- Violeta -
5:30 de la mañana, suena la alarma...
Me levanto a penas escucho el segundo tono de la alarma. Estiro mi cuerpo para desperezarme y después de tender mi cama me dirijo al baño para ducharme. 15 minutos después, ya estoy frente a mi armario buscando que ponerme, después de pensarlo mucho elijo un vestido rojo con tirantes gruesos, de corte recto que me llega a mitad de las rodillas. Maquilló mis ojos de tonos marrones y vino, junto con un delineado negro muy sutil y un labial rosa oscuro. Cuando veo que todo está en orden, salgo de mi habitación y bajo a la cocina.
Después de 5 años sigo viviendo en casa de mi madre y no me avergüenza decirlo, de hecho mis hermanos también viven aquí. Y no es porque no tengamos dinero para comprar un departamento y mudarnos, lo que pasa más bien es que ninguno de nosotros queremos dejar sola a mamá en esta enorme casa. Así que aquí nos quedamos, solo casados nos van a sacar de esta casa, lo que va a ser más que difícil para cualquiera de los cuatro.
Entro a la cocina para empezar a preparar el desayuno para todos y a los pocos minutos mi mamá entra a ayudarme.
- Buenos días cariño - me saluda dándome un beso en la mejilla
- Hola mamá, sabes que no tienes necesidad de levantarte tan temprano ¿Verdad? - le pregunto mientras pico la fruta
- ¿Si no lo hago, quien les preparará el desayuno como más les gusta? - cuestiona prendiendo la cafetera
- Tienes razón mamá, eres la única en esta casa capaz de comprender la complejidad de preparar un café negro y poner miel en la fruta - le digo con ironía
- Sabes que no me refiero a eso Lila - aclara con una sonrisa - llevo mas de 30 años levantándome antes que todos para prepararles el desayunos y comprobar que tengan todo listo para la escuela y ahora el trabajo, no puedes esperar a que cambie mi rutina de la noche a la mañana -
- Pero si llevamos 5 años pidiéndote lo mismo - recalco incrédula
- Y tardaran otros 5 años más para lograr hacerme ceder - defiende con seguridad
Niego con la cabeza pero sin dejar de sonreír. Con mi mamá no se puede ni se va a poder nunca. Cuando ya está casi todo listo mis hermanos empiezan a llegar uno a uno vestidos con traje y corbata, nunca creí vernos a los cuatro con ropa formal para trabajar en el mismo lugar. Lo curioso es que sigo sin entender cómo es que yo bajo antes que todos ellos cuando soy la que más se tarda arreglándose, supongo que es una compensación por todas las veces que bajaba a mitad del desayuno cuando iba a la escuela.
Nos mantenemos desayunando tranquilamente tratando de hablar de todo menos de trabajo, obviamente por orden de mamá, ya que a ella no le gusta que nos estrecemos mientras comemos, porque según dice que la comida nos caerá pesado y hará que engordemos. Yo no sé si eso sea verdad, era algo que siempre le decía a... mi papá, él siempre le hacía caso así que yo planeo hacer lo mismo. Además que lo último que quiero es engordar.
Para eso de las 7:30 cada quien se sube a su auto para dirigirnos a la empresa, al principio íbamos todos en el mismo auto y nos turnábamos para conducir de ida o vuelta. Pero con el tiempo se nos fue haciendo tedioso estar los cuatro en un lugar tan reducido, además que cuando me tocaba a mi conducir se la pasaban gritandome hasta por el más mínimo detalle.
Que baje la velocidad, que no me pase el alto, que no me maquille al volante, que tenga cuidado con la viejita que está cruzando la calle, que me detenga porque la policía lleva 5 cuadras siguiendonos y no sé que sarta de exageraciones más. Al final uno a uno se fue comprando su propio auto según ellos por supervivencia, con lo que no contaron fue que terminaron dejando el auto de papá sin dueño, así que me lo quedé yo y para su sorpresa sigo viva, con mi licencia intacta y sin pisar ni una vez la cárcel. Qué más puedo pedir.
Al cabo de unos minutos logro rebasar a todos mis hermanos al grado de perderlos de vista, no es que estemos compitiendo, pero me gusta la velocidad, al igual que llegar temprano. Mientras voy concentrada en el camino tarareo las canciones que suenan en la radio y me emociono al escuchar una canción que fue muy popular en mi adolescencia. Que buenos tiempos; bueno casi, a quién quiero engañar fue la peor época de mi vida. Tantas cosas que hice mal y otras que pude haber evitado, definitivamente no es algo que quisiera repetir.
Mientras me pierdo en mis amargos pensamientos, de la nada un auto de un blanco perla se cría de carril inesperadamente, haciendo que casi pierda el control de mi auto.
- ¡¡Oye tu animal, ten más cuidado con lo que haces!! - le grito por la ventana a la vez que tocó el claxon con fuerza
Pero con todo y mi escándalo el muy imbécil solo prende las luces como si se estuviera burlando de mi. Más rabiosa de lo que ya estaba acelero para darle alcance.
- ¡Comprate lentes estúpido ciego! - exijo al darle alcance por el carril de a lado
- ¡¿Y si no quiero?! - me grita de vuelta bajando un poco la ventanilla
- ¡Entonces por lo menos deberías mirar a los lados antes de girar! - cuestiono desesperada
- ¡Lo siento muñeca, pero no suelo fijarme, en pequeñeces! - ataca para después volver a acelerar
Maldito desgraciado, a mi nadie me habla así. Ah pero esta me la paga. Valiendole todo vuelvo a acelerar y cuando lo alcanzo me cambio a su carril pasando a centímetros de su auto. Y como me lo esperaba logré desestabilizarlo al grado de que tuvo que detenerse en el carril de emergencia. Alegremente toco el claxon anunciando mi victoria y me desaparezco lo más rápido que puedo.
Dale, lo acepto, quizás me pasé un poquito pero en mi defensa él me provocó y no lo voy a negar, se sintió extrañamente bien. No recuerdo cuándo fue la última vez que tuve un pleito con otro conductor, normalmente soy yo la que causa los problemas y luego huyo más rápido que flazh. Ahora ya sé lo que sienten los conductores cuando hago mis gracias, me pregunto si el coraje también les provoca dolor de cabeza.