Sadira avanza por un camino pedregoso con ambas manos sujetando un mapa de grandes dimensiones. O al menos eso es lo que aspira a ser, porque para fabricarlo ha utilizado un fragmento de la tela de su propio vestido, que ha cortado a nivel de la rodilla. Intenta cartografiar la zona en la que se encuentra, anotando el relieve, las masas de agua y diversos lugares de interés. El fondo blanco del plano permite distinguir fácilmente los dibujos que hace en representación de las características del lugar.
Ya lleva casi tres cuartos de la zona negra cartografiados, así que pronto podrá dejar de deambular y escoger el lugar que más le conviene para su asentamiento. Aunque internamente ya ha decidido qué zona tomará como su nuevo hogar; pues aquella en la que penetró un rayo de sol tres semanas atrás parece estar recibiendo más y más con el paso del tiempo.
Eso le ayuda a sobrevivir. Eso, y que al parecer el lugar no está tan muerto como ella pensaba. De hecho alguna que otra vez incluso alcanza a ver un pájaro surcando los cielos o una ardilla trepando ágilmente hasta su madriguera. Ambos de pelaje o plumaje negro, sí, pero seres vivos al fin y al cabo.
Este territorio lleva tanto tiempo inexplorado que se está llevando varias sorpresas a medida que lo inspecciona. Pero pocas tan inesperadas como la que está a punto de experimentar.
Viniendo por el extremo opuesto del camino por el que transita se encuentra con una criatura de muy baja estatura que se ayuda de un bastón para caminar. Ambos se mantienen la mirada unos segundos sin pronunciar palabra alguna. Finalmente, Sadira deduce que debe ser un producto de su imaginación resultado de su prolongada soledad y, en respuesta, continúa la marcha ignorándolo por completo.
—Nadie me da la espalda y vive para contarlo, ¡ingenua!
El duendecillo, enfurecido, utiliza su bastón para atacar a Sadira, pero la onda oscura que emana el artefacto resulta ser poco eficaz contra la joven.
—Así que un ángel oscuro... —deduce el ser—. debería darte vergüenza. Iba a eliminarte pero parece que ya lo has hecho tú solita.
Sadira ignora sus acusaciones. Solo puede reparar en que, si es un ser oscuro, proviene del infierno.
—Entiendo que tanta oscuridad te haya confundido, pero esto sigue siendo el cielo, ¿sabes? —rompe una rama del árbol más cercano y se la tiende intimidante a modo de arma—. ¡Así que vuelve a donde correspondes!
La criatura aparta la rama sin esfuerzo.
—Lo haré encantado, en cuanto cumpla mi misión.
—¿Tu misión?
—Pues claro. Soy un elfo mensajero.
—¿Mensajero?
—¿No os enseñan nada de ahí abajo o qué?
El silencio de Sadira le sirve de respuesta. El elfo suspira molesto.
—Ya sabes, dile eso a tal, lo otro a no sé quién... Los seres como yo nos pasamos la vida haciendo de intermediarios.
—Pues qué aburrido.
El elfo ignora su comentario.
—Estoy buscando al guardián. Me han dicho que aquí lo podía encontrar. ¿Le has visto?
—¿Al guardián? ¿Qué guardián?
—Y yo qué se, es lo único que pone en la carta, ¿ves? —se la muestra y, efectivamente, lo único que dice la carátula es «para el guardián».
Sadira hace el gesto de ir a por la carta.
—Dámela, si lo veo se la entrego.
Pero el elfo la aparta velozmente.
—Ni de broma. Nuestros comunicados son únicos y completamente intransferibles.
Sadira hace una mueca de hastío.
—Oye... no te quiero desilusionar pero llevo en este lugar más de un mes y te puedo asegurar que aquí no vive ningún guardián. Así que quien sea que te haya dado el recado debe haberse confundido.
—Eso jamás. El guardián está aquí y lo voy a encontrar. Canal nunca se equivoca.
¿Canal? ¿Ese es su nombre? Sadira casi no puede contener la risa.
El elfo continúa su camino decidido. Pero Sadira se niega a quedarse sola tan pronto.
—Ya... pues quizá un mapa te vendría bien para dar con él —suelta tratando de llamar su atención.
—¿Es que tienes uno?
Sadira se lo muestra orgullosa.
—Está incompleto.
—Mejor que nada, ¿no? Veamos... —Sadira ojea el mapa—. ¿Crees que el guardián será un ángel o un demonio? Porque si es un ángel tiene sentido que esté en la parte más iluminada de la zona negra, pero si no lo es...
—A ver, déjame a mi.
—Que te lo crees. El mapa también es único e intransferible. Tendrás que llevarme contigo si lo quieres.
De este modo, Sadira y Canal se dirigen a un punto del mapa que ella catalogó hace pocos días como "árbol mucho más grande de lo normal", porque el mensajero está convencido de que lo que ella encontró es ni más ni menos que el Árbol Milenario. Canal parece estar seguro de que, de haber un guardián, sin duda custodia el árbol.
—¿Y como has llegado hasta aquí? No tienes pinta de tener alas.
—Ni las necesito. Las cartas nos teletransportan.
—¿Y quién las escribe?
—Pues todo el mundo. O todo el mundo que sabe de nosotros, al menos.
—¿Y son anónimas?
—Solo si el remitente así lo desea.
—¿Esa lo es?
—Que cansina. Pareces un niño humano.
—¿Pero lo es o no lo es?
El duende resopla frustrado.
—Información confidencial.
—Quizá la información de este mapa se haga también confidencial.
De pronto, tal y como marca la ruta del mapa, entre un pequeño riachuelo y una roca con forma de corazón, avistan a lo lejos el árbol que buscaban.
—Pues adelante, ya no lo necesito.
Canal sale corriendo a alcanzar el árbol. Sin duda es de grandes dimensiones; el tronco podría medir un metro fácilmente y sus gruesas raíces levantan el terreno. Pero como todo ahí, no se libra de la oscuridad. Sadira lo alcanza poco tiempo después.
No hay nadie a la vista, ni mucho menos alguien que el elfo pudiera identificar como el guardián.