Sadira despidió al grupo hace unas pocas horas. Desde entonces trata de dar con la Aldea de las sirenas, merodeando por las inmediaciones de la playa en busca de algo inusual. Ningún rastro de vida ha sido hallado hasta el momento, pero al menos no vive la frustración en soledad, porque Lumelia la acompaña. Decidió quedarse con ella argumentando que sería mucho más útil a su lado, pues su poder le convierte de alguna forma en «el ángel de la vida» y le confiere la capacidad de percibir vibraciones y extraños estímulos cerca de lugares en los que la vida solía abundar. Teniendo en cuenta la desolación de los alrededores, la aldea debería ser recibida como un pico en su radar. A Jey no le apasionó la idea de no disponer más de sus dones curativos, pero tampoco podía negar que las chicas forman realmente un buen equipo: una percibe el pasado y la otra la vida. La combinación perfecta para dar con un antiguo poblado.
Pero Sadira sabe que hay algo más que Lumi aún no ha mencionado; una razón oculta por la que le interesa pasar tiempo con ella. Más allá de ayudarla, pretende recibir su ayuda. Lo único que aún no se ha animado a pedírselo.
Por primera vez en lo que lleva de existencia, alguien le inspiró a no limitarse, a esforzarse por sus objetivos, a no conformarse con lo que se supone que puede o no puede tener. Y también por primera vez, Lumi tomó las riendas de la situación y, repitiéndose continuamente que ella define su poder —y no al revés, como Sadira le reveló— empleaba cada parada que efectuaba el grupo durante la expedición para poner en práctica sus habilidades atacantes. No es la chica frágil e indefensa que toda su vida le han hecho creer. O al menos, ya no quiere serlo. Curar está bien, y se enorgullece de poder hacerlo, pero las heridas son consecuencia de un mal que no se frenó a tiempo. Está harta de solo poder actuar cuando el daño ya está causado. La próxima vez que se enfrente a la adversidad lo hará directamente y no paliando sus efectos.
Con esos objetivos bien definidos se marchaba a lugares algo alejados del grupo y se aseguraba de que nadie la acechara mediante su habilidad rastreadora de vida. Después, comenzaba a lanzar esferas rosáceas con toda la furia que era capaz de acumular. Quería causar destrucción: fragmentar una roca, crear grietas en el suelo, quizá partir un árbol en dos; cualquier cosa que le permitiera tomar partido en un asalto de verdad. Pero nada más lejos de la realidad, porque allá donde las esferas colisionaban, lejos de causar estragos, se reunían insectos y pequeños mamíferos como atraídos por una llamada de la naturaleza. Esas explosiones de vida estaban tan demandadas en la Zona Negra que los animales debían esforzarse por conservar sus puestos entre la multitud y no ser expulsados antes de que sus fuerzas estuvieran recompuestas.
Tal vez le hubiera gustado saber que la Zona Negra tiene ojos en todas partes y que Abali transmitía a la Guardiana toda la información que iba recopilando. Información que Sadira recibía con sensaciones encontradas. Nadie mejor que ella entiende su gran afán por romper las barreras que definen sus capacidades y poder mostrar al mundo que es más de lo que todos asumen que es. Ella misma lleva intentándolo desde que engendró su energía oscura. Y también es consciente de que Lumi sabe que ella la comprende. Por ello, es cuestión de tiempo que le pida consejos sobre su entrenamiento, lo que aún no tiene claro es cómo zafarse de su petición.
Las chicas transitan por un camino nebuloso en busca de cualquier indicio de una vida pasada. O al menos, así es para Sadira, porque Lumi tan solo lo finge. El alrededor no le supone ningún interés: toda su atención la concentran la persona que tiene al lado y las palabras que le dirigió pocos días atrás.
—Bueno... he estado pensando en lo que me dijiste... —comienza con voz tímida.
—¿Mmm? —Sadira decide hacerse la loca.
—Eso de que podría ser un ángel atacante, que solo debo creer en mí... ¿Lo sigues pensando?
Con un simple «no» se desharía de toda responsabilidad, pero probablemente también de sus ilusiones.
—Claro que sí, pero...
Lumelia esboza una sonrisa de satisfacción.
—He pensado que podrías ayudarme. Tienes experiencia luchando contra lo que se espera de ti, contra quien esperan que seas.
—Puede, pero como verás, no he tenido mucho éxito. A ojos del mundo soy un ángel oscuro.
—Pero no permites que eso te controle. Intentas que tu poder no te defina porque no te identificas con él. Y yo tampoco. Quiero ser más de lo que soy ahora.
—Una decisión muy noble. Estoy convencida de que Jey no tendrá ningún problema en ayudarte.
—¿Cómo me va a ayudar alguien que no piensa que pueda hacerlo?
—¿Cómo te va a ayudar alguien que jamás en su vida ha usado Luz? No sabría ni por dónde empezar a orientarte. La Oscuridad se rige por principios muy distintos a la hora de combatir y son los únicos que yo conozco.
—Eso no importa. Lo único importante es que entiendes cómo me siento.
—Lo hago, Lumi, y tienes todo mi apoyo. Pero tú tienes que entender que la Luz nunca quiso manifestarse en mí, sería un insulto para ella decirte cómo debes emplearla. Las cosas ya están bastante tensas con el Cielo. Lo siento, pero como Marx habría dicho, creo que es algo que debes descubrir por ti misma.
La expresión de Lumi cambia por completo. Parece que la táctica original no ha surtido efecto y es necesario innovar.
—No me gusta esta versión de mí. Ahora lo veo claro, pero es una sensación que llevo arrastrando toda la vida. He tardado cincuenta años en comprender que puede existir una versión mejor, y fuiste tú quien me lo hizo ver.
—¿Cincuenta años? Vaya... —Sadira intenta restarle peso a su discurso. Intuye lo que busca y no le gusta en absoluto—. Si fueras humana estarías al borde de la jubilación —pero como no lo es, posee la sabiduría de media vida terrestre y la dulce apariencia de una joven.