Los príncipes azules no existen

III

Me di una palmada en la frente. No sé por qué seguía haciéndole chistes, si no los entendía. Ella continuó como si nada:

—¡Eso sería tan genial! ¿No te parece?

Ahora, la que tenía los ojos fuera de las órbitas, era yo.

—¡Un vecino vampiro! Imaginate que nos hacemos amigos y nos enamoramos y... –Suspiró–. ¡Sería como Amor sangriento!

Se quedó mirándome, esperando una reacción de mi parte. No supe qué decir. Un sonido de pies que se arrastraban nos hizo dar vuelta; distinguimos la cabeza despeinada de mamá:

—Chicas, bajen el volumen, por favor, que ya son casi las doce y a papá le toca trabajar mañana. No me hagan que las obligue a acostarse como cuando eran chicas.

Sin darnos tiempo a decir nada, desapareció. Lucía se volvió hacia mí y revoleó los ojos, pero pensé que mamá tenía razón. Era tarde, la conversación se estaba yendo de tema y yo quería irme a dormir. Decidí hablar en serio y dar por terminado el asunto:

—Lu, lo de Drácula era una broma. No creo que sea un vampiro, aunque debo confesar que sí da un poco de miedo. Yo, que vos, tendría cuidado.

Otra vez, la reacción predecible:

—¡Qué amargada, por favor!

Se tiró en el sillón y retomó la novela. Aproveché que se hacía la ofendida y me fui a mi cuarto, por fin. Aunque no por mucho tiempo.

 

 




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