Todo sería sencillo si adquirieramos un espejo, uno que al ponernos en frente nos permitiera ahondar en nosotros, en lo profundo de nosotros. Rasgar esas cortinas de olvidó y develar así la realidad de nuestro ser. Desde niño he tenido muy poca retención de recuerdos, poco recuerdo de pequeño, poco de joven y a duras penas sé que hice ayer. Por algún motivo me niego a recordar el pasado. Ando en las nubes, debe ser que soy más soñador que hombre, vivo de desconexión en desconexión, así, para no amortiguar nada doloroso, diría yo. Si Freud tenía razón, estoy acumulando sucesos en mi subconsciente, allí amontonandose gradualmente durante años, solidificandose en una masa negra, mal oliente, que por el momento es viscosa, venenosa y tan corrosiva que quema su contenedor y hace metástasis en el espíritu.
Sin querer, me he jodido, estoy jodido. De la nada me asaltan esas crisis, esas dudas, esos malos pensamientos, es esa masa sólida la que se escurre por mi (como un cuerpo no newtoniano), que cuando estoy más solo me doy cuenta de su bajar por mi columna, frío, llega hasta el estómago y me pesa el cuerpo hasta no querer levantarme.
Si tan solo pudiera tener ese espejo revelador... Suena como una excusa tonta, sin embargo; es el licor quien me revuelve y me hace regurgitar aquello que no he liberado estando en sobriedad. Así que bebido estoy más dispuesto a recordar, puedo ser más sincero. Bien se sabe que el alcohol deshinibe, por esto ya soy más libre de hablar, de escribir. Se comporta como una musa y bueno, yo soy un escritor.
Para relatar algo, hace falta tener idea de un algo, me interesa la gente. No en un sentido de que los ame, es más las ganas de conocer ese secreto místico que ha ido evolucionando de siglo en siglo. Me dejo relacionar con ancianos, jóvenes, mujeres maduras, hombres maduros y solteros, mujeriegos, con prostitutas, con mujeres que no les gusta las relaciones estables. Todo con tal de hacer una idea del humano. Puedes intentar conocerlos si les das el tiempo de explicar sus vidas, juntas todos aquellos sucesos, buscas patrones de todas esas historias y concluyes algo, mas ese algo se complica, con la años lo que uno ve como verdad, muta. Yo solo practico, soy un observador. Soy observador y por lo tanto no tengo historias propias, he estado estático. Soy yo sentado entre las horas mirando y escuchando. Cerca a la acción, más no en la acción. Limitado a ver pues no tendría la experiencia de analizar y poner en conjunto las observaciones, con fin de determinar el comportamiento de otros. Así aprendo del ser humano, así tengo más historias de las que en mi existir podría cultivar. Así me gusta, ser observador.
Llegué al bar, primero saludé a Eduar, el hombre que servía los tragos. Siempre altivo, pero con una manera especial de dirigirse a uno, tendría quizás unos 35 años, siempre se llevaba las miradas de las mujeres que pasaban a tomarse algún cóctel con sus amigas. Ese día fue común, me senté frente a Eduar y comencé:
-¿Cómo va la vida, hermano?
- Todo bien Carlo, algunos problemillas que nunca faltan.
- ¿Si, que ha ocurrido?
- Ves a la rubia que está allá en esa esquina, no voltees ahora.
- Está bien ¿Pero que pasa?
- Espera... Voltea, voltea ya.
Voltee y había allí una mujer rubia, de piel tirando a dorado, me imaginaba que si se levantaba mediría metro ochenta, dado que tenía unas piernas muy largas. Sin que me dijera Eduar el qué de esa mujer, yo ya entendía de la atracción que éste sentía hacia aquella joven de cabello claro. Era ver una modelo !Precisamente en ese bar! De pronto lo era, así que pregunté a Eduar.
- Es muy hermosa esa mujer Eduar ¿Que sucede con ella?
- ¿Verdad? Me he fascinado, viene de vez en cuando, algún que otro sábado. La observo y está siempre con un hombre distinto.
- Pues yo no la había visto aquí antes.
- Estás ocupado hablando siempre con alguien.
- ¿Serán reuniones de trabajo lo que ella hace aquí?
- No creo, son muy informales las reuniones que tiene.
- Puede que sea una puta.
- Carlo, eso no es así. Una mujer bien puede salir con varios hombres, ser sería y mantener una relación estable y con fidelidad.
- Eduar, el humano es libre, fidelidad y seriedad son ideas humanas, eso no es una ley universal para el hombre.
- Yo como creyente...
- Ya Eduar- le interrumpí- dejemos lo de creyente y no creyente. Dejemos a los diez mil dioses del mundo quietos y fijemos mejor en la situación.
- Calle hombre, tengo fé en el corazón humano y en su respeto por el amor del otro.
Estuve a pocos segundos de refutarle todo ese romanticismo, esa antropología, pero las mentiras son más reconfortantes. Una mentira como "un Dios que te ama", para que no sientas la soledad absoluta de la existencia o el absurdo de ser lanzados de la nada a un cuerpo sensible. Recurrí por seguir la conversación de la mujer.
- Dejemos de lado esas cosas. Ve y le hablas, bien le puedes invitar un trago, Eduar.
- No creo, ya sabes cómo me pongo cuando intento ligar.
- Un hombre como tú no debería tener inseguridades.
Eduar, aunque fortachon y según los estereotipos occidentales impuestos de belleza, era un hombre apuesto. Sería poco entendible de como dudara de su capacidad para conquistar jovencitas exitadas por su juventud y su necesidad de atención constante. Él es el tipo por el cual las mujeres frecuentaban a menudo ese bar. Yo las oía parlotear siempre sobre qué tan apuesto era Eduar. No quería que el perdiera esa ventaja de la que muchos carecemos. No tengo el don de llenar orgullos ni inflar egos, pero intento, intento que el débil sea fuerte y el fuerte no sea un bastardo.
Lucho yo, contra ello, no es que yo acaso sea justo. Me gusta ver las sonrisas, el ambiente de prosperidad. No las envidias, no los egoísmos, las malas miradas que exitan ese éter incómodo y pesado ¿Quien siendo humano no tiene estos anti valores? Cualquiera, yo mismo igual los tengo, sin embargo; no se hace mucho esfuerzo al rebajar esas malas actitudes. Malas, por su modo de maltratar los espíritus ajenos, no porque algo sea malo en si. El mal, como el bien solo exiten dentro del caparazón de ese órgano maldito por ser pensante, el cerebro.
Me desvío de la historia, siempre lo hago, siempre lo haré. Soy un desorden de ideas y mucho de ellas terminan acumuladas, estrellandose unas a otras, se pisan se golpean y encuentran una salida en cascada. El lector le puede parecer muy incómodo que uno esté rompiendo la línea del discurso porque el autor tiene una idea para reforzar y estira ese paréntesis hasta donde más quiere. Pido disculpas, bien puede el lector abandonar estas letras y continuar con algún otro libro de literatura universal, que sería más aprovechable a mi modo de ver.