Estefan avanzó, respirando hondo, por el pasillo que llevaba a las habitaciones de los enfermos. Natalie Canfield Pike era la mujer más exasperante y obstinada que había conocido en su vida.
No era de extrañar que Harrison Pike hubiese recurrido a tácticas engañosas. Ofrecerle ayuda era lo mismo que agitar un trapo rojo ante un toro.
Jamás se le hubiera pasado por la cabeza que ella confundiría un gesto de amabilidad con un intento de manipulación.
Tras aquel encontronazo no sabía cómo actuar. Natalie había rechazado su ayuda y, por lo tanto, no podía complacer a Harrison. Y la única manera de complacer a ella era dejarla en paz. Estaba entre la espada y la pared.
Y besarla lo había empeorado aún más. Eso le pasaba por pensar con lo de abajo y no con la cabeza. Aún sentía la fragancia a frutas de su cuello, el sabor de sus labios, y el sedoso tacto de su piel en los brazos y el pecho. No había esperado que saltasen chispas, pero había ocurrido, y ahora aquellos instantes se le habían quedado grabados en la mente como fuego, en sus 31 años había tenido varias relaciones esporádicas pero nunca una mujer le había llamado tanto la atención hasta momento.
Si se hubieran dado las circunstancias adecuadas, aquellas chispas se podrían haber convertido en llamas. Pero esa hoguera en particular jamás ardería. No era posible, se dijo mientras se imaginaba ante sí la cara de Harrison Pike. Y la falta de sinceridad no ayudaba a establecer una relación duradera.
Mientras tanto tenía trabajo que hacer. La doble puerta se cerró tras él, cuando se dirigió pasillo adelante hacia la habitación de su paciente más cercano.
-Hoy le traigo buenas noticias - le anunció Estefan a John Carpenter unos minutos después-. Han llegado todos los informes del laboratorio y ya sabemos qué tiene usted.
-En serio doctor? -preguntó John, muy emocionado.
-Sí. Tiene usted la enfermedad de Lyme, las pruebas lo han confirmado.
-Nunca he oído hablar de ella.
Es una infección bacteriana que se contrae por la picadura de una garrapata infectada. Al principio, la enfermedad de Lyme generalmente causa síntomas como un sarpullido en la piel, fiebre, dolor de cabeza y fatiga. Síntomas que usted ya venía presentando -explicó Estefan-. Si no se trata temprano, la infección puede extenderse a las articulaciones, el corazón y el sistema nervioso. El tratamiento inmediato puede ayudarle a recuperarse rápidamente.
- No recuerdo que me haya picado ninguna garrapata Doctor -dijo John meneando la cabeza.
-No me extraña. Esta enfermedad es más común en las costas pero en Colorado ha habido unos cuantos casos. Mayormente quienes pasan mucho tiempo al aire libre en áreas boscosas y cubiertas de hierba corren un mayor riesgo
-Y justamente yo soy uno de esos casos. Dijo el hombre cruzándose de brazos.
Estefan sonrió ante el quejoso tono del paciente.
-Sí, pero ahora que ya sabemos de qué se trata le podremos dar el tratamiento correcto. Ya sé que no le va a hacer gracia, pero va a tener que seguir con los antibióticos intravenosos dos semanas más.
¿Y después?
-Tendrá que tomar antibióticos orales durante varias semanas, pero eso lo puede hacer ya en casa. ¿Alguna pregunta?
-No. Sólo quiero recordarle que me estoy volviendo loco en esta cama y que me alegro mucho de que haya descubierto lo que tengo. Estefan sonrió.
-Y yo.
Su siguiente paciente no era tan animoso, aunque Peter Coffman estaba más consciente de lo habitual.
-No puedo respirar hondo -se quejó el anciano-. Aunque me es más fácil cuando estoy sentado.
Estefan escuchó con mucha atención el corazón del hombre. La dificultad para respirar era uno de los primeros y más comunes síntomas de problemas cardíacos.
- Voy a solicitar que le hagan varias pruebas para comprobar de nuevo el estado del corazón -le dijo.
No se asuste si en las próximas horas le molestan con distintas revisiones: mañana viene un especialista en cardiología y quiero que le haga una revisión ya que está aquí.
-¿Hay algún problema?- dijo Peter con la preocupación reflejada en sus desvaídos ojos castaños.
-Aún no se puede decir- le consoló Estefan- Pero ya que viene un experto, mejor le damos trabajo.
No quiero que se aburra.
En la arrugada cara de Peter apareció una leve sonrisa.
-Lo que usted diga: para eso es el médico.
Al salir de la habitación, Estefan explicó a la delgada enfermera pelirroja que tenía asignado a Coffman en voz baja lo que había escrito en un papel.
Quiero que le hagan estas pruebas, las habituales, y además la de enzimas cardíacas, electrolitos, un estudio de funcionamiento del riñón y otro cultivo.
Hágale también un ecocardiograma lo antes posible y asegúrese de que el doctor Morrison, el cardiólogo, lo ve mañana a primera hora.
¿Tiene algún fallo cardíaco? - Espero que no replicó un sombrío Estefan mientras se dirigía a ver al último paciente.
Apenas había entrado en la habitación de la señora Patterson cuando la mujer empezó su habitual parloteo.
-Ya era hora de que viniese usted, doctor.
Creo que debería saber que he tenido que esperar casi todo el bendito día para ir a la tontería esa de los rayos X. Creía que me los iban a hacer esta mañana.
-A veces los retrasos son inevitables. Radiología se hará cargo de usted tan pronto como les sea posible- la calmó él.
-¿Tiene ya el informe? Me gustaría irme ya mismo.
Aquí no puedo ni descansar y la comida es un espanto. Un caldo simplón y algo de gelatina no se le puede llamar comida. Se quejó la señora.
Estefan se aclaró la garganta.
-Hasta que mejore la vesícula tendrá que comer muy poco. No parece que haya piedras, así que, hasta que recibamos el informe del laboratorio, recibirá un tratamiento por infección bacteriana. -Lo cual quiere decir...
Que le suministraremos una gran cantidad de antibióticos. Si no mejora usted en unos días, concidereramos la opción de operar.