El rumor no es rumor, es verdad.
Estos últimos días se me han hecho más aburridos de lo normal. Luke no se ha metido en problemas y Jess no me los ha causa a mí. Algo faltaba, esa emoción que hacia mis días menos monótonos ya no estaba.
—Estas como que estresada—comenta Jess inclinando su cabeza.
—Estresada. ¡No me pasa nada!
—Yo creo que sí—reafirma, dando otro mordisco a su pastelito—. Más bien... —se obliga a tragar y una retorcida sonrisa emerge—Creo que extrañas a alguien.
— ¿Cómo a quién?
Jess mueve las cejas de arriba abajo observándome con picardía. Le doy un golpe fuerte a su refresco como si fuera ella, de su bolso saca otra lata y la abre ofreciéndome.
—Bueno, si no es eso entonces puede ser tu período—suspiro resignada.
—Sí, Jess. Es Andrés.
—Entonces doy por descartado el rumor sobre tu embarazo—escupo el refresco y Jess se echa a reír.
Lo que resta de la semana es peor, entre las clases, los rumores y el estado de mi coneja no logro prestar atención de lo que me dicen y las cosas se me olvidan.
Me estoy durmiendo en clases, el nivel de sueño sobrepasó los límites con cuarto día en que el insomnio es más grande que yo. Me siento más débil, delgada y sin ánimos. Beta duerme por las dos y para un animal de su especie es preocupante.
Cabeceo en mi pupitre sin entender nada de lo que dice el profesor.
— ¡No cierres los ojos! —di un brinco con el grito de Luke en mi oído, llamando la atención de los demás.
—Déjate de mamadas —le reprochó Jess.
—Es que parece que va hacia la luz —Jess lo amenaza con meterle un puño en la cara.
Hazlo, por favor, golpéalo.
— ¡ATCHUS! —Mi estornudo exageradamente sonoro atrae la mirada y los «Salud» de los demás en el salón.
Me sentía mal, terrible; pero no podía aceptar la idea de que la come zanahoria que invade mi armario y deja (no) chocolates en él tenía la culpa de mi malestar.
Ayer, mientras el cielo se caía me dedique a bañarla. Mala idea. Limpiar a un conejo no es lo mismo que limpiar a un gato callejero y salvaje.
Trago saliva sintiendo otra vez esa extraña sensación que me seca la garganta y me sube el pulso. Suena el timbre de salida y la fiebre comenzaba a debilitarme.
Me sorbo la nariz y espero que Jess se termine de parar de su asiento. A punto de salir del salón el profesor Ricardo pronuncia mi nombre.
Me devuelvo, arrastrando los pies hasta el pupitre frente al escritorio y me tumbo en el asiento escuchando una risita.
— ¿Estás bien? —escucho su silla rechinar por sobre la cerámica.
Asiento, aun con mis brazos cubriéndome el rostro, hasta que siento unas manos acariciar mi cabello. Por reflejo me levanto del puesto tomando distancia.
— ¿Para qué me llamó, profesor?
Me mira divertido y se acerca a la puerta sacando unas llaves de su bolsillo. Ha trabado la puerta. Esto ya no me está gustando, mis piernas me pesan y la fiebre empieza hacer efecto.
—Ya... ya tengo que irme.
¿Tartamudee? Yo jamás había tartamudo. Esto se comenzaba a tornar más que extraño con solo tres pasos de distancia. Él toma mi mano y lo miro cautelosa, deseando que esto no llegue a otra cosa.
— ¿Vas bien en tus clases?
—Si no es en la de usted no le importa.
Intento apartar la mano, pero me la sostiene con más fuerza.
—Quiero irme.
—Me he dado cuenta que eres muy madura para tu edad —mi estómago se retuerce con su lasciva voz—. Hermosa también.
Logro apartar mi mano de forma brusca. Su rostro se contrae en un leve y fingido expresión de tristeza.
Ahora ríe.
Abro mis labios dispuesta a gritar, pero lo único que consigo es que Ricardo se adelante a mis movimientos y logre prever mi acción callándome con su boca, sus labios. Me quedo como piedra cuando su lengua hace contacto con la mía.
Quise vomitar.
En un intento desesperado por escapar lo muerdo con fuerza.
Retrocedo y logro darle una patada en su entrepierna haciendo que se doble. Aprovecho la oportunidad de correr a la puerta, pero estaba con llave, comienzo a golpearla y empujarla, pero nada parecía dar resultado. La maldita puerta se abre por afuera, así que no me queda más opción que romper el vidrio.
El dolor no tarda en aparecer, mis nudillos están sumamente rojos con pequeñas cortadas. Estiro mi brazo y al momento en que toco la perrilla, una efímera luz de esperanza desaparece cuando de nuevo soy arrastrada hasta el centro de la habitación.
Vuelvo a gritar sintiendo como un grueso y afilado trozo de vidrio se clava en mi piel y empieza a sangrar de manera exorbitante, mi brazo comienza a dormirse y en el suelo dejo un camino de sangre.
No dejo de ver la sangre fluir de mi brazo y es lo que uso para apartarlo empujando en la cara impregnándolo de mi sucia sangre.
Un abrazo violento me acorrala, imposibilitándome que haga algo. Coloca un pañuelo con un olor extraño y cítrico en mi nariz.
Lucho con las pocas fuerzas que me quedan, pero no sirve; poco a poco mi vista se nubla haciendo cerrar los ojos, pero la sensación de sus manos en mi cuerpo es lo único que no desaparece.
Editado: 27.04.2024