Le duele, señora Patterson? -le preguntó Estefan a la obesa mujer al tiempo que le presionaba en la parte alta del abdomen.
Se había pasado por el hospital simplemente para hacer la ronda del domingo por la tarde y le habían pedido que se ocupase de aquella paciente, que aún no estaba asignada.
Ella lanzó una exclamación.
-Eso parece, doctor -replicó ella casi sin aliento.
¿De verdad tiene que hacerme estas cosas? ¿Es que no le vale con mi palabra de que me duele? Ay, Ay Dios mío, creo que voy a vomitar...
Se cubrió la boca con la mano, giró la cabeza y se colocó sobre el costado. Sally, una de las enfermeras de urgencias, le acercó una palangana que había en la mesilla de noche sin perder un segundo.
Mientras la señora Patterson vaciaba en ella su estómago, la parte no clínica de la mente de Estefan vagaba. La emoción de Katie ante la idea de nadar con el equipo de Rocky Hills no había disminuido ni un ápice en todo el fin de semana. Había vuelto a ser la chica sonriente y extrovertida que era antes de la muerte de su madre. Aunque le costase admitirlo se lo tenía que... Indirectamente, le debía a Harrison Pike el cambio de actitud de Katie.
Si al menos pudiera encontrar la manera de convencer a la dirección del hospital de revocar su decisión respecto al departamento de Natalie... Hablar con el contable no serviría de nada: el hospital no podía gastar más dinero del que tenía.
Sus problemas personales pasaron a un segundo plano tan pronto como la señora Patterson terminó de vomitar. Volvió a tenderse sobre la espalda y se secó la frente con un pañuelo orlado de encaje mientras Sally quitaba la palangana de su vista. La paciente lucía varios anillos en los regordetes dedos y un collar de perlas rosadas de dos vueltas. El empalagoso olor a gardenia que despedía enmascaraba incluso el potente olor a desinfectante del hospital.
La gruesa capa de maquillaje no conseguía disimular la palidez de su cara. Ni un solo mechón de pelo se le había descolocado a pesar de haberse inclinado sobre la palangana.
-¿Elmer? ¿Elmer, estás ahí? - preguntó la mujer.
El señor Patterson se levantó de la silla del rincón y se acercó a los pies de la cama.
-Sí, Mary, aquí estoy.
Aunque Mary llevaba una bata de algodón de las del hospital, su calvo marido lucía un traje azul marino con aspecto de ser bastante caro.
Estefan pulsó un botón de control de la cama hasta que esta formó un ángulo de cuarenta y cinco grados.
-¿Cuándo ha empezado a sentir molestias?
Como una hora después de comer. Los Montgomery nos han servido un almuerzo absolutamente estupendo. Tienen cocineros de alta cocina, ¿sabe? Jamás he probado una carne Wellington como la suya. Fabulosa -dijo relamiéndose y cerrando los ojos.
Estefan continuó impasible. Era evidente que comer era su pasión y algo que no cambiaría aunque amenazase a su salud.
¿Le ha ocurrido esto alguna vez? - pregunto adivinando la respuesta.
-De vez en cuando.
Le ocurre con bastante frecuencia - corrigió el marido de la mujer.
-¿Con cuánta frecuencia? -dijo Estefan mientras se ajustaba el estetoscopio para escuchar los sonidos del corazón y pulmones.
Mary hizo un movimiento con la mano que daba a entender que la cuestión no tenía importancia alguna y los diamantes de sus anillos relucieron bajo los fluorescentes.
- Varias veces a la semana.
¡Cuándo pasó la última revisión médica?
No he visto a un médico en años. Por lo menos desde que murió el viejo doctor Baker, en el dos mil diez creo. Además, nunca me pongo enferma.
-Ahora lo esta -dijo Estefan irguiéndose y quitándose el estetoscopio.
-Eso es absurdo. Se trata sencillamente de una indigestión grave, joven. Creo que yo misma se cuando estoy lo suficientemente enferma para que me ingresen en el hospital.
Estefan se cruzó de brazos.
-El problema es la vesícula, no es una indigestión. Puedo ver que lleva cierto tiempo inflamada y que cada vez va a peor. Puede usted irse, si quiere... Pero si lo hace le garantizó que tendrá que volver.
Mary tenía la boca apretada y las perfiladas cejas formaban línea recta.
Estefan intentó de nuevo con el tono más persuasivo posible.
-¿No prefiere quedarse y dejar que controlemos el problema antes de que se convierta en una urgencia?.
Mary con las manos sobre el abdomen, dejó caer sus rechonchas piernas por el borde de la cama y se incorporó.
-Dame la ropa, Elmer. Nos vamos.
El señor Patterson se frotó la casi despoblada cabeza y dudó. -¿A qué esperas? -le dijo ella con su chillona voz.
Elmer miró a estefan luego a la enfermera y de nuevo a Estefan.
Éste se cruzó de brazos y alzó las cejas esperando que el otro hombre tomara una decisión. De repente, Elmer se irguió, cuadró los hombros y dijo:
- No.
-¿Qué? -exclamó Mary con unos ojos tan grandes como los pendientes de oro que llevaba.
-He dicho que no. Te vas a quedar aquí, como dice el doctor Alexander.
-Pero bueno... -protestó ella-. Jamás hubiera pensado que tú...
La cara de Mary volvió a tomar un tono verdoso y esta vez fue Estefan quien se apresuró a acercarle una palangana.
En el momento en que cesaron las arcadas, ella se volvió a tumbar en la cama con un porte regio a pesar del mal color.
-Bueno, me puedo quedar esta noche. La verdad es que espero que la cama sea más blanda que ésta.
Tras dar órdenes a la enfermera de que le diese hora para las pruebas a la mañana siguiente, le indicó que acomodase a la señora en una habitación.
Tras esto, Estefan se encaminó a la escalera y subió tres pisos para visitar a otro paciente.
-¿Qué tal te encuentras hoy, John? - preguntó al entrar en la habitación.
-Aburridísimo, doctor.
Estefan se acercó a la cama y el ocupante agitó la mano ante la cara al llegarle el fuerte aroma a gardenia.
-Por Dios, doctor. No se ofenda pero, ¿ha estado con mujeres de las que no convienen o algo así?