Notita antes de empezar, de aquí en adelante los capítulos van hacer narrados en tercera persona.
-¿Es usted de aquí?- le preguntó Estefan al tiempo que rellenaba el vaso de limonada y se bebía la mitad de un solo trago.
Natalie advirtió demasiado tarde que había caído en la trampa. - No.
-¿Entonces por qué vino a vivir aquí? Ella dudó antes de contestar.
- Me pareció un sitio agradable para trabajar.
- A mí también.
Natalie meneó la cabeza.
-No puedo creer que dejase pasar la oportunidad de trabajar en Benchwood Springs. -Rocky Hills me hizo una buena oferta.
Entonces se hizo la luz.
-O sea, que está aquí por el sueldo. -Yo no he dicho eso -la corrigió él en un tono calmado-. Venir a St. Mark's me daba unas oportunidades de ascender que no hubiera tenido en ningún otro lugar.
Antes de que ella consiguiese desentrañar el significado de aquellas palabras, él continuó hablando.
-Sí, el aspecto económico fue importante. Estudiar medicina es caro y mi familia no tiene mucho dinero. Mi padre era camionero y mi madre trabajaba como ama de llaves en el hotel del pueblo. Con los dos sueldos apenas se cubrían todas las necesidades.
Ella le dio unos puntos más, por su sinceridad. Si él hubiera alegado motivos puramente altruistas se habría reído de él en su cara.
-Ha logrado llegar muy lejos por sí mismo. Me imagino que sus padres están muy orgullosos de usted.
Estefan hizo girar las últimas gotas de limonada dentro del vaso y lo apuró.
-Mi madre se emocionó mucho. Mi padre murió justo después de nacer mi hermana. -Lo siento.
¿Dónde vive su madre? -En Leadville. Pero ha muerto este verano, en junio.
Al pronunciar aquellas palabras su voz se cargó de dolor y sus ojos se volvieron tan desolados como un cielo de invierno.
Ella le rozó muy levemente el brazo con la mano.
-¿El resto de su familia vive aún allí? -No, mi hermano y su mujer tienen un estudio de arquitectura en Grand Junction. Mi hermana ha venido a vivir conmigo. Por cierto, tengo entendido que mi consulta está muy cerca de su laboratorio.
Ella se puso tensa y, dando un paso atrás, se metió las manos en los bolsillos. Por unos minutos se había olvidado de los problemas de presupuesto y la relación de Estefan con ellos, pero aquel inocente comentario se lo había recordado.
-Justo enfrente.
-Creo que no he visto en las estanterías de la consulta ningún material para cultivos comentó más para sí mismo que para ella-. ¿No ha ido Becky, mi enfermera, a recogerlos?
-Me parece que no. Él se quedó pensativo.
-Si no tuviera una reunión dentro de nada iría yo a por ellos ahora mismo. Me gustaría ver el laboratorio.
-No hay mucho que ver -le advirtió ella, aun que se quedaba corta en la descripción.
-Puede que no, pero me gustaría ir.
Ella reprimió un suspiro de resignación y forzó una sonrisa. -Estamos de seis de la mañana a seis de la tarde -y, como si se le hubiese ocurrido a última hora añadió-. Venga cuando quiera.
A la mañana siguiente, Estefan se paseo por la consulta comprobando que todo estaba en orden antes de que llegasen los primeros pacientes. En los cajones y estanterías había instrumentos, guantes, batas, suturas, vendas y todo lo imaginable esperando a que les diesen uso.
Las superficies de acero inoxidable relucían, el suelo brillaba y el limpio olor a jabón se mezclaba con el penetrante aroma del alcohol. Ya estaba listo: por fin había llegado el momento para el que había estado esforzándose tantos años. El momento de abrir su propia consulta.
Súbitamente recordó que le faltaba el material de laboratorio y miró el reloj. «Maldita sea», pensó. Ya no podía ir a buscarlo: tenía la primera cita en diez minutos.
Odiaba la idea de que lo sorprendiesen mal preparado y buscó a la enfermera por el pasillo.
-Becky, ¿podrías mandar a alguien a por mi material para los cultivos? Diles que pregunten por Natalie.
-Cómo no.
Mientras Becky se alejaba en busca de alguien disponible, Estefan pensó en la microbióloga. Natalie Canfield Pike jamás sabría cuánto le había complicado la vida.
Entró en otra sala y limpió una manchita de la lámpara de acero inoxidable con la manga de la blanca bata mientras recordaba una luminosa mañana de abril, hacía cuatro meses. Era el seis de abril exactamente.
El día había empezado como un día normal, si es que algún día en la vida de un médico interno se podía considerar normal. Al menos lo había sido hasta que le llegó el mensaje de que deseaba verlo Harrison Pike, jefe supremo del departamento de ortopedia de la Universidad de Colorado, directamente de boca de Hildreth, su formidable secretaria.
Estefan sintió curiosidad. Sólo conocía a aquel hombre de un día, tras una conferencia, y por su reputación, claro. ¿Por qué estaría interesado en él el doctor Pike? Sacó la corbata del armario y se la anudó antes de acudir a su llamada. El casi sesentón doctor Pike le había parecido muy amistoso y tratable. Incluso cuando dejó caer aquella bomba...
- Me he tomado la libertad de aceptar el puesto en Rocky Hills en su nombre - le dijo Pike con una expresión de absoluto desenfado y el brazo extendido sobre el respaldo del sofá de terciopelo de su oficina.
Estefan se sobresaltó obviamente y se quedó observando al otro médico, cuyo gris cabello le daba un aspecto aún más distinguido. Creyendo que la reciente infección del oído que había sufrido le había afectado a la audición preguntó:
¿Perdón, cómo ha dicho? -Le dije al encargado de contratación de Rocky Hills que aceptaba usted sus condiciones -dijo Pike sin un asomo de duda en los ojos castaño claro.
Estefan notó que le subía por la garganta la bilis y tragó saliva. Dos veces. El instinto lo impulsaba a desahogar su furia y disgusto. Las normas de comporta miento con un superior lo obligaban a controlarse y ser respetuoso.