No le extrañaba nada que Lucila estuviera muy molesta al ver como su propio padre la había ignorado para contratar a Christos. Se sentía muy mal por ella. Creía que su hermana mayor había hecho todo lo posible por mantener a la familia unida después de que su madre los abandonará y su padre se dedicará a acostarse con las doncellas del hotel.
Pero, en lugar de darle el puesto en la empresa que se merecía, se había visto relegada a un segundo lugar y a las órdenes del nuevo director general. La irá se apoderó de el mientras miraba a Sophie Ashdown de arriba abajo. No entendía ccomo se atrevía a entrar a su casa y dar por sentado que iva a ser bien recibida. Incluso su aspecto estaba consiguiendo irritarlo. Llevaba un elegante traje de lino que parecía muy caro y exclusivo, medias claras en sus largas piernas y unos tacones demasiado altos para el campo.
Tenía el pelo rubio dorado, casi del color de la miel. No quería siquiera imaginarse cuántas horas pasaba cada semana en la peluquería para conseguir esa perfecta melena que caía en capas hasta la mitad de su espalda. La señorita Ashdown tenía un aspecto impecable y era muy bella. Supuso que, con ese aspecto, estaría acostumbrada a salirse con la suya.
En el pasado, durante sus años más locos y salvajes, se habría sentido atraído de manera casi inmediata por esa mezcla de sofisticación y sensualidad y le habría faltado tiempo para tratar de llevársela a la cama. Pero no quería ni pensar en ese Nicolo. Había llegado a despreciar el hombre que había sido y odiaba que le recordarán su pasado.
_Corcha, ven aquí _le ordenó con firmeza. Fue un alivio ver que el perro le obedecía de inmediato. Lo último que necesitaba era que Dorcha lo avergonzada delante de esa mujer. Echo un vistazo a los monitores del ordenador. Había bastante actividad en los mercados de Asia y en índice Nikkei había subido trescientos puntos. Quería estar solo para poder concentrarse.
_A lo mejor no me ha entendido bien, señorita Ashdown _le dijo entonces mientras ina hacia ella_. No pienso ir a la Junta de accionistas ni quiero saber nada de su jefe. Le puso la mano en el hombro y la acompañó hacia la puerta. Le encantó ver como habría los ojos asustada al sentir que la tocaba.
_por lo que a mi respecta, Christos se puede ir al infierno. No tiene ningún derecho a estar al frente de la empresa.
_Fue su padre quien le dio ese derecho.
_Pues ya ha llegado la hora de que mi padre recupere el sentido común y ponga a mi hermana a cargo de la cadena. Lucila conoce el negocio mejor que nadie, mucho mejor que Giatrakos.
_Entiendi perfectamente la lealtad que siente hacia su hermana...
_Usted no entiende nada _la interrumpió furioso. Ver expresión en los ojos castaños de Sophie Ashfown era lo último que necesitaba. Durante un segundo, había sentido el inexplicable impulso de decirle que creía que su padre había traicionado la famila al entregarle el mando de la empresa a un desconocido. No entendía porque estaba a punto de hacerlo, no era un hombre dado de confidencias personales.
Creía que era absurdo sentir la necesidad de contarle algo así a una mujer a la que no conocía de nada.
Estaba tan serca de ella que podía oler su perfume. No tardo en reconocerlo, era el aroma propio de la cadena de Chatsfield. Un perfume con notas de madera fe cedro, bergamota, lavanda y rosa. Era un olor que evocaba emociones encontrarás dentro de el. Le recordaba a su primera infancia, cuando visitaba con sus padres los hoteles Chatsfield que tenían por todo el mundo. En la actualidad, todos los hoteles de la cadena se perfumaban sutilmente con ese aroma, que se dispersa en el aire acondicionado de los hoteles y que también estaba presente en los artículos de aseo que se obsequian a los huéspedes.
Habían sido tiempos felices. De pequeño, había creído que sus padres se querían y había crecido pensando que tenía una familia estable y unida. Pero, poco después todo se había desmoronado. Su madre los dejo y no la había vuelto a ver desde entonces. Se había sentido destrozado y abandonado. Después, cuando descubrió como era de verdad su padre, se sintió asqueado.
Sophie Ashdown le recordaba todas esas cosas con su mera presencia, con el perfume del hotel. Y el no quería pensar en el pasado, en lo que había hecho ni en los remordimientos que devoraban su alma. En el campo había encontrado algo de paz, apartado del resto del mundo con la única compañía de su trabajo y su perro. No quería que nadie perturbara su frágil paz com su presencia. La visita de esa mujer era una intrusión imperdonable en su vida privada.
La llevo sin soltarle en hombro hasta el pasillo.
_Se las ha arreglado para entrar en la casa, así que estoy seguro de que no tendrá problemas para salir de nuevo a la calle _le dijo con sarcasmo.
Un fuerte trueno hizo que retumbaran los cristales de las antiguas ventanas de la casa.
_Si fuera usted, me pondría en marcha cuanto antes. El camino no tardará en inundarse y tardaría horas en regresar a la aldea si se queda atascada con los agujeros de la carretera.