POV RAVEN:
—Hola, cariño. Sí, sí se encuentra. —Me descoloca un poco su sonrisa de oreja a oreja, pero de todas formas no evito correspondérsela—. Pasa, pasa. Está en su habitación. Siéntate y espera a que le llame, ¿sí? —No espera respuesta alguna de mi parte y me toma por la muñeca, tirando de ella para adentrarme al hall principal.
Al instante en que desaparece escaleras arriba, luego de pedirme reiteradas veces que me sienta como en casa, me permito aspirar el olor a vainilla que caracteriza el ambiente. Después, me armo de valor una vez más y comienzo a caminar a paso dudoso hacia el living. En el trayecto, voy curioseando las paredes regadas de cuadros familiares, o de paisajes preciosos, como también veo estantes repletos de libros, y repisas coronadas por trofeos de natación, ferias de ciencias y básquetbol.
Una foto en especial llama mi atención, en ella, un niño sostiene un trofeo en alto, y una sonrisa radiante adorna su rostro. Su inconfundible cabello negro está revuelto y apuntando en todas direcciones. La felicidad en sus facciones, y en especial en sus ojos claros, es palpable, y un nudo me aprieta la boca del estómago.
¿En qué momento perdiste esa sonrisa, Rave?
—¿A qué viniste? —Sigo observando la fotografía de aquel niño tan ajeno al hombre que ahora tengo detrás de mi, cuando escucho la voz agria de Rave.
—Creo que me hubieses simpatizado más cuando eras un crío —admito.
—Responde lo que te pregunté, Raven —exige.
—¿Ahora ya no soy "niña"?
—A lo que sea que estés jugando, ya deja de hacerlo.
—¿Estás seguro de que soy yo la que está jugando? —Por fín me giro y le encaro.
Mi expresión es seria e ilegible, pero todo mi interior se alborota debido a su cercanía.
Viste una simple remera de mangas cortas, y unos vaqueros oscuros achupinados, junto con esas botas que parecen de combate, y que a decir verdad nunca me gustaron. Su rostro mantiene una expresión tosca.
—Yo no estoy jugando a nada. Te he dejado bien claras mis intenciones —responde en tono tranquilo—, y es por eso mismo que no entiendo qué haces en mi casa. Y qué haces buscándome.
—Vine porqué quiero que seas sincero. Siento que merezco una explicación por todo lo que pasó —contesto.
—¿Sientes que mereces una explicación? —bufa, burlón—. ¿No crees que te estás tomando demasiadas atribuciones, Raven?
Siento el familiar picor detrás de los ojos cuando dice mi nombre con tanto desdén y de forma tan impersonal. Pero lo ignoro y me enderezo todavía más si eso es posible.
—La verdad no —digo con el mismo desdén que él —. Tú jurabas estar enamorado de mí y sé de primera mano que los sentimientos no cambian de un día para otro.
—Los míos sí. —Ok, debo admitir que eso lo he sentido como una puñalada.
—De todas formas... —Mi voz flaquea un poco mientras intento mantener a raya las emociones contenidas—, hoy he escuchado algo que me dejó en duda. Y es por eso que vine.
La expresión en su rostro pasa en cuestión de segundos de la indiferencia a la preocupación.
—¿Qué has oído? —pregunta sin rodeos, y sin intentar ocultar la ansiedad en el tono de voz.
—Escuché algo sobre que yo ya no corro peligro, y que debes decirme la verdad. —Ahora la expresión en su rostro en furibunda—. ¿Por qué estaría en peligro? ¿Y qué verdad tienes que decirme?
Se hace el silencio.
—¿Cuál de los dos abrió la boca?
—Rodrigo. —Sé que Rodrigo me matará, pero ya no tiene sentido ocultarlo.
Rave no responde por lo que se me hace una eternidad, y lo siguiente que veo me deja pasmada: la expresión en su rostro cambia por completo. Y puedo ver por fín al chico que decía estar enamorado de mí. Es como si una máscara muy densa hubiera caído de su rostro.
—Te lo contaré, pero no puedes decírselo a nadie. —Baja el tono de voz a uno cómplice y se acerca hasta mí para tomarme de la muñeca y hacer que lo siga.
¿Qué tienen todos hoy con tomarme de la muñeca?
—¿A dónde vamos? —pregunto cuando noto que entramos al garaje de su casa.
—A un lugar. —Se limita a responder.
—¿Es broma? Pues claro que vamos a un lugar, ¿pero a cuál? —Me exaspero cuando me da la espalda para buscar las llaves de su camioneta.
—Cuando lleguemos lo sabrás. —Su respuesta me hace rodar los ojos.
—Dejé mi motocicleta estacionada afuera —digo, ya resignada a que no responderá mi pregunta.
—Espérame aquí —ordena y sale por el portón gigante del garaje.
Segundos más tarde, lo veo entrar arrastrando mi motocicleta hasta aquí.
—Tranquilamente podría haberlo hecho yo —suspiro.
—Sube a la camioneta. —Vuelve a ordenar.
—¡Cuidado, no te vaya a dar algo por ser tan amable! —escupo, mientras tomo asiento en el lado del copiloto—. ¿Luego volveremos aquí? —Le pregunto, una vez se sube al lado del conductor.
—Sí. —Es la única contestación que obtengo.
—No le has avisado a tu madre que nos fuimos —acuso cuando ya llevamos varios kilómetros conduciendo por la autopista principal.
—Por si no te has enterado, tengo 21 años. No necesito avisarle qué hago o dejo de hacer —masculla de mala gana.
—Es cuestión de consideración. —Le frunzo el ceño—. ¿Puedes dejar de comportarte como un idiota por solo unos segundos?
Él aparta la vista de la carretera y me escudriña durante unos largos segundos que logran darle un vuelco a mi estómago cuando posa los ojos en mi boca por un momento fugaz.
—No puedes pedirme un imposible, niña —murmura, volviendo a poner su atención en la ruta.
Pasamos el viaje en silencio, mientras me pregunto cómo pasamos de no hablarnos durante días a estar en un mismo espacio, yendo a un mismo destino. Uno, que por cierto, todavía no tengo idea de dónde es.
—¿Cuánto falta para llegar? —cuestiono, cuando el paisaje que veo a través de la ventanilla comienza a tornarse turbio. Para colmo, el sol ya esta desapareciendo en el horizonte.