—¡Casandra, estás tan hermosa! —exclamó la tía Bernarda, repartiéndole besos por doquier.
Habían pasado dos años desde la última vez que se vieron, nadie podía volverse hermosa en apenas ese tiempo, pensó Casandra, limpiándose la cara, intentando quitar la sensación de los besos sobre ella.
Su madre y la tía se sentaron a charlar animadamente sobre cosas que no le interesaban, así que decidió pasear por la casa. Caminó por un largo pasillo y llegó a la cocina. Allí, una amable mujer le ofreció un jugo, que aceptó encantada.
—Es bueno verte después de tanto tiempo, Casandra.
Nuevamente se sentía en desventaja. A ella le parecía que era la primera vez que la veía.
—¿Nos conocemos?
—Claro, nos vimos en el funeral de tu padre ¿No lo recuerdas? Soy Agustina.
La muchacha negó con la cabeza.
—Eso fue hace apenas dos años, no es tanto tiempo —reflexionó la joven.
—Es cierto, que cabeza la mía. Ya sabes, para una vieja como yo, el tiempo corre más lento y me parece que hubieran pasado muchos más años —sonrió complacientemente.
Casandra la miró con atención y se retiró de la cocina no muy convencida de su explicación.
Por la tarde, ya había llegado el resto de la familia y se reunieron en la terraza. Si bien Casandra conocía a la mayoría allí, se mantuvo alejada, concentrada en alguna idea que sólo ella sabía.
De pronto, se levantó para ir al baño. Había estado bebiendo jugo desde que llegó y salió con tanta prisa que no tuvo tiempo de preguntar a nadie por su ubicación, sólo rodeo la casa y entró por una puerta trasera que la llevó a la cocina, siguió por un pasillo hacia la derecha, luego dobló a la izquierda y vio una puerta al final del pasillo frente a ella. De algún modo, sabía que debía ir allí. Avanzó y se detuvo súbitamente al oír unos extraños sonidos, en un pasillo lateral. Asomó la cabeza, curiosa y vio con sorpresa a un hombre besando a una mujer. Ella era su prima, Calíope y él no le pareció conocido.
Los sonidos iban en aumento y lo último que vio fue al tipo subiendo la falda de su prima y acariciándole la entrepierna, a lo que ella parecía no oponerse. Sus mejillas se sonrojaron y no quiso seguir viendo. Pensó volver sobre sus pasos, pero ya no se aguantaba las ganas de orinar. Pasó corriendo rápidamente por el pasillo y se metió al cuarto.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Calíope tras lo que le parecieron pasos en el pasillo del fondo.
—Yo no escuché nada, debe ser que estás nerviosa. —Bajó su pantalón y comenzó a penetrarla.
—Aaahhh...mmm... sí... Sólo date prisa y acabemos pronto.
Para suerte de Casandra, el cuarto resultó efectivamente ser un baño y pudo liberar su urgencia. Al ver su rostro en el espejo notó que sus mejillas seguían sonrojadas. Probablemente se debía a que, a pesar de la distancia, los gemidos seguían oyéndose, cada vez con mayor intensidad. Bajó la tapa del inodoro y se sentó, cubriéndose los oídos. Esperaría a que terminaran para salir.
—Piensa en los patos, piensa en los patos —susurró para sí misma, intentando desviar su atención de lo que ocurría al exterior y calmar la agitación que sentía. No funcionó. De los patos pasó a que volaban hacia el sur, del sur pasó a Diego y de Diego al bulto en su pantalón. Sabía perfectamente lo que era y eso la asustaba.
Cuando terminó de pensar en todo eso, ya los sonidos habían cesado. Salió a hurtadillas y así avanzó por los pasillos de la enorme casa. Con el nerviosismo debió errar el camino, porque terminó sin saber por dónde seguir. Se acercó a otra puerta al final de un pasillo y cuando se disponía a abrirla, creyendo que la llevaría a la terraza, una mano tocó su hombro.
El grito que salió de su boca, más el brinco que lo acompañó, arrancaron risas burlescas al dueño de la mano, que siguió sobre su hombro hasta que ella la quitó.
—¿Qué haces aquí? La fiesta está para el otro lado —dijo su primo Apolo, con una mueca burlesca. La misma que tantas veces vio cuando de niños, sus familias se visitaban. Al parecer, no había cambiado mucho.
Sin responderle, pasó junto a él para ir a la terraza. Tal gesto le pareció sumamente descortés y desafiante. Ninguna mujer lo ignoraba de ese modo. La atrapó de la cintura, arrinconándola contra la pared.
—No sabes que es de mala educación dejar a alguien con la palabra en la boca.
Ella intentó zafarse, mas el agarre de Apolo no cedía y se le acercó más, hasta rozarle la ahora pálida mejilla con su nariz, al tiempo que inhalaba el perfume de su cabello. La repugnancia y el miedo que sintió no hicieron más que aumentar su forcejeo y la fuerza de Apolo de manera proporcional.
—¡Ya quédate quieta! —La azotó contra la pared.
El sobresalto la paralizó y se quedó viéndolo con los ojos húmedos, temiendo que, si seguía luchando, él la lastimaría.
Al verla tan asustada, Apolo cedió su agarre y con un suave gesto, limpió una lágrima que comenzaba a rodarle por la mejilla.
—Debes ser más cortés con las personas, sobre todo con aquellas que son especiales —le dijo, con una voz aterciopelada.
Casandra no sabía de qué hablaba, sólo deseaba salir corriendo de allí. Antes de dejarla ir, Apolo susurró algo en su oído.
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Editado: 02.07.2020