Los verdaderos hombres no matan coyotes

CAPITULO 19 - THEODORE

CAPÍTULO XIX

 

THEODORE

 

Le cogí la mano una vez que se había vuelto a poner las zapatillas. Ya en el living, vi a Mari tomando un café y cuando nos vio alza una ceja poblada, levemente. Dudo alguna vez caerle bien a esa mujer. Le sonreí mostrando todos mis dientes.

–Os pido permiso para sacar a la princesa del castillo, lady Mari.

Una risa suave, disimulada escuché a mi espalda, pero mi vista estaba enfocada en Mari. Carajo, si parecía un crío de quince años lleno de hormonas. Mari se tomó su tiempo, dejó el café pausadamente sobre la mesa y apoyó el mentón sobre sus manos. Nos miró por unos segundos que fueron eternos y ¿me sudaban las manos?

–¿Es usted un caballero digno?

Sonreí de lado,con esa sonrisa que Brooke ha dicho muchas veces que hace cambiar de opiniones, sobre todo al sector femenino.

–Lo soy, mi señora –Mari inclinó la cabeza y volví a respirar con normalidad.

–¿Podemos dejar esta escena de Juego de Tronos para otro momento? –se quejó Tabatha.

No esperé más y caminamos hasta la puerta donde fuimos despedidos con un ladrido de Hércules.

Le pasé mi casco a Tabatha y luego pedí su mano.

–Princesa astronauta, ¿me concede el placer?

Ella viró sus ojosevitando sonreír. Pero ahí estaba, minúscula, esa sonrisa que arrebataba todo a su paso. Cogió mi mano y la ayudé a subir. Una vez en marcha la moto…

–¿Lista para ir a la Luna?

La velocidad siempre me ha encantado. Mi estilo de vida siempre fue veloz, apurado, con prisa. Nunca había tiempo para nada. Pero en ese momento, solo quería disfrutar. Disfrutar el viento en el rostro, y de la chica de sonrisa dorada abrazándome por la cintura. Y justo ahí, en ese momento, creí no necesitar más.

Estaba creando mi propia vida. Y joder, eso me encantaba. ¿Esto era empezar de cero? Tanto tiempo corriendo, con la adrenalina viajando por mi sangre, creyendo que siempre estaba llegando tarde a ser feliz que ahora no puedo más que pensar que nunca había llegado más a tiempo que ahora. Porque en este momento, era Tabatha la que se aferraba a mi cuerpo, pero era yo quien la necesitaba a ella como salvavidas.

Cuando aceleraba y su risa hacía vibrar mi cuerpo entero, entendí que de alguna forma estaba a tiempo. Ahí, justo ahí, viajando con la chica que me había demostrado que estar roto servía para que la luz se cuele entre las grietas y que quedaba todo el tiempo del mundo para sanar heridas viejas.

Llegamos finalmente a la base del lugar, ahí donde se veían mejor las estrellas y a lo lejos, la luna nos regalaba un espectáculo increíble. Tabatha se quitó el casco.

–¿Aquí?

Negué con la cabeza.

 –Eres ansiosa, Macfly.

Saqué un pañuelo de mi bolsillo trasero, pero Tabatha, adivinando mi siguiente movimiento, puso sus manos en mis brazos deteniéndome.

 –Ni en broma. No, no y no, Theo.

Viré mis ojos.

–¿Confías en mí?

–Una vez te pregunté si debería confiar en vos y dijiste que no –cruzólos brazos en el pecho–. ¿Qué cambió?

Su respuesta me tomó desprevenido. Entendía que tenía que ganarme algunos puntos extras después de cómo la traté hace algunas horas y haciendo acopio de toda mi voluntad, dejé caer por un ratito el muro creado luego de tantos años de vivir en la desconfianza.

–¿En serio, luego de todo lo que vivimos en estos meses me estás diciendo eso? Joder, Tabatha.

El tono de indignación no pasó desapercibido por ella porque endulzó un poco su mirada. En sus ojos podía notar un leve atisbo de arrepentimiento.

–Eres un manipulador –y volteó para que pudiera vendarle los ojos.

El camino era cuesta arriba, pero la vista lo valía todo. Durante el trayecto no paró de hacer preguntas: ¿Y si me caigo?, ¿Te estás riendo de mí? No dejes que me caiga ¿Dónde estamos yendo?

–Tabatha Macfly, si no dejas de hacer preguntas te dejaré tirada aquí. Así que, calla de una vez.

Cuando llegamos a la cima, la coloqué en la posición justa. Luego, cuando le saqué el pañuelo de los ojos, su reacción valió absolutamente todo. El cielo era un lienzo azul lleno de puntos blancos desperdigados por todos lados. Algunos más brillantes que otros y, en el medio de la vista, la luna imponente. Parecía que estirando el brazo podías tocarla y que solo necesitabas de una escalera para llegar allí.

–Lo descubrí la primera noche que llegué aquí. No podía dormir y cogí el auto sin rumbo alguno. Cuando me quise dar cuenta, estaba aquí. Me quedé hasta que se hizo de día. ¿Te gusta?

Su expresión lo decía todo. Su boca entreabierta aún por la sorpresa y el leve viento que alborotaba su cabello la hacía ver aún más hermosa.

Me senté sobre el pasto y apoyé los codos en mis rodillas. Ella se sentó a mi lado y el silencio que vino después fue perfecto. Estar con Tabatha era justamente eso: los silencios cómodos, sin preguntas, ni charlas sin sentido. Me gustaba estar con ella, sabía que, si había algo que decir, tarde o temprano iba a decirlo. Sin presiones ni expectativas.



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En el texto hay: secretos, amor, peligro

Editado: 24.05.2021

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