POV RAVE
—Hay muchas cosas que no sabes sobre mí.
¿Y eso qué mierda significa?
Observo a Raven y me rasco la nuca, totalmente desconcertado con su respuesta. Ella apresa su labio inferior entre sus dientes y mis ojos viajan a ellos inevitablemente.
No seas estúpido, no puedes besarla luego de que te ha ignorado durante dos días completos.
—Ven conmigo a la fiesta en la playa y hablaremos bien de todo esto —agrega, ante mi silencio.
La expresión afligida en su bonito rostro hace que mi indignación merme. Así que asiento.
Una sonrisa sincera se extiende por todo su rostro y me es inevitable pensar en lo perdido que me tiene esta niña bipolar.
Veo la duda en su rostro cuando los dos nos quedamos viendo el uno al otro sin decir nada más. Y es hasta ahora que recuerdo que estoy solo en boxer, pero para mi sorpresa, a ella no parece avergonzarle en lo absoluto.
—¿Gustas de un café? —ofrezco, solo porque la he extrañado estos dos días sin verla, ni hablarle, y quiero que se quede aunque sea, unos minutos más.
Ella duda unos momentos, pero al final asiente.
—Te esperaré en la sala. Claro, si no hay problema —objeta, apuntando las escaleras que dan al primer piso.
—No hay problema —mascullo—. Me visto y bajo.
Esbozo una sonrisa ladeada cuando ella parece percatarse de mi casi desnudez, y sus ojos barren mi cuerpo por unos rápidos segundos y luego se ruboriza notablemente.
Emprende su camino al primer piso y yo me vuelvo sobre mis pasos hasta la habitación.
Una vez ahí tomo unos joggers negros que uso para entrenar y una remera básica de color blanco. Me echo un vistazo en el espejo del baño y peino un poco mi alborotado cabello. Está algo largo, ya debo cortarlo.
Guardo la piedra y los papelillos que permanecen en mi cama. Planeaba darme un buen viaje antes de que ella apareciera por aquí.
Una vez todo listo, me dirijo escaleras abajo, más de buen humor que de costumbre. Y me asusta el hecho de que ella sea la causante del mismo.
Cuando llego a la sala, no la encuentro ahí, dirijo mis pasos hacia la cocina cuando escucho al idiota de Rodrigo bromear y a Raven reír junto con él.
Una punzada de celos me toma desprevenido y la alejo bien llega, porque ¡mierda! Es mi hermano menor. No tengo porqué sentirme de esta forma.
Ni que ella fuera mi novia.
Me adentro en el espacio y Raven deja de reír abruptamente para mirarme, todavía con la diversión tiñendo sus delicadas facciones.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunto, pero estoy sonriendo.
—Nada, hermano. Solo le contaba a Raven la vez que llegaste a una cena familiar alcoholizado y nos hiciste pasar vergüenza frente a unos parientes lejanos cuando vomitaste en el jardín. —Raven rompe en otra carcajada y yo observo a Rodrigo con ganas de matarlo, pero también con cierta gratitud, porque me encanta oírla reír.
—Eres un idiota —espeto, con una estúpida sonrisa en el rostro, porque ella sigue riendo.
Me acerco a la estufa para preparar unas tostadas para que merendemos y pongo el café a preparar en la cafetera.
El idiota de Rodrigo rompió la tostadora hace unos días atrás y ahora tenemos que hacerlas en la estufa.
Estúpido.
Sigue contándole a Raven como mis parientes estirados hacían comentarios sobre mi borrachera de ese día.
Recuerdo que mi madre no sabía donde esconderse debido a la vergüenza que sentía, y recuerdo también, que mi padre estaba más que cabreado conmigo. Porque esos familiares tenían la costumbre de hablar de más sobre su propia familia.
Hasta el día de hoy no comprendo por qué razón mis padres los dejaban quedarse con nosotros en las vacaciones.
Por suerte ya no estamos en Italia, y a pesar de que extraño Calabria, al menos no tengo que soportar a ciertos parientes hijos de puta.
Cuando acabo con la merienda, sirvo café en dos tazas humeantes y pongo en un pequeño plato las tostadas. Voy a la heladera y saco los diferentes tipos de mermeladas que hay, solo porque no sé cuál le gusta a ella. También dejo un pote de nutella y crema de maní.
Siento los ojos de Raven seguir cada uno de mis movimientos con curiosidad, a pesar de que mi hermano sigue hablándole de nuestras salidas en Italia y los desastres que causábamos estando ebrios.
—¿Y yo no existo? —dramatiza Rodrigo, cuando dejo una taza de café frente a Raven y tomo asiento en uno de los taburetes de la cocina, junto a la castaña.
—Ahí quedó algo de café, sírvete si quieres —respondo, sacando mi celular y checando la hora.
—Que desconsiderado eres con tu hermano menor. —El idiota se lleva una mano al pecho, fingiendo estar ofendido.
Justo cuando viene Raven, se le ocurre actuar como payaso. Ruedo los ojos y me tallo el rostro, algo exasperado. Encima el dolor de cabeza me está matando.
Cuando aparto la mano que cubría mi campo visual, noto que Raven me observa en silencio, mientras le da un trago a su café.
Enarco una ceja en su dirección.
Una sonrisa perezosa tira de mis labios cuando ella imita mi gesto.
—Todavía no te he perdonado, así que no me sonrías cual inocente —susurro, para que solo ella me escuche, y le doy un trago a mi bebida.
—Recién me entero que había algo que perdonar. —Me mira con los ojos entrecerrados y no reprimo el impulso de acercarme todavía más a ella.
—Tu hermano está aquí —dice ella.
—Nos besamos frente a todo el Instituto, y ahora te importa mi hermano —respondo, y en menos de un segundo mis labios están sobre los suyos. Aunque el contacto no dura mucho tiempo, me separo de ella y llevo mi boca a su oreja—. Más te vale tener una buena excusa para haberme ignorado.
La siento estremecer bajo mi tacto y sonrío al comprobar que causo en ella lo mismo que ella causa en mí.
—Y si no, ¿qué? —Me reta, en un susurro, todavía nuestros rostros están muy cerca uno del otro.