Solo recordaba una voz gruesa y profunda que me hablaba, solo recordaba burbujas de colores envolviendo mi cuerpo. Estaba muriéndome pero a la vez estaba renaciendo.
Esa voz me decía algo que no llegaba a entender con claridad porque había como una interferencia. Pero logré captar residuos de palabras que no tenían sentido; oportunidad, salvar, vida, cero. No sabía que significó aquel encuentro y al despertar en un hospital con el llanto de ambos de mis padres la duda se intensificó porque había algo peculiar, algo distinto en mis ojos. Mi madre envuelta en lágrimas tenía sobre su cabeza un pequeño brillante número verde, un uno. Me quedé asombrado, restregué con fuerza mis ojos, pero el número no desaparecía. Mi padre lucía el mismo número, en el mismo lugar, con el mismo color. Pero al verme en el reflejo de la ventana yo no tenía ninguno. Antes de que pudiera entrar en pánico, un doctor con una densa cabellera negra entró a la habitación. Mis ojos se abrieron con angustia al ver que el doctor también tenía un número en su cabeza pero era diferente que el de mis padres, treinta y cinco. No sabía lo que estaba sucediendo y mis palpitaciones aceleradas junto con mis respiraciones agitadas delataban el estado de susto en el que me encontraba.
Cuando el doctor le dijo a mis padres que se retiraran para que pueda conversar conmigo a solas escuché un pitido en la cabeza. ¿Me había vuelto loco? Traté de tranquilizarme mientras que el doctor me daba unas indicaciones. Ni si quiera sabía que estaba haciendo en este hospital.
“¿Finnley? ¿Finnley, todo en orden?” Me dijo apoyando una mano en mi hombro. Cuando conecté mi mirada con la suya, mis ojos demostraban tal horror que la preocupación del doctor fui visible. “Finnley, escucha, muchos de los casos similares al tuyo pueden tener como efectos secundarios una desubicación. Pero no te preocupes que todo está en orden. Vas a estar bien.”
“¿Casos similares al mío?” La tembladera de mi voz no me dejaba hablar con claridad pero supe que me dejé entender.
“Intentos de suicidio. ¿Lo recuerdas Finnley? Hace tres días que estás en coma, tomaste una sobredosis de pastillas ansiolíticas. Suerte que tu mamá te encontró a tiempo, te salvó la vida.” Me sonrió con gentileza como si una sonrisa fuera a calmar todos mis pesares.
No recuerdo por qué me hubiera querido suicidar, qué pasó para que quisiera quitarme mi propia vida. De tanta frustración por tratar de acordarme de los sucesos previos a mi intento suicida la cabeza me estaba explotando. Eso junto a los números que observaba me pusieron tenso.
“¿Puedo hablar con mi padres?”
“Sí, claro.”
Mis padres entraron aún con los ojos hinchados y las miradas vacías. ¿Qué pasó para que quisiera causarles ese dolor?
“Todo está en orden, los dejaré a solas.” Se despidió el doctor.
“¿Cómo estás, cariño?” Se acercó mamá a acariciar mi cabello.
“Confundido y nervioso.” Palabras que describían a la perfección mi estado anímico.
“Es normal, hijo, pero vas a estar mejor en poco tiempo.” Dijo papá.
De repente eran alucinaciones, números sin sentido que veía por el trauma de lo que había pasado. De repente me quise quitar la vida por cosas que no debería acordarme para así poder mejorar. De repente todo iba a estar bien.
Me quedé en aquella habitación blanca y vacía por dos meses para seguir con algunos chequeos y conversar con psicólogos de cómo me encontraba. Les decía la verdad con respecto a la razón de mi fallido intento, no lo recordaba. Pero en tanto a los distintos números que seguía viendo encima de cada cabeza de las personas que me topaba, no quise decir nada. Me repetía que eran números que mi cerebro proyectaba por haber estado en coma.
Cuando regresé a mi casa intenté nuevamente recordar qué había ocurrido aquella noche. Revisé en mis cajones, en las repisas, alguna pista pero no logré encontrar nada. Así que decidí olvidarme de ello y vivir mi vida como si nada hubiera ocurrido. Tenía una segundo oportunidad de seguir respirando y no la iba a desperdiciar. Lo que aún me irritaba y asustaba al mismo tiempo eran esos números. Pero sabía que se tenían que ir en algún momento.
El día en el que mis nervios se tensaron fue aquella en la cual el número de mis padres cambió. De pasar a ser un uno verde se convirtió en un cero rojo. Sabía que eso no podía significar algo bueno pero como un idiota lo dejé pasar porque aún tenía metido en la cabeza que aquellos números eran parte de mi imaginación, no tenían un propósito más que asustarme.