Natalie
había llegado al hospital de St. Mark's, en Rocky Hills, dos años antes, con el fin de triunfar por mis propios medios y no por las influencias de mi padre. Una palabra dicha en un mal momento podía cambiar radicalmente la actitud de la gente.
El personal me trataría como a la hija del legendario doctor Pike, y no como a Natalie Canfield. Y al mismo tiempo ocultarían sus verdaderos sentimientos y opiniones con tal de alcanzar o mantener la buena opinión de mi padre. Ocurría con una frecuencia asombrosa.
Había llegado el momento, intenté mi mejor sonrisa pero mi ánimo no era el mejor y parecía más una mueca. Un minuto después me encontré frente al hombre al que había odiado durante meses, sin haberlo visto siquiera, y le estreche la mano.
Edward Higgins, el responsable de administración, era el encargado del protocolo y nos presentó formalmente.
-El doctor Alexander está muy interesado en las enfermedades infecciosas, o sea, que los dos tienen mucho en común. Ya que le dejo en buenas manos, ¿me disculpa un momento, Estefan?
Y sin esperar respuesta le dio una palmada en la espalda al otro hombre y se alejo.
Hice mi mejor esfuerzo de no ponerme nerviosa ante el escrutinio del homenajeado. Sus ojos, negro carbón, me estudiaban lentamente y tuve la impresión de que casi nada se les escaparía a aquellos ojos.
Esperé la misma amabilidad que le había visto mostrar a los otros invitados y mi sonrisa automáticamente se borró al notar que la boca de él formaba una tensa línea recta. Por alguna razón volvía a ser el hombre inescrutable al que había conocido en la habitación de Coffman.
A pesar del frío recibimiento, su mano era cálida.Y grande, casi el doble que la mia.
-Me he enterado de que le han pedido su opinión en el caso Coffman -comente al tiempo que retiraba la mano.
Continúe sintiendo en mi piel la presión de sus delgados dedos. -Me ha visto usted en mi primer caso oficial en el hospital de St. Mark's.
Es decir, que él también me había reconocido. -No le hubiera interrumpido de haber sabido que estaba en la habitación - me defendí.
-¿Está sugiriendo que pongamos carteles para
avisar cuando un médico está trabajando, como hacen los peones en las carreteras?
Sentí mis mejillas enrojecer de la rabia - En absoluto- replique en el mismo tono glacial y mi mi mayor pregunta era como rayos alguien lo podía considerar encantador.
Encantador mi pie.
Era obvio que se estaba burlando de mi.
-La enfermera mencionó que la familia estaba allí y me imaginé que sería usted uno de los familiares.
-Es comprensible -comentó él con su grave y
profunda voz-. Yo, por otra parte, tenía una injusta
ventaja. Sabía su nombre.
Traté de no parecer sobresaltada. Me esperaba lo peor y mis oídos zumbaban de nerviosismo. ¿Acaso me habría reconocido?
En vez de eso, él señaló la placa con el nombre que llevaba prendida en la blusa. -No se puede estar de incógnito mientras se lleve eso.
Llevé la mano a la placa y reí levemente. Mi secreto aún no se había descubierto. -No, supongo que no.
Aunque me hubiera encantado terminar rápido con todo aquello, mi misión me mantuvo clavada donde estaba. La ausencia de Higgins era una suerte, pero no podía preguntarle de buenas a primeras si conocía a Harrison Pike. Si decía que no, tendría que darle explicaciones de por qué preguntaba y, si realmente mi padre lo había enviado allí, no lo confesaría. Tendría que esperar y observar: las acciones le dirían más que las palabras.
-¿Ha encontrado algo ya en la sangre de Coffman? - preguntó él.
-No, pero no me sorprende -comenté enojada ante la impaciencia de él. Creí que todos los estudiantes de medicina sabían que un cultivo requiere al menos veinticuatro horas.
- Ese es un dato básico. Sin embargo, nuestro laboratorio podía dar informes preliminares en ocho horas. Aquello no me sorprendió.
-Por desgracia nuestro laboratorio carece del equipamiento necesario para eso. Veinticuatro horas es lo más que puedo hacer.
-Esperemos que sea suficiente. respiré hondo. Aquel hombre era insoportable.
-¿Le ha aplicado ya algún tratamiento? Él asintió con gesto serio.
- Una penicilina de las más recientes. Puede que lo cambie dependiendo del organismo y su reacción al antibiótico.
-¿Está seguro de que la causa es bacteriana? Él alzó una ceja.
-Es una especulación fundada. -¿También ha averiguado su identidad? Quizá no necesite mi informe, después de todo...
Me sorprendí al ver su cara apareciendo una perezosa sonrisa, era primera que me dedicaba.
-Sí, estoy seguro de que sí lo necesito. Mientras tanto, asumiré que se trata de un estreptococo, ya que suelen ser los culpables en estos casos.
Por algún inexplicable motivo aquella seguridad en sí mismo me irritó. -Puede que yo detecte algo distinto - comentó enderezándose de brazos.
-Mientras encuentre algo, señora Canfield...
Aquel énfasis en el "algo" sonaba a reto. Un reto que, por una vez en mi vida, acepté de buena gana.
-No se preocupe, doctor. Lo encontraré.
Estefan
Contemplé aquellos ojos castaño claro, con pinceladas color oro y verde, que echaban chispas. Fascinado por las largas pestañas de Natalie reflexioné sobre las ironías del destino.
Se había pasado todo el verano convenciéndose a sí mismo de que Rocky Hills, en el estado de Colorado, era un lugar estupendo para establecer su propia consulta. Tras mucho negociar había conseguido que le diesen una oficina propia con equipamiento, recepcionista, una persona de administración y una enfermera.
El hospital también había aceptado hacerse cargo de parte de las cuotas del seguro en caso de negligencia. Y además había encontrado una casita a poca distancia de la escuela secundaria, lo cual nos venía bien a mí y mi hermanita.
Por desgracia, desde el momento en que vi por primera vez a Natalie Canfield, en la habitación de Peter Coffman, comprendí que sólo había estado engañándome a sí mismo. Nunca me hubiera ido a vivir a aquella ciudad de no ser por ella y su entrometido y autoritario padre.