Los portales cósmicos

El ángel y el demonio

Un par de horas más tarde, Rulfo, Viviana y Jesús se adentraban en aquel recuerdo cuando ello se enfrentaron a aquel demonio. Llegaron unos minutos atrás para poder ingresar a la habitación antes que lo hicieran ellos mismos en el pasado.

Jesús les lanzó un conjuro que los hacía invisibles ante esa criatura, abrieron la habitación y entraron, escondiéndose entre los muebles.

Poco después, entraron el Rulfo y la Viviana del pasado. En efecto, aquella criatura emergió por entre un baúl roto, acechando a los niños. Jesús volteaba de un lado a otro, esperando ver a alguien más, alguien que llegara a salvar a los niños.

Pronto se dio cuenta de que nadie llegaría. Nada les había impedido llegar a ese lugar, lo que quería decir que era historia escrita. Hizo una floritura con su varita, haciendo que en la sala apareciera su máquina de escribir, y en ella hizo que las teclas escribieran la pista que ellos necesitaban para llegar al siguiente dei.

Pero, por más que esperaban, nadie llegaba a ayudarlos. Entonces Jesús lo entendió, él era quien estaba destinado a salvarlos. Hizo su cuerpo crecer hasta convertirse en un adulto joven. Para evitar que Rulfo y Viviana lo vieran en el pasado, eliminó toda fuente de luz con un hechizo y ayudado de la lente, encontró al espectro.

―¡Huyan! ―gritó―. ¡Salgan, rápido!

En cuanto Rulfo y Viviana del pasado desaparecieron de la sala, los del presente volvieron a invocar la luz. Jesús peleaba con una enorme serpiente con ocho patas y cabeza de carnero. Su cuerpo era como gel negro.

―¿Es un zuthu? ―gritó Viviana.

―No. ¡Es algo mucho peor! ―Jesús lanzaba un hechizo tras otro, haciendo a la bestia retroceder hacia un ropero. Una vez dentro, Jesús cerró la puerta y colocó un sello con letras parecidas a los kanjis.

―¿Qué era eso? ―preguntó Viviana.

―Algo que quedó atrapado aquí desde mi primera vida.

―No recuerdo haberlo visto en el bestiario ―dijo Viviana.

―Sólo existe uno de su especie. Es el rey de uno de los inframundos más violentos de toda la galaxia. ―Jesús bufó con un gesto de odio―, escapó de su inframundo hace milenios y me engañó para que quitara de él la maldición que le impide quitar vidas humanas. No podemos dejarlo escapar o hará mucho más daño que cualquier de los seres que han cruzado por el portal.

―Y ¿cómo escapó de su inframundo? ―preguntó Rulfo.

―De la misma forma que han entrado seres de otras galaxias ―dijo Jesús.

―¿Por medio de la maldad humana?

―Sólo puede ser apresado en objetos de madera, sellada con un fuerte hechizo protector. Pero mientras más maldad haya en la humanidad ―Jesús volteó a ver un baúl con un pequeño agujero― más se debilitan esas protecciones. He tenido que cambiarlo de prisión al menos una vez cada siglo.

―¡Cielos! Si no te hubiéramos contado esto, en el pasado habríamos muerto― exclamó Rulfo.

―Ya está preso de nuevo ―dijo Jesús. Regresemos.

Pero de nuevo pasó algo que les impedía regresar, el amuleto se les caía de las manos, se les ocultaba entre los muebles o rodaba errático como si algo lo empujara a propósito.

―Creo que cambiamos algo, o algo nos está faltando ―Jesús lo pensó detenidamente―. Tal vez… Rulfo, ¿tienes esa fotografía donde nos vemos todos cuando yo era vicario?

―Está en la sala de monitoreo. ―Una vez dicho esto, el amuleto rodó por debajo de un mueble y quedó en los pies de Jesús.

―En efecto, es eso. Vamos a regresar a nuestra era y una vez allá, ve por la foto ―solicitó Jesús―, y por favor llama a todos los que aparecen en esa fotografía.

Regresaron a su era, pero sólo Rulfo Salió de la sala. Regresó unos minutos después con Sirhan, Darel e Irina.

―En efecto, creo que es eso ―dijo Jesús cuando la pupila en el ojo creció―. Es el momento de ir a esa época, vamos a tomar esa foto, pero algo me dice que no es a lo único a lo que debemos regresar.

El agujero creció en el ojo de cristal y todos desaparecieron en él para reaparecer en el antiguo monasterio. En esa misma sala estaba el viejo vicario, quien respingó al verlos ahí.

―¿Qué demonios…? ¿Rulfo, Viviana? ¿Cómo entraron aquí?

―Por una entrada de dentro de algunas décadas ―quien habló fue Jesús―. Creo que es el momento de tomar esta fotografía ―dijo mostrándole la foto―, pero algo me dice que hay más qué hacer en esta visita.

―¿Quién eres tú? ―preguntó el vicario.

―Digamos que nadie te conoce tanto como yo. ―En cuanto el niño dijo eso, el vicario resopló con una sonrisa nostálgica.

―Siempre pensé que, si en algún momento viajaría al pasado, es lo primero que me diría. Y ¿qué es lo que me trae a esta era?

―Esta fotografía ―Jesús le mostró la foto y le explicó cómo el ojo de cristal no les permitía regresar a su era.

―Entiendo. Creo que el destino, en efecto, los trae a esta era ―el vicario alargó la fotografía hacia donde estaba Irina―. Lo que hay que saber es por qué.

Irina tomó la fotografía mientras Jesús y el vicario continuaban hablando, se veía a sí misma entre los monjes de esa era y entonces frunció el entrecejo. Nadie lo había notado, pero entre los rostros había uno que no parecía pertenecer ahí. Aun en blanco y negro, la tez de los monjes se notaba oscura y todos ellos con el cabello muy corto o a rape. Pero justo en el centro había un hombre de piel tan blanca que parecía un fantasma y con el pelo platino cayendo hasta sus hombros.

―Viviana ―Irina le acercó la foto―, ¿quién es este hombre?

―¿Él? ―Viviana chasqueó la lengua―. No lo conozco. Creo que recordaría a alguien con un aspecto tan peculiar.

―Quizá sea pareidolia ―comentó Sirhan―, mira, se ve transparente, el rostro del monje que está detrás de él parece traspasar. Debe ser algún error en el develado.

―No lo sé ―Irina frunció los labios―. Mi instinto me dice que debemos buscarlo.

―Tu instinto ha fallado mucho, Irina… ―comentó Darel.

―En nuestra era, por la cantidad de energía oscura. Pero aquí es más puro. ―Irina se puso de pie y se acercó a una ventanilla que había al fondo de la habitación y en seguida comparó con la fotografía―. Es en este momento, debemos tomar la fotografía ya, vean este barco en la foto, está justo en el horizonte, está acercándose.




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