Los Testigos

Capítulo: 23

Ezra aflojó un poco su corbata. 

Pasó su lengua por sus labios resecos mientras con una mano tiraba de su cabello. Su respiración era bastante agitada y sus brazos dolían. No demasiado, pero lo hacían. A pesar de ello, su enojo era tal que le daba la fuerza para ir por aquella llave inglesa. 

Sus manos ardían por culpa de la fuerza con la que había estado sosteniendo aquella herramienta por los pasados veinte minutos. Miró el reloj de su muñeca e intentó tranquilizar su respiración. A pesar de lo mucho que quisiera continuar en aquel lugar, debía retirarse. 

Miró con desdén al hombre de la silla quien respiraba con dificultad. Por su rostro caía demasiada sangre ocasionada por los golpes que minutos antes Ezra le había proporcionado. Quería continuar ahí, saciar esa sed de violencia que siempre se mantenía como un susurro dentro de su cabeza, dándole órdenes, incitándolo. Retándolo. 

Miró a Hirsch quien lo miraba de aquella forma tan calmada que solo él era capaz y Ezra soltó un suspiro. Dirigió su mirada al otro hombre en aquel cuarto, aquel que había traicionado su confianza e incumplido sus órdenes. 

Había perdido de vista a Quinn. 

Ahora donde ella se encontraba era en un lugar desconocido para él. Aquello escapaba de su control, era tan ajeno a él que le incomodaba. Miró de nuevo a aquel hombre con una furia en sus ojos que delataba lo mal que estaba internamente. 

Pero claro que Ezra Tremblay no le gustaba ensuciarse las manos. 

Volvió a dirigir su mirada al muy caro reloj de su muñeca ya con la respiración un poco más tranquila solo para comprobar la hora. Con una mirada y sin mediar palabra, Hirsch comprendió la orden que acababa de darle. 

No tuvo que decirlo. 

Entonces arremangando su camisa, Ezra salió de aquel lugar escuchando los gritos de terror de aquel hombre. No lo perturbaron, claro. Le transmitieron una calma rara y enferma que a muchos les hubiera causado repulsión. 

*

Ezra pasaba las manos por su cabello aún húmedo, mientras su pierna continuaba dando aquellos pequeños saltos por culpa de los nervios. Solo Dios sabía en qué los estaba metiendo ese muchacho. 

Su estómago era un manojo de nervios por completo. 

Estaba molesto con Cayden. Aquello era una completa falta de respeto a su autoridad. Debió de haberle contado lo que estaba tramando, no tenerlo en aquella silla entre todas esas personas a la espera de una noticia que de acuerdo al muchacho "Volaría la mente de todos". 

Inclusive, Cayden se había negado a recibirlo minutos antes para hablar del tema. 

Lo había denigrado al nivel de las masas, de aquellos periodistas que se amontonaban con la esperanza de obtener una exclusiva. Con sus labios resecos, frentes pegajosas por culpa del sudor y esas cámaras que podía asegurar que aún no terminaban de pagar. Los repudiaba. 

Una de las periodistas que se mantenía sentada apartada del resto, atenta, contemplando cómo los otros se deshacían por poder acercarse a aquel podio. 

Sonreía con arrogancia mientras meneaba ligeramente su cabeza a forma de desaprobación. 

Y bueno, Ezra consideraba a la arrogancia como algo atrayente. 

Con paso tranquilo y esa sonrisa en su rostro, la joven castaña se acercó a Ezra sin titubear. Contorneando sus caderas conforme avanzaba y con una actitud que solo alguien que no tiene lugar para inseguridades logra. 

—Señor Tremblay, ¿Tiene tiempo para unas preguntas?— su voz era demasiado fresca, juvenil y estable. Por no decir entrenada. 

—¿Práctica esa pregunta todos los días frente a un espejo?— le preguntó en un tono soez sin apartar la mirada del frente. 

Mantenía una mano con su índice bien extendido utilizándolo de apoyo para su frente. Intentaba  conservar esa calma y expresión tranquila que le ayudaba a ser impredecible. Bueno, esto de acuerdo a todos sus socios.

—Solo los miércoles— soltó la castaña a forma de broma. 

—Que sea rápido— accedió, ella tomó su grabadora y la acerco al rostro de este. 

—Señor Tremblay, ¿Tiene alguna idea de lo que Cayden Tremblay dirá más adelante?—

—Algo en lo que "Industrias Tremblay" se ha estado trabajando ya desde hace un buen tiempo— espetó, —Nos complace que por fin hablaremos de ello en público—

Ezra había soltado aquello con un tono más que entrenado que reflejaba nada más que aburrimiento. Pero claro que no lo estaba. 

—¿Y con honestidad?— preguntó la chica apartando la grabadora. 

—Creo que será una sorpresa para todos— señaló mirándola a los ojos por fin. 

Ella sonrió. Con sus finos labios apenas y se alcanzó a formar una curva. 

—¿Y su esposa?—

—Se encuentra en un viaje de negocios— dijo a modo de respuesta. 

—¿Podemos trabajar con ello, no?—

Ezra sonrió con suficiencia comprendiendo que era lo que ocurría. 

*

*

El corazón de Florence latía de una forma desbocada, tan rápido que empezaba a sentir una gran presión en su pecho. 

Llevaba más de diez mil ochocientos segundos sin ver nada. Pero ella no lo sabía, al llegar a sesenta regresaba a cero. Una y otra y otra vez. Había bastantes respiraciones en aquella camioneta, pero ninguna era tan pesada como la de ella. 

Sentía que aquel camino era más largo de lo que había sido la última vez. Pero claro que hacían varios años de ello. Estaba nerviosa, sus manos sudaban y temblaban demasiado, pero las mantenía sobre sus rodillas. 

Cada que abría los ojos no lograba más que ver las sombras que se colaban por la venda en sus ojos. Pero terminaba cansándose de fijar tanto su vista en un intento de ver algo más. 

Se había rendido y permitía que la llevaran sin chistar. 

Sabía que intentaban desorientarla y lo habían logrado. Ya había contado tres camionetas distintas a las que la habían subido, sabía que no se trataba de la misma, ya que el motor delataba los modelos. 




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