Los Testigos

Capítulo: 17

Florence entró prácticamente corriendo en aquel hospital. Pero cuidando ser lo bastante sigilosa como para no llamar la atención de las personas que estaban en ese lugar. Su corazón latía cuál metrónomo presto. Bastante rápido, lo suficiente como para entorpecerla, pero hacer que acelerara sus pasos al ritmo de este.

Sin mediar palabra se dirigió a aquella habitación en la que sabía que la chica se encontraba. No necesitaba indicaciones, recordaba el camino que el día anterior había tomado. Así que no las necesitaba. 

Estaba bastante nerviosa, pero aquello no tenía nada que ver con lo que estaba a punto de hacer. No. En lo absoluto. Todo lo tenía planeado con una exactitud tan escalofriante que cualquiera que fuese a ser la actitud que tomara la chica, ella ya tenía un plan "B" para ella. 

—Te tienes que ir— le dijo apenas cruzó aquel umbral. Sin decir más, tiró de la fina sábana que la cubría. 

La chica rubia que estaba en aquella habitación la miró desconcertada mientras Florence se acercaba. 

—Ahora—

—¿Disculpa?— Florence a simple vista noto lo nerviosa que la chica estaba. Y lo mal que se le daba fingir —Lo siento pero yo...—

—No me vengas con estupideces— hacía lo mejor que podía por no demostrarle que para ella, aquella niña de ojos llamativos era una amenaza. —Levántate—

—No—

—¿No?—

—No, no veo el por qué hacer caso a algo que tú me ordenes— Florence pasó una mano por su rostro, se sentía completamente frustrada. Era como si estuviese tratando con una niña de cinco años. Y solo Dios sabía la poca paciencia que tenía en esos casos.

—¡Por qué si decides quedarte, te puedo asegurar que morirás!—

Era una niña. 

El estómago de Florence no dejaba de revolverse al ver el rostro de aquella chica y pensar en lo que Ezra le había dicho. Pensar en que aquella niña fuese capaz de satisfacer hasta las más turbias fantasías de un sujeto de la edad de su marido le era grotesco. Inclusive debía de hacer un gran esfuerzo para controlar las arcadas que le producía. 

Era un rostro bastante infantil. 

Y debido a ello, una idea demasiado perturbadora se hizo paso dentro de ella. A tal grado, que se prometió no volver a dejar solo a su marido con sus hijas. La mera idea de aquello le daba escalofríos. 

—Lo que digas— ella volvió a envolverse en aquella manta demasiado delgada. 

—¿Eres estúpida?—

—Largo— la chica se giró y le dirigió una mirada enfurecida —¿Que acaso tengo que llamar a seguridad?—

—¿Crees que Ezra creyó tu patética mentira?— fue entonces que ella se giró a verla. Y su rostro no reflejaba expresión alguna. Una auténtica cara de póker.

—¿Cuál mentira?—

—No me vengas a mí con eso— Florence estaba cansada de lo difícil que la chica volvía aquello. Por más que hubiese calculado aquello, realmente había subestimado la estupidez y terquedad de ella. —A mí no me puedes engañar. Sé que no mandaste ningún vídeo...—

—¿No me crees? ¡Por qué yo...!—

—¡Tú no tienes a nadie!— explotó —¡Huiste de tu casa a los diecisiete años! ¡Trabajabas en un prostíbulo! Estas sola y deberías de dejar que alguien que no te quiere muerta te ayude antes de que sea demasiado tarde—

Florence vio una vez más el rostro de su propia hija en Ángela. Desde lo asustada que su rostro reflejó que estaba cuando alzó la voz, hasta la forma en que pasaba la lengua por sus labios mientras ideaba que decir. 

Y de nuevo aquel sentimiento de repulsión llegó a ella. 

Era como las olas del mar, se iba pero, regresaba con fuerza. Aunque, realmente no se iba del todo, se mantenía cerca, acariciando sus pies hasta que algo volvía a desatarlo. 

—Esto es lo que harás— sentenció —En esta bolsa, tengo un cambio de ropa, lo vestirás e irás al estacionamiento, subirás en mi camioneta...—

—Yo no sé...—

—Si, si sabes cuál es— al decir aquello, su tono había sonado más burlón de lo que hubiese deseado. —Te has escondido un millón de veces de esa camioneta. Vas a ir y me esperarás por mi escondida en la cajuela ¿Bien? Esta abierta—

—Pero estoy herida y...—

—Te daré dos minutos— sentenció. —No más—

Florence se giró y dejó la bolsa de gimnasio en el suelo. 

Abandonó aquella habitación asegurándose que su cabello no saliera de aquella estúpida peluca. Creyó que el caminar por aquel hospital con aquellos lentes de sol enormes llamaría demasiado la atención, pero todos estaban demasiado ocupados en sus cosas. 

Todo se le estaba dando de maravilla. 

Sorpresivamente. 

El haber ido por la noche a aquel hospital y averiguar cual era el interruptor en el panel central de la luz de la habitación de monitoreo, había sido endemoniadamente fácil —sobre todo por los pedazos de cinta pegados en este que indicaban para qué servía cada uno de ellos— y el que este se encontrara en el estacionamiento era un golpe de suerte que a ella le beneficiaba. 

Caminó a las escaleras y esperó ahí por unos segundos. Hasta que escuchó demasiados pasos acelerados. Y decidió que aquel no era el mejor momento para salir del hospital. Escondida detrás de aquella pared, se retiró las gafas y guardó dentro de su abrigo. 

Fingió que subía y se acercó a la recepcionista. 

—Disculpe señorita— fingió una gran sonrisa. 

—Aguarde un segundo por favor— le pidió la chica detrás del escritorio sin siquiera mirarla. —¡Primero revisen los cuneros, que no haga falta ningún bebé!—

Uno de los hombres uniformados corrió en la dirección donde los elevadores se encontraban. 

—Revisaré las habitaciones de este piso— sentenció otro.

—¿Sí, señora?— alzó mucho sus cejas y Florence continuó con aquella amplia sonrisa. 

—¿Sabe cuál es el consultorio del doctor Tarlton?—

—El doctor Tarlton esta de vacaciones, llega en dos semanas— escuchó unos pasos apresurarse, pero no se inmutó.




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