13 de septiembre del 2029.
Siempre he odiado venir al supermercado, de no ser porque necesito comprar comida para sobrevivir creo que nunca vendría. No me gusta la gente y no me gusta el ruido, pero aquí estamos.
Llevo más de media hora caminando de manera distraída por los pasillos en los que, afortunadamente, no se encuentra una cantidad molesta de personas, lo cual me permite moverme a mí y al carrito de supermercado que sujeto con ambas manos.
Observo detenidamente todos los artículos que se encuentran en los estantes, como si tuviera todo el tiempo del mundo, como si no me estuviera cagando del miedo, y una vez que recuerdo que debo darme prisa y que me estoy cagando de miedo un escalofrió me recorre.
Dirijo mi mirada a las pocas cosas que llevo, hasta ahora solo he tomado frituras y dulces, y no sé exactamente si son para compartirlas con las personas que estarán en mi casa en menos de un día o si son para comer hasta que los nervios se vayan, a estas alturas debo comenzar a preocuparme por lo que preparare de cenar mañana o de lo contrario terminare ordenando comida a domicilio.
Tengo una idea de lo que puedo preparar, pero una parte de mi cree que esa opción solo hará que las cosas se pongan mas tensas de lo que ya están, pero tampoco tengo muchas opciones.
A la mierda, van a venir a mi casa, lo menos que pueden hacer es comer lo que prepare.
Sin pensarlo mucho me dirijo a la sección de congelados y tomo unas bandejas con piezas de pollo, luego camino hasta la sección de alimentos y tomo unos paquetes de pasta.
Pasta será.
Después de todo, nos gustaba demasiado cuando teníamos diecisiete años, cuando nos reuníamos todos los viernes y comíamos pasta hasta que nos era imposible levantarnos por un buen rato. Se me dibuja una sonrisa cuando lo recuerdo.
Claro que, eso fue hace más de cinco años.
Y repentinamente los nervios me invaden de nuevo, porque voy a ver a mis mejores amigos otra vez, después de cinco años, después de no haberlos visto o no hablar con ellos durante tanto tiempo. Pensar que no he hablado con ellos y que en menos de 24 horas estarán en mi casa me parece irreal.
Eso solo si deciden venir.
Y con ese simple pensamiento se me quiebra un poquito el corazón, esa posibilidad hace que me den ganas de ponerme a llorar justo aquí, frente a toda la gente a mitad del pasillo de comida. No había querido pensar en eso, me había obligado mantener mi mente ocupada para no tener que afrontar esa posibilidad.
Había llegado al pueblo hace casi un mes, no por decisión propia sino porque debía ocuparme de unos asuntos de la casa, no había pisado el pueblo desde hace más de cinco años, y pensé que podría manejarlo, que solo tendría que pensar en otra cosa y arreglar rápido las cosas para poder irme cuanto antes, pero no pude, porque apenas si puse un pie en las viejas y desgastadas calles todo me golpeo como un camión, los recuerdos, los lugares y toda la gente.
El día que me fui había salido prácticamente huyendo porque ya no soportaba estar un día más aquí, no quería que eso pasara de nuevo, y sin pensármelo dos veces hice una investigación poco ética para obtener los correos electrónicos de mis amigos.
Las personas a las que abandoné.
Les escribí un correo tan extenso que para cuando termine de escribirlo tenia los dedos entumidos, creo que la maestra de literatura de la preparatoria estaría orgullosa de mi si lo leyera, porque pese a que los nervios me estaban ahogando y en algún punto, cuando comencé a llorar, sentía que se me cerraban los pulmones; respete la estructura de un mensaje y todos los acentos de puntuación.
En resumen, les pedí perdón por haberme ido sin avisar y por no haber tratado de ponerme en contacto, luego trate de justificarme, después recordé algunos de nuestros momentos más felices y algunos de los mas tristes, y finalice el mensaje diciéndoles que me encontraba en el pueblo, en la vieja casa de mis padres y los invite a venir, mas que nada para vernos y para tener la conversación que no pudimos tener hace cinco años.
Para hablar sobre ese día y el daño que nos dejó.
Para mi desgracia, ninguno contesto.
Pero eso es lo que menos me preocupa. Porque durante esta semana me e obligado a pensar que recibieron el mensaje, y que por razones desconocidas o ajenas a mi decidieron no contestar, confío en que vendrán, confío que no recordarán la última vez que estuvimos todos juntos, la noche en que no hicimos mas que gritarnos y reclamarnos cosas, como si eso pudiera arreglar lo que ya había pasado, como si quisiéramos deshacernos de la culpa y dársela a los demás.
Luego cada uno se fue lejos del pueblo sin siquiera avisar o despedirse, yo lo hice primero y por esa razón, siento que están en todo su derecho de no venir.
Me doy cuenta de que sigo parado en el mismo lugar desde hace más de diez minutos, perdido entre el hilo oscuro de mis pensamientos.
Antes de que termine por tener un ataque de histeria en medio de los pasillos de la tienda, me dirijo a pagar las pocas cosas que he tomado, puedo comprar lo demás después.
Hago la fila para poder pagar, una vez que es mi turno, coloco todas las cosas y espero a que me den mi cuenta.
— ¿Esto es todo? — me pregunta la cajera.
—Si. Por favor— contesto, tratando de responderle con la misma sonrisa amable, pero no lo consigo del todo, todavía me siento un poco perturbado por todos los pensamientos que corren en mi cabeza a una velocidad alarmante.
—Parece que alguien alimentara a varias personas— dice la cajera mientras empaca mis cosas en bolsas de plástico.