La rosa significa soledad.
Caos y gritos.
A eso se resume la familia McCarthy. Desde que llegué nada ha estado en silencio y apenas llevo cinco miserables horas y no se moderan ante una completa desconocida, como si mi presencia no los perturbara.
Lo raro y escandaloso lo llevan en la sangre, de eso no hay duda.
Después de que la rubia se desmayara ante nuestros ojos—llena de sangre y como una hoja papel—, Carlos se la llevó a su habitación y desde entonces no la hemos vuelto a ver, el padre de Jeremy—el Sr. José—se encargó de su cuidado gracias al curso intensivo de primeros auxilios mientras que la Nora no suelta el crucifijo rezando por el alma de su hija y de vez en cuando escucho también por el de su nieta, Sarah.
Diana no ha vuelto aparecer, pero desde la sala escucho sus gritos y me rio internamente por la mención de un nombre en particular. Ya me lo veía venir, a ese mujeriego no se le escapa ni una.
También oigo unos gritos agudos al otro lado de casa que deduzco es de la víbora y no se quien, supongo que su esposo, el único capaz de soportarla.
Y, o las paredes son muy delgadas o esta gente tiene un problema grave de audición que espero no desarrollar por tantos gritos.
Jeremy y Miguel no paran de pelear por estupideces y Brayden está más chicle que nunca, por supuesto que no dude en sacarle provecho para que me diera la contraseña del wifi. Era de esperarse que fuese el nombre del perro.
Bolita9deZeus.
«Mamá me quiero ir» me deja en visto.
«Pásame buscando» le escribo a mi única esperanza.
«Mándame foto cuando se esté bañando» responde Jess y yo apago el teléfono ante la escena que me da.
Lo miro de reojo acariciar a Zeus y no se quien está más feliz, si él o el sarnoso a quien tengo que aguantar todas las tardes a las 4 p.m.
—Ya vamos a comer—avisa la Sra. Gabriela desde la cocina—, Bry, despierta a Dayana.
Brayden le hace caso y antes de salir disparado por las escaleras, se lanza a robarme un rápido beso que no tardo en limpiarme con la mirada pícara de sus primos sobre mí. Le lanzo un almohadón a Jeremy para que deje las indirectas y camino a la cocina donde la madre metiche de mi metiche compañero ya estaba allí.
— ¿Ayudo en algo? —me ofrezco.
—Sí, linda. Ve a dejar los platos en la mesa.
Tomé una pila de platos y los acomodé por la ubicación de las sillas. No fue hasta que terminé de arreglarlos que me di cuenta de lo numerosa que era la familia, eran dieciséis platos con diecisiete sillas, de los cuales solo conozco doce; cuatro de ellos eran desconocidos por ahora.
Saqué la cuenta y no pude evitar conmoverme.
La abuela Nora.
La víbora y sus viboritas hijas junto con su esposo; que como me cuentan aún no ha llegado.
Yahaira, el Sr. José y los gemelos.
Gabriela, el Sr. Abraham, la basura, el metiche y... Chris. Él no estará y aun así pusieron su lugar.
¿Dónde estará y por qué parece poner triste a varios? No dejo que preguntarme eso.
Dentro de todo este ánimo algo debe estar mal, mucha felicidad y poca realidad. Ruego por no enterarme e involucrarme más de lo que espero con esta gente.
Intento distraerme así sea mirando como el perro se rasca con el sofá, pero no puedo evitar dejar de ver el lugar que estará vacío y preguntarme cuanto tiempo estuvo así, y cuanto más lo estará. Gabriela se veía tan dolida cuando dijo su nombre.
—¿Nova?
Levantó la mirada con la voz e Bryaden.
Las venas de su antebrazo se le marcan con el peso de una niña en brazos, cálculo que de unos 5 o 6 años. Su cabello dorado estaba un poco desordenado, lo que le da ese aire de una ricitos de oro revoltosa.
—Nova, ella es Dayana, la princesa de la casa—amorosamente Brayden le quita la mano con la que se restregaba con énfasis sus ojos grises.
Ojeo a la niña y nada en ella me mueve la fibra, sin embargo, son los músculos de su primo lo que llama mi atención. La pequeña me mira de pies a cabeza y se alarma cuando yo la miro directamente a los ojos.
—Puedo ver como tu alma arderá en las fosas eternas del infierno —hubiese sido divertido decírselo, pero me abstuve.
— ¡Tengo miedo!
Brayden se tensa.
— ¡Dayana!
—Déjala—le digo.
Baja a la niña en el suelo y yo vuelvo a quedar sola con él, la diferencia de altura se hace más notoria con él en un escalón arriba. Sigo con la cabeza en alto y me cruzo de brazos, puede que sea más grande, pero yo conozco formas rápidas de hacerlo sentirlo como hormiga.
—Es comprensible, está rodeada de Barbies—capta la indirecta enseguida, mostrándose ofendido—. Yo soy como un tipo de...
— ¿Muñeca satánica? —completa y yo levanto una ceja.
—Puede ser—doy un paso al frente logrando que retroceda un escalón mientras subo uno—, ya he convivido con un jodido demonio.
—Admite que te gusta cómo te jode este demonio—se regocija.
La sonrisa me sale oscura. Doy otro paso, pero él no retrocede, y me resulta perfecto ya que subo un escalón quedando a su altura.
—Lo disfruto—admito, me acerco a oler su colonia y los vellos del brazo se le erizan—. Y no sabes lo que tengo en mente para ese demonio.
—Mi... Mi cuarto está arriba—paso la mano por su nuca detallando cada lunar de su piel.
Entierro mi rostro en su cuello pasando la lengua y me acerco a su oreja.
— ¿Quién dijo que me refería a ti?
Mi reencuentro con ese demonio será en el infierno, un lugar que Brayden jamás pisará.
Tomo su mano y lo llevo a la mesa donde se sienta a mi lado, y pese a la mirada que me lanza Brayden yo finjo no notarla.
¿Qué pasó, amiguito? ¿Nunca nadie había jugado contigo?
Nora está a la cabeza de la familia frente al asiento vacío, con sus dos hijos varones a cada lado.
Editado: 27.04.2024