Los Testigos

Capítulo: 25

Quinn Tremblay estaba siendo consumida por la culpa. 

Sus ojos le ardían de tanto llorar y juraba que su cabeza estaba a punto de explotar. 

Cualquiera que hubiese pasado aquel día con ella pudo haberse dado cuenta de ello. Pero estaba sola. 

Ni siquiera había terminado de asimilar lo que ocurría, todo era demasiado atropellado y apenas si lograba caminar sin caer. 

Estando en aquella sucia y fea habitación de aquel viejo motel, Quinn Tremblay lloró por el crimen que acababa de cometer  y la vida que había abandonado. Aunque muy en el fondo por fin estaba teniendo la calma que por años había añorado. 

Las personas jamás comprenderían el torbellino que había sido su mente los últimos años y lo mucho que le dolía cuando la esperanza se había ido. Como una vela a la que le soplan y pierde esa flama que solía iluminarla. 

No, ellos jamás lo comprenderían por qué la vida no les había castigado. 

Ella creía que la vida no era injusta con todos. Y podía asegurar que no se equivocaba. 

Quinn salió de aquella habitación mohosa y apestosa con los nervios de punta. No podía evitar sentir que era observada, que cada uno de los pasos que daba eran puestos en cuestión y que amenazaban la credibilidad de la veracidad de sus palabras. 

Su corazón latía con demasiada fuerza lo que ocasionaba que sus oídos se sintiesen taponados. 

Camino a aquel lugar había comprado un par de cosas en una ferretería y en una pequeña tienda. Saco de su abrigo el paquete de cigarrillos y prendió uno mientras observaba al sol ocultarse. 

Ya era tarde. 

Lo bastante tarde como para saber que no había marcha atrás. 

En lo único que pensaba en aquel momento era que quisiera poder regresar el tiempo, en específico a aquel martes, cuando las manos y besos de Harry estaban sobre ella.

Estaba llorando y no hacía nada para intentar contener sus lágrimas, tan solo permanecía con una de sus manos sobre su mejilla en un intento de que esto se sintiera como cuando la mano de Harry había hecho contacto con su piel. 

Que aquella electricidad que juro volver a sentir regresara una vez más. 

Pero no lo hizo. 

Se sintió bastante decepcionada, pero aquello no le sorprendió en lo absoluto. Por más que lo intentara siempre era de esa forma. 

Quinn se retiró pensando en que daría lo que fuera por sentirse de nuevo de aquella forma. 

Y volvió a pensar en lo injusta que era la vida y cómo esta se empeñaba a arrastrarla a un abismo de sentimientos que amenazaban con hundirla. 

Y quizás, tan solo quizás ya la habían hundido desde hacía años. 

Quinn regresó su habitación dentro de aquel motel, con la cabeza hecha un lío y más enredada de lo que creía que era posible, y a pesar de saber que no se deben de tomar decisiones en aquel estado, ella lo hizo. 

Tomó una hoja de papel y una pluma disponiéndoselo a escribir, se preguntó con quién debería de disculparse primero y en la única persona en quién podía pensar era en Harry. 

Tal vez le debía demasiadas disculpas a tal grado de que la vida misma no le alcanzaría para recompensarle y lo peor de todo era que lo hacía por acciones ajenas a ella. 

No le gustaba pensar en volver en el tiempo, ya que cada vez que lo hacía terminaba llorando y enlistando todo lo que pudo haber evitado con solo hablar. Quinn se reprochaba por haber sido tan cobarde y no haber enfrentado a su padre cuando tuvo oportunidad. 

Su vida estaba dividida entre lo que "pudo haber sido" y "lo que fue". 

Quinn pensaba en todas aquellas cosas que de acuerdo con ella era indirectamente culpable. Y las enlisto. Una por una, con su puño y letra en aquella hoja. No parecía una carta en lo absoluto, incluso si alguien llegaba a ver aquel pedazo de papel podría creer que era una lista de cosas por hacer. 

Se sentía frustrada y con cada palabra apretaba más la pluma contra su mano. Las puntas de sus dedos estaban rojas y el resto demasiado descolorido. Ni hablar de su labio que mordía con tanta fuerza que este podía asegurar que sangraba. 

Y de verdad lo hacía. 

Desde muy pequeña ella había crecido sintiéndose culpable por los actos de los demás. Y era algo que ni con la ayuda de los veintitrés psicólogos a los que había acudido había conseguido sentirse libre. 

Cada acción era como una piedra sobre su espalda.

Y estaba segura de no poder soportar otra más. 

Quinn nunca se había sentido como alguien fuerte, como alguien capaz de soportar y ser resiliente. Por lo que a su parecer no existía forma humana en la que ella lograse superar aquello.

Se había convertido en un monstruo y en aquello a lo que tanto le temía y la razón por la cual había tomado distancia de su padre desde un principio. 

Había demostrado que no era más que una hipócrita. 

Al final de la lista lo anotó. 

Porque aquello también había sido su culpa después de todo. 

Sus manos estaban demasiado temblorosas cuando se dirigió a aquel baño. Y no pudo evitar sollozar cuando vio a las cucarachas y demás insectos saliendo del desagüe de la tina. Le dio repulsión y horror el donde había terminado. 

Intentó mantenerse en silencio y ahogar su llanto. 

Se retiró sus zapatos de tacón y se quedó descalza un rato. 

Apenas una mueca se formó en su rostro al recordar cómo su madre siempre le gritaba cuando andaba descalza por la casa cuando era solo una niña. 

—Te enfermarás— le decía al reprimirla. 

Ella le contestaba con un sonoro bufido para después irse a colocar sus zapatos. 

Su madre era una persona bastante peculiar, incluso podía estar segura de que si estuviera ahí con ella le hubiese gritado y ordenado que se colocara los zapatos nuevamente. Ni siquiera le hubiera permitido quedarse en ese motel. 

Su mente era un mundo atropellado que no sabía detenerse aún cuándo los recuerdos empezaban a lastimar y cuándo pensar de más asfixiaba. 




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