Cayden conocía todos los secretos de su familia.
Sabía de las drogas que consumía su tía Quinn, tenía conocimiento de los tratos turbios que su tía Florence hacía con aquel intento de mafioso. No se le pasaba que su tío Ezra tenía una amante, o el hecho que Aydan estaba completamente enamorado de Marisol. Sabía de las tabletas de chocolate que realmente eran laxantes que Morgan escondía en su habitación y de los ya muchos jarrones que Darcy había roto. Conocía a la perfección lo que su padre, Wallis había hecho con el dinero faltante y el por qué había decidido que aquel negocio riesgoso era la mejor jugada; de igual manera estaba al tanto de las mentiras que Amber, su madre, le había dicho.
Cayden sabía a la perfección los detalles más oscuros de su familia.
Pero no los traicionaba y no lo haría.
Por qué a la familia no se le traiciona, uno se hunde con ella.
Por lo que, cuando vio los ojos de su tía Quinn tan rojos y llorosos decidió callar. No necesitaba que alguien le dijera que probablemente estaba drogada por qué él ya lo sabía. Se limitó a dirigirle unas cuantas palabras y después se dirigió a los jardines.
Una vez estando ahí, el rubio frunció el ceño.
—¿Qué haces aquí Emmett?— preguntó cuando vió al jardinero. Apenas y podía mantenerse de pie y se veía a simple vista lo mal que se encontraba.
—Solo es un catarro muchacho, no hay de qué preocuparse—
—¿Por qué no has pedido el día?—
—Su padre es quien firma los permisos— admitió —No hay permisos si no está—
—Tonterías— exclamó el chico, —Ve a tu casa, si hay algún problema yo me hago cargo—
—¿Habla en serio?—
—¡Vamos Emmett!— Cayden sonreía ampliamente —Hay un montón de jardineros, por supuesto que puedes darte el lujo de faltar para atender un catarro—
—Muchas gracias, joven...—
—Basta de formalidades—
El jardinero asintió, tomó sus herramientas del pasto y caminó en dirección a donde todos los días sin falta aparcaba su camioneta blanca.
Aquel chico de veinticuatro años lo tenía todo.
Y claro que iba por más.
Planeaba salvar a su familia de la bancarrota. Tenía un proyecto demasiado ambicioso, —Tanto como él lo era— que si resultaba sería lo que los Tremblay tanto necesitaban en aquel momento.
Lo había mantenido en secreto, a tal nivel que la única que no estaba involucrada y sabía al respecto era su prometida Imogen. Quizás otros lo hubieran tachado de loco o soñador, pero no ella. La chica se mantuvo en vela muchas noches, dándole palabras de aliento y en ocasiones preparando litros de café.
Cayden planeaba utilizar a la nanotecnología y a la inteligencia artificial para amplificar el cerebro humano. Un proyecto tan ambicioso que muchos científicos a los que consultó le aconsejaron que se olvidara. Pero él era demasiado terco para quitar el dedo del renglón. Y ahí estaba, a una semana del evento en el cual revelaría su mayor orgullo.
De cierta forma había conseguido lo que quería.
Había conseguido que alguien con una parálisis en su rostro volviera a tener el control total. Era un paso tan enorme que no muchos creerían sin pruebas. Aquella investigación estaba adelantada por lo menos diez años.
Los inversores de su proyecto estaban tan entusiasmados con aquel resultado que no les importó la inestabilidad por la cual los negocio "Tremblay" estaban pasando, ellos le dieron más dinero. El suficiente como para continuar con aquello.
Claro que no fue siempre así, había tenido que hacer algunas cosas de las que no estaba orgulloso al inicio.
Pero Cayden era un muchacho de veinticuatro años. No todo en su vida era trabajo.
*
Sonrió malicioso cuando subió en aquel Apollo Arrow.
Aquella era una de las pocas adicciones que el chico tenía. Peyton les prestaba la pista y cada chico ponía su carro. Las apuestas eran demasiado elevadas en aquel grupo de amigos. Generalmente eran tres corredores y alrededor de quinientos mil en la bolsa. Claro, en una carrera no oficial.
Cayden sonreía ampliamente mientras escuchaba el rugido del motor mientras él apretaba el acelerador lo más fuerte que podía.
Correr en aquellas carreras para él lo era todo. Su padre le había regalado aquel lujoso carro cuando se graduó de medicina. A pesar de que ese carro no era el más apropiado para un doctor.
Le encantaba la sensación de pesadez en su corazón y como todo parecía pasar en segundos. Y a pesar de lo mucho que le molestaba a Imogen no podía dejarlo. Así que de vez en cuando lograba escaparse a aquella pista de los Hemmings. No ganaba todas las carreras, pero para Cayden no importaba. Él solo se concentraba en lo vivo que se sentía.
No quería verse obligado a despedirse de esa sensación de adrenalina que le producía el acelerar a tope.
Cuando Ethan disparó al cielo los tres carros salieron a gran velocidad, dejando nada más que polvo detrás de ellos.
Por unos instantes Cayden se olvidó de todo, el trabajo pareció dejar de existir al igual que todos los problemas que acomplejaban a su familia. Solo era él.
Hasta que la carrera terminó y todo el peso pareció volver a caer sobre sus hombros.
Ni siquiera se dio cuenta de que había ganado la carrera cuando bajó del carro y la tensión volvió a apoderarse del pobre.
—¡Corriste como una bestia!— exclamó Arley con una sonrisa en su rostro.
—Esta no cuenta— señaló Jerson. —Fue el calentamiento—
—Y vaya calentada que les metió Cayden— bromeó Peyton. —¿Quien invitó a esa belleza?—
Cayden sonreía un poco y dirigió su mirada a donde los demás chicos veían. Y sintió como si su alma abandonara su cuerpo cuando vio a la chica del cabello rizado y oscuro aproximándose a él.
—Mierda— apenas dijo mientras retiraba su casco, —Es Imogen—
—Madre santa, alguien no cena hoy—bromeó Ethan.