a sus familias, así que no tienen nada que perder!

 Ly guardó silencio por un largo tiempo, pensando en qué podría hacer para sacar a sus amigos de ese apuro. Podía culparse a sí mismo y decir que los había forzado. Al menos así no lo seguirían a la prisión y después vería por él. Sin embargo…

 -Somos huérfanos.- Aclaró Mark.

 -¡Huérfanos!- Exclamó Blaidd. –Debí suponerlo. Ya con esto no tienen mucho apoyo que digamos, y si no los sentencian a trabajo forzado, irán a la cárcel, pero eso lo decidirá la Corte Real y dudo mucho que les haga las cosas más ligeras.

 -¡Pero no fue nuestra idea!- Disparó él.

 -¿Cómo dices?

 Isabel le dio un codazo en las costillas, tratando de silenciarlo, pero la decidida mirada del lycan la hizo cambiar de parecer.

 Entonces, el muchacho comenzó a decir:




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