Los testigos

¿quien es el?

Luz de linterna en mis ojos me enceguecía despiadadamente, mi abuela alumbraba desde la esquina de la cuadra directamente a mi cara. No habíamos caminado mucho con Cristian, habíamos avanzado dos cuadras por mucho. En primer lugar no era mi intención caminar con él, solo salía a buscar a mi abuela que se encontraba a unas cuadras de su mansión con una "amiga" de su juventud.

Cuando lo vi no dude en preguntarle algo. Llevaba la misma ropa que la noche anterior, lo note porque hacia resaltar su color de cabello, un castaño claro que en la noche parecía alumbrar entre los tonos oscuros de su ropa.

Me sorprendió que contestara, primero porque la noche anterior no lo había hecho, y segundo porque no parecía ser el tipo de persona que suele hablar con mujeres como yo, extrañas.

— ¿Qué haces a esta hora sola en la calle?— me pregunto aun con la linterna apuntando a mi rostro; gire mi cabeza para mirar a mi lado, donde supuse que estaba Cristian, no estaba. Lo busque con la mirada, pero todo estaba vacío, en la cuadra solo estábamos mi abuela y yo.

— Venía a buscarte, te estabas demorando mucho y mi madre está preocupada— le conteste mientras desviaba mi mirada hacia todos los lados aun buscándolo.

— Entonces ¿Qué esperamos?, ¿vamos a casa?— me propuso.

Fueron dos cuadras de recorrido, por las cuales anduvimos en silencio. Antes de abrir la puerta, mi abuela me pregunto por mi padre, fue extraño, demasiado a decir verdad; se suponía que ella lo detestaba.

Le dije que no sabía nada de Francisco (mi padre), y era verdad, llevaba un año sin verlo y llevaba seis meses sin hablar con él.

No preguntó más, ella sabía lo mucho que me afectaba. A pesar de eso, Cristian aún seguía en mi mente, no entendía cómo desapareció en tan pocos segundos, prácticamente fue tragado por la tierra, no literalmente, pero esa fue la impresión que me lleve.

Al entrar a la casa, subí inmediatamente a encerrarme en mi habitación, desde la noche anterior no hablaba con nadie, ni mi madre, ni David; sentía algo inusual al pensar en no hablarles, pero aun así debía mantener mi dignidad en alto.

Estaba a punto de derribarme como estatua en caída libre sobre mi cama cuando note que David estaba sentado en ella. Me sorprendió, tanto que grite para luego taparme la boca con la mano izquierda.
— Lamento no avisar...— declaró, luego me observó desde la otra esquina de la cama y continuó —... pero sabía que no me dejarías entrar—.

— ¡Estas demente!— exclame sonriente — demoraste en venir, creí que lo harías ayer por la noche. No lo hiciste— puntualice.

Nuestras peleas siempre eran así, el no soportaba estar peleando con migo, por eso me pedía disculpas, incluso cuando yo tenía la culpa, ese no era el caso.

— Tu horrible rostro me hace falta pequeña—se acercó a mí y me apretó la nariz con sus dedos. "Pequeña" así me llamaba de vez en cuando, solo cuando se ponía cariñoso; yo por el contrario le decía "engendro" cuando quería verlo enfadado. Este no era el momento.

Se acostó junto a mí; los dos juntos mirando al techo, ninguno decía ni una palabra. Mi cabello negro por encima de mis hombros frágiles, siempre era así. Extrañaba los momentos en los que quedábamos de la misma manera en mi antigua casa, en, al otro extremo de Colombia. Durábamos horas acostados sin decir nada hasta quedar profundamente dormidos. No, no era incomodo, de hecho era reconfortante, tanto él como yo nos sentíamos acompañados y apoyados pero a la vez en nuestro propio mundo.

El primero en dormirse fue David, su cabello subjetivamente largo le cubría los ojos. Me levante para cepillarme los dientes y después acostarme junto a él. Era bueno tenerlo en este lugar, por lo menos no me estaban arrebatando mi vida por completo, él era todo lo que me quedaba de Santa Marta.
***

Abrí los ojos, aún estaba acostada al lado de David, el miraba algo en su celular, sin percatarse de que yo ya había despertado.

Era de mañana y el sol resplandecía brillante por la ventana. Aun no me había movido, así que preferí seguir en silencio.

David no quitaba su atención del aparato, me causaba gracia su gesto de concentración, parecía totalmente ido de este mundo; agradecí que mi cama fuese doble, de lo contrario hubiera estado totalmente incomoda.

— sé que estas despierta— me sorprendió, paso de estar en silencio a hablar (con su voz de hombre mayor); me sobresalte — ¿crees que no siento tu mirada encima mío?—

— Creí que ya te habías acostumbrado— afirme; lo siguiente que hice fue acomodarme para estar sentada a su lado. Mi cabeza quedaba más abajo que la de él y mis piernas eran notoriamente más cortas, debo admitir que era gracioso.  



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En el texto hay: enigmas, magia antigua, romance

Editado: 08.06.2018

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