—A cambio de tu poder, te ofrecería protección. Tanto de los demonios como de otros ángeles. Creo que ahora mismo eso es lo que más necesitas.
—¿Quieres decir... que ahora en lugar de obedecer a los Consejeros debería obedecerte a ti? Estás loco si piensas que aceptaré ese trato.
—Yo no sería tan estricto como lo es mi padre. Y de sus cláusulas solo conservaría una: no utilizar oscuridad en la Ciudadela. Desde mi punto de vista es bastante tentador...
—¿Y para qué quieres oscuridad, exactamente? Al menos los Consejeros tenían una finalidad clara: entrenar para la Batalla.
—Se avecina una guerra, Sadi. Un aliado poderoso siempre viene bien —sobre todo si está bajo tus órdenes, piensa ella—. El Infierno acabó con la vida de Marx. Yo te estoy ofreciendo una oportunidad en el Cielo, en el reino rival. Como mi súbdita, sería yo el responsable de cualquier daño que pudieras causar. A eso le sumaríamos mi protección y mi ayuda inestimable para el conjuro de restauración. Todo ello a cambio de acatar unas cuantas órdenes... Yo no me lo pensaría dos veces.
Debe reconocer que suena convincente. Si no puede abandonar el reino y su única salida es someterse a alguien del Cielo, quizá no se equivocaba al decir que él es su mejor opción.
—Entonces yo también quiero mis condiciones.
El chico intenta disimular su regocijo sin apenas resultados.
—Te escucho.
—Jamás me pedirás que use mi oscuridad con objetivos perversos. La utilizaremos única y exclusivamente para el bien del Cielo y para defender sus ideales.
Prácticamente le está exigiendo no utilizar la oscuridad con fines oscuros, porque siendo realistas, es para propagar la muerte y la destrucción por lo que esta energía fue creada en un inicio. No es que se avergüence de ello: considera ambas fuerzas dignas por igual. Al fin y al cabo, no puede haber creación sin destrucción, y sin la muerte la vida carecería de sentido. Simplemente no son esos los principios que piensa que le corresponde promover.
—Dalo por hecho.
—Puedo aceptar que tengas cierta autoridad en lo que respecta a mi oscuridad, pero no sobre mi relación con la Zona Negra. Mis derechos y obligaciones como Guardiana recaen solo sobre mí.
—No veo por qué no.
En un principio esas eran sus únicas objeciones, pero lo ve tan receptivo que...
—Se me permitirá bajar a la Tierra cada cierto tiempo, si la ocasión lo permite...
—Me temo que eso intercede con mi principal obligación: garantizar tu seguridad. ¿Sabes lo mal visto que estaría que los demonios te raptaran bajo mi mandato?
Sadira enmudece unos segundos.
—La decisión es tuya. Si te decantas por la Tierra, solo espero que tu muerte sea rápida e indolora. Si eliges el Cielo pero deniegas mi oferta, te aseguro que no aceptarás ninguna otra, porque son a cada cual más ruin y despreciable. Pero si decides quedarte bajo mi mando... entonces esto es para ti —Jey le tiende un fino pañuelo de tela roja. Sadira no entiende nada.
—¿Qué es?
—Una cinta enlace. Un ángel del Vínculo la ha conferido para mí. Simboliza uniones, en este caso nuestro acuerdo. El trato se habilitará en el momento en que te la ates al cuello. Los ángeles te concebirán como una parte de mí y solo entonces aceptarán tu presencia. Llevarla puesta es la única forma de que te dejen paso a la Ciudadela.
—¿El primer ángel oscuro alado de la historia propiedad de un mísero terrenal del fuego? Los de mi especie deben estar revolviéndose en sus tumbas —comenta.
El chico hace acopio de todas sus fuerzas para ignorar la palabra «mísero». Como ella, él también es un alado. Pero en estos momentos no le conviene contradecirla.
—Sé que es una decisión complicada, pero no te pido que la tomes ahora. Tienes hasta el ocaso para decidirte. Si para entonces no te has presentado en la casa de Marx, entenderé que declinas mi ofrecimiento.
—¿Por qué allí?
—Bueno, es donde viviríamos a partir de ahora.
—No pienso vivir en la casa de mi difunto padre. Y mucho menos siendo la razón por la que está difunto —a la chica se le viene una idea a la mente—. ¿Sabes qué? Nueva cláusula: viviré en la Zona Negra, que para eso soy su Guardiana. Y me desplazaré hasta la Ciudadela siempre que sea necesario.
—Denegada. No te puedo controlar si no te tengo a la vista.
En su cabeza suena coherente, pero eso no impide que le invada la impotencia. La Zona Negra percibe su disconformidad y aprovecha la tormenta para despedir una descarga eléctrica a pocos centímetros del intruso. El chispazo no le alcanza, pero le sirve de advertencia. Si no quiere ser fulminado por el próximo rayo más le vale que abandone sus dominios. No le supone ningún inconveniente; al fin y al cabo ya ha hecho lo que ha ido a hacer. Sus condiciones están sobre la mesa, y como diría Marx, aceptarlas es el mal menor.
Pero Sadira siempre le rebatía a Marx que el mal menor no es más que una excusa para justificar el conformismo. Una falsa creencia para autocomplacer a quienes se resignan a buscar otras soluciones, otros caminos, otras posibles salidas. Para Sadira el mal menor no existe, solo decisiones buenas y decisiones malas. Lo correcto y lo erróneo. Por pequeño que sea un mal, sigue causando estragos. No está dispuesta a renunciar tan rápido a una mejor opción, y con esa idea en mente se pasa las siguientes horas tratando de dar con la alternativa perfecta. Y a ser posible, que no haga peligrar la poca dignidad que aún conserva. Pero nada. Absolutamente nada hace que se ilumine una bombilla en su cabeza.
Dirige la mirada a la tal cinta enlace, que aún mantiene firmemente sujeta. Tal vez sí sea el mal menor. Tal vez sea la prueba indiscutible de que sí existen al final de todo.
—Lo que hay que hacer para sobrevivir... —refunfuña.
Sin dedicarle un segundo más se ata la cinta al cuello de malas maneras, pero el nudo rápido que ha realizado parece ser insuficiente para el enlace. El pedazo de tela roja comienza a efectuar sus propios movimientos, desplazándose por su piel y creando distintas formas y siluetas en el aire. Sadira, algo confundida, la deja actuar. El pañuelo acaba adoptando una posición cómoda a la par que estética, y presiona su cuello lo justo y necesario. La cinta está imbuida de una magia singular con la única misión de afianzar el vínculo y asegurar su cumplimiento. Desde la Ciudadela, Jey recibe mentalmente y a modo de recordatorio la serie de puntos a los que se ha comprometido. Lo mismo le sucede a Sadira, que desliza las yemas de los dedos sobre su nuevo complemento. Lo nota definitivamente más adornado de lo que le gustaría, porque forma un lazo en la parte posterior. Un lazo rojo de grandes dimensiones que desentona enormemente con su oscura y sobria vestimenta. Intenta deshacerlo estirando de sus extremos pero rápidamente recupera su estado original. No importa las veces que lo repita, el resultado siempre es el mismo. Parece ser que el pelo recogido se acabó para Sadira.