La Estadística Descriptiva se limita a la recopilación, estudio, clasificación e interpretación de un grupo de datos, sin sacar conclusiones e inferencias para un grupo mayor.
A llegar al despacho le esperaba en la puerta uno de sus alumnos. Se trataba de Agustín, aquel muchacho tan avispado que exhibía una atrevida sonrisa y toda su mata de pelos. Era mucho más alto que Isidro, por lo que el profesor casi tenía que alzar la cabeza para observarlo. Observarlo e interpretarlo.
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Los primeros días del curso son ideales para que un profesor recopile, estudie, clasifique e interprete información relativa a sus alumnos. Recopilar, estudiar, clasificar, interpretar. Es lo mismo que hace la propia Estadística Descriptiva, es la propia lección que él imparte durante la primera semana. Con ella el estudiante aprende a recabar información sobre las edades de sus compañeros, las tabula, las representa gráficamente y, finalmente, aplica fórmulas para interpretar cuál es la edad media de su clase, o cuál es la edad que más veces se repite... Por su parte Isidro, sutilmente, observa; recopila información sobre las personalidades y capacidades de sus alumnos. No las puede tabular cuantitativamente, pero las ubica en patrones aproximados aprendidos con la experiencia de los años como docente. Él no sabría definir esos patrones, para eso estaban los psicólogos; solamente se hacía una idea abstracta. Tampoco sacaba conclusiones, el sistema de evaluación lo haría por él.
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—Agustín, ¿verdad?
—Sí. Quería preguntarle cómo acceder al campus virtual para matricularme en la asignatura.
—Entra. Si quieres puedes acceder desde mi ordenador y ya quedas registrado.
El profesor observó al joven mientras introducía sus datos personales. Algo llamó su atención. Se trataba del primer apellido, Figueruela, nada frecuente en las islas canarias.
—¿Eres pariente de Luis Figueruela?
—Pues… sí. Soy su sobrino. Mi tío me ha contado que usted le dio clase hace varios años —expresó con un tono esquivo.
—Así es. Me acuerdo perfectamente de él. Era un alumno muy organizado y metódico. Le gustaba la precisión en sus argumentos, y solía corregir o rematar las intervenciones de sus compañeros en un afán perfeccionista. No lo digo como crítica, todo lo contrario, era digno de admiración.
Luis Figueruela había sido un alumno ejemplar. Pertenecía a la primera generación de estudiantes a los que Isidro había dado clase. El profesor recordaba que lo llamaban Adonis, o algo parecido, pues estaba considerado como el más atractivo de la clase. El curso 1996-1997 le traía recuerdos entrañables. Nada más terminar la carrera, Isidro obtuvo una plaza de profesor universitario. Jamás podría olvidar aquellos ataques de nervios antes de entrar al aula y aquella sensación constante de incertidumbre mientras se dirigía a la audiencia. Su propia juventud lo llenaba de inseguridad.
Figueruela era actualmente director general de Doble Virtual Operativo Informático (VOI-VOI), empresa líder en asesoramiento virtual en la isla. Se había casado con Sara, otra alumna de aquella promoción que ahora trabajaba en la Delegación de Hacienda de Santa Cruz de Tenerife.
—¿Cómo está tu tío? ¿Y Sara?
—Bien… Están bien.
El profesor notó que Agustín titubeaba un poco y se sentía incómodo, por lo que rápidamente decidió cambiar de tema.
—¡Vale! ¡Ya estás inscrito del todo! Para las demás asignaturas tendrás que hacer lo mismo, pero introduciendo el código que cada profesor te proporcione.
—Muchas gracias, profesor.
Cuando Agustín se fue, Isidro consultó su correo electrónico. Tenía cinco mensajes sin leer en la bandeja de entrada. Los dos primeros eran auténticas chorradas procedentes de un amigo. El primero recogía millares de diapositivas secuenciales sobre los perjuicios causados por el excesivo consumo de hidratos de carbono, donde la diapositiva final era, indefectiblemente, un “pase usted un buen día”. El segundo recopilaba toda una batería de chistes de segunda mano que, tal vez, podrían haberle hecho gracia a su sobrino Isaac cuando tenía cinco años. Le sorprendía que hubiese gente sin otra cosa que hacer que leer todos los correos-paridas que reciben y reenviarlos; o tal vez, lo que es aún peor, ni siquiera los leen, sino que se los endosan a los demás en una poco divertida e irónica burla. Sin molestarse en profundizar más allá de la primera página, los eliminó directamente. El tercer y el cuarto mensaje eran informaciones intrascendentes del Departamento de Estadística Económica, al que pertenecía.
El quinto correo le pareció algo enigmático. Estaba escrito en francés, por lo que no entendía prácticamente nada. El francés no era lo suyo. Creyó intuir “algo” sobre “alguien” que vendría a Tenerife en febrero. El mensaje lo remitía Laure Libert; ni siquiera sabía si era nombre de mujer o de hombre. Con un acceso directo a Facebook, supuso que era uno de esos correos spam, tal vez de un supuesto banco que te amenaza con bloquearte tu inexistente cuenta en esa inexistente entidad. El mensaje de
Laure fue a parar directamente a la bandeja “eliminados”.
Cerró el acceso al correo. Tenía una sensación extraña; como si hubiese leído o recordado, inconscientemente, un nombre entre aquellos mensajes. Algo subliminal, por debajo de los límites normales de percepción. Evocó recuerdos pasados, su época de inicio profesional. Se remontó, incluso, a su etapa de estudiante en las frías noches laguneras. Recordó aquel tema que compuso sobre las sensaciones que entonces experimentaba. Abrió su página web, http://cafema.webs.ull.es/, subió el volumen de los altavoces, y se abandonó a escuchar aquella melodía nocturna, melancólica. “La Laguna”.
Mientras sonaban aquellas notas en sistema MIDI, Isidro tarareaba la letra de las primeras estrofas, que casi había olvidado.
Editado: 16.04.2020